Frío, sin apenas contacto con la gente, triste, desorganizado. Así pasó el Zaragoza por el consistorio en la tradicional mañana en la que el equipo se acerca al Pilar para realizar su ofrenda a la Virgen y luego entra en el ayuntamiento para prometer triunfos y tal. No hay éxitos recientes, ya se sabe. Así que se habló de obligaciones ayer. La primera, el ascenso.

Lo dijo el capitán Paredes ante el altar: "Volveremos a escribir páginas gloriosas". Lo repitió el director general unos minutos más tarde en el salón de recepciones, en una alocución que despachó en un minuto: "Asumimos el compromiso que nos exige la ciudad". Todo eso ocurrió poco antes de que políticos, directivos y futbolistas, se encerrasen en una sala para tomar el ágape de comienzo de curso. Ayer, entreno a puerta cerrada para empezar y aperitivo a puerta cerrada después. Nada pasaría si siempre hubiese sido, si fuese a ser así. Pero ni ha sido ni lo será. El aire de Segunda que desprende el club sigue bien latente. No se les pide alegría, sí respeto y dignidad. No estuvieron Pinter y Oriol, por cierto, que dijeron adiós media hora más tarde, ni Obradovic y Apoño, que siguen, aún.

La más animada fue Carmen Dueso, alcaldesa en funciones. Pidió al equipo que vuelva a sonreír, como hace en su campaña curiosamente, y subrayó que, al margen de los éxitos deportivos, la grandeza de la entidad está en "su afición. Creemos en vosotros. Zaragoza es una ciudad de primera y se merece un equipo de Primera", afirmó feliz tras recibir la camiseta con su nombre con la que fue obsequiada.