No estaba la noche para jugar a fútbol, con un calor sofocante que decidió a muchos a quedarse al abrigo del aire acondicionado. Tampoco es que el cartel tuviese atractivo propio, más allá de ver a la chavalada llegada este verano para colaborar en el siguiente milagro. Apenas hubo fútbol. Alguna combinación suelta, nada con continuidad. Fue así desde el principio, cuando todavía se podía respirar. Un par de zapatazos de Braulio y la consistencia de Lafita sostuvieron al Zaragoza ofensivamente hasta que apareció Iván el terrible. El derechazo del zurdo Obradovic fue lo mejor que le han dedicado a Carlos Lapetra en su trofeo desde hace años. El acierto en los penaltis, con Roberto respirando, dejó el trofeo en casa.

El guardameta tiene el territorio ganado en la grada. Le queda devolverlo sobre el césped. Nadie tiene ni una sombra de duda de que es el mejor portero que puede tener ahora el Zaragoza, pero ayer fue víctima del nuevo balón de playa con el que se juega la Liga. Javi Márquez le enchufó en el minuto 70 un libre directo demasiado lejano, demasiado centrado. Al inicio se había encontrado con una pelota difícil tras un remate de Thievy que salvó sus buenos reflejos de manos. Después, ya en el ocaso de la primera mitad, contempló con impotencia un buen derechazo de Verdú al larguero. Fue todo lo que hizo en la primera mitad el Espanyol, lastrado por la ausencia de Osvaldo pero más hecho que su rival.

¿Y el Zaragoza? Ay, el Zaragoza. Mejor, pero mal. Aguirre insiste en la defensa de tres centrales, en eso que dicen que es un 3-4-3 pero es un 5-4-1. No aguantó ni un cuarto de hora. Ni funciona ni gusta, aunque a lo largo de la temporada le sirva para salir de algún que otro apuro. Tampoco es recomendable en La Romareda, ni por presente ni por tradición. De momento, el mexicano dio marcha atrás para regresar al sistema con el que el año pasado se agarró a la vida. Ahí Ponzio es soldado, capitán y general. Nada nuevo. Al lado, además, le han puesto un clon, Zuculini, igual de dinámico que el capitán pero con nueve años menos. Es el Zaragoza que asoma, el fútbol que se imagina, en este equipo que está a medio hacer. Ayer llegó otro.

Entre los dos argentinos, Juan Carlos y Lafita formaron la línea que empujó a Braulio. El aragonés, el que más cerca está de marcharse, fue el mejor. Malas noticias para Aguirre, que dejó tiempo durante la insulsa segunda parte a los canteranos, jaleados en su aparición. Del resto, mejor los exbarcelonistas que los exmadridistas. A Mateos se le ve algo blando y Juan Carlos, tierno, no encontró el camino. Abraham jugó de carrilero, de mediocentro y de lateral, con cuajo en todas partes. A su lado, Oriol parece ir perdiendo la carrera de la titularidad, pero no desacelera. Queda Juárez, de momento el que más desentona. Y la huelga, por la que se reza en el club. Falta hace.