Los veranos de Agapito
Víctor, Marcelino, Gay y Aguirre se distanciaron claramente del soriano en la planificación deportiva en su segunda temporada en el banquillo, algo que Jiménez espera no repetir

Los veranos de Agapito
S.V.
Manolo Jiménez será el quinto entrenador que, con Agapito Iglesias, finaliza una temporada y continúa en la siguiente. Es decir, que le va a tocar vivir un verano y una planificación deportiva que puede llevar a un distanciamiento con el soriano, como antes les sucedió a Víctor Fernández, a Marcelino, a Gay y a Aguirre. Los cuatro precedentes tienen matices, pero un común denominador en la pérdida de confianza y la ruptura que se fue generando en esos veranos con el dueño del club, demasiado acostumbrado a hacer y deshacer a su antojo. Por eso, Jiménez ha sido inflexible en su exigencia para continuar en intentar asegurarse por escrito --habrá que ver después en la realidad-- que Agapito se aparte y que las decisiones en la planificación deportiva los realice una comisión en la que estará el propio técnico andaluz.
Agapito llegó en mayo del 2006 y su primera apuesta fue Víctor Fernández, que firmó un contrato por cuatro años, señal de que la relación se esperaba muy duradera. El primer curso el Zaragoza alcanzó billete europeo por la vía de la Liga, pero la erosión y la pérdida de confianza no tardó en llegar en el verano del 2007. Agapito entró de lleno en ese vestuario, tomó partido por algún futbolista claramente enfrentado a Víctor (D'Alessandro), no reforzó el eje como el entrenador quiso y la brecha se hizo evidente. Víctor fue destituido en el último partido de la primera vuelta.
Tras el descenso del 2008, Agapito buscó otro golpe de efecto con Marcelino, el entrenador de moda en ese momento. Le dio un salario millonario y dos años de contrato, aunque el segundo condicionado a un ascenso que se firmó, no sin apuros. El verano del 2009 distanció al soriano a Marcelino y la figura de Poschner en la Dirección General terminó de separarles. En diciembre, el entrenador de Careñes hacía las maletas.
Las historias de Gay, Aguirre y Jiménez son diferentes en su concepción. No fueron estandartes en su llegada, sino médicos de urgencias para un equipo que caminaba hacia el descenso. Y los tres cumplieron su labor. Gay, con la inestimable ayuda de Nayim, lo hizo con siete fichajes en enero de por medio, pero se ganó una renovación que Agapito le ofreció sin ninguna convicción. El entrenador madrileño estaba casi condenado nada más arrancar el curso 10-11 y duró 11 jornadas en el cargo, dejando al Zaragoza colista y con una sola victoria.
Aguirre llegó en noviembre y firmó una reacción excepcional. El zaragocismo pidió su renovación, pero el mexicano fue otro el pasado verano. Metió con calzador a Barrera y a Juárez y consintió que Agapito, Mendes y Prieto cerraran una plantilla limitada y compuesta sin ningún criterio. 16 partidos de la primera vuelta y un nivel de resultados ínfimo lo certificaron. Mientras tanto, Aguirre como Agapito parecían mirar para otro lado y el equipo se iba con la directa rumbo a Segunda.
El milagro de Jiménez ha sido mucho mayor que el de sus antecesores y, por eso y por la honestidad y la dedicación que ha tenido, el zaragocismo ha pedido a gritos una renovación que está a un paso. A Agapito no le ha quedado otra que pasar por el aro con el andaluz y con sus condiciones. Ahora, lo que Jiménez espera es no repetir el inevitable distanciamiento que cualquier técnico parece condenado a vivir con el soriano cuando llega el verano.
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