El partido era de empate y en eso se quedó con el gol en el último instante de Borja tras una falta en la que Culio pilló a Leo Franco. Sin embargo, el Zaragoza acarició la victoria en Riazor, la tuvo en su mano con el gol de Víctor y cuando el Deportivo se quedó con diez. Era un regalo ese triunfo y al Zaragoza y a Paco Herrera les entró el pánico a ganar, algo que ya se vio contra la Ponferradina. Entonces, se sujetó el triunfo, pero esta vez no. La entrada de Laguardia para apuntalar el sistema de contención resultó nefasta, por el mensaje dado por el técnico con ese cambio y por la terrible interpretación que hizo el equipo de los últimos minutos, donde se empeñó en dar vida a un Deportivo todavía más huérfano de fútbol que los zaragocistas. Por ahí se fueron dos puntos que tenían sabor a promoción de ascenso.

El partido, entre dos recién descendidos de la élite, refleja la pobreza de esta Segunda. Y es que el Zaragoza juega muy poco al fútbol, pero aún menos lo hace el Dépor, por lo que el choque fue para olvidar, terrible. Es verdad que el equipo aragonés estuvo mejor asentado en la primera parte y que perdió el norte tras el descanso, donde bajó la presión y fue más impreciso, pero el estreno goleador de cabeza de la temporada dejaba la victoria en bandeja. Aún más cuando Luisinho entró a destiempo a Víctor para ver la segunda amarilla. Todo se tiró por la borda en la recta final. Es imposible interpretar ese momento peor. En lugar de dormir el choque, de tocar, de tratar de que no pase nada, el Zaragoza se esforzó en regalar balones, tarea donde Laguardia sacó nota, y en rebajar la contundencia hasta que Borja empató y castigó la ingenuidad zaragocista.

Herrera se esforzó en ver la botella medio llena tras el choque y se puede decir que el Zaragoza, sobre todo hasta el descanso, dio para eso, para pensar en que crece, en que es más de lo que era hace un mes. Pero también antes era muy poco. O nada... Es indudable que hay un camino (13 puntos de 18 y una derrota en 6 jornadas) que no se debe tapar por la amargura de estas tablas en el último suspiro. La duda es si esa senda lleva al ascenso. Se diría que, con la necesaria mejora, puede ser suficiente viendo el bajo nivel de esta Segunda.

El técnico eligió de salida a Paredes como pareja de Álvaro y situó a Henríquez en la derecha para descargar a Barkero de presión defensiva. La medida fue errónea. La gasolina al vasco le duró igual y el chileno vivió lejos del área. Trabajó a destajo y no se puso de gol, su virtud. Con todo, el Zaragoza arrancó más dominador que su rival. Con Álvaro firme atrás y providencial al corte y con José Mari sobrio, el partido tenía color zaragocista. Barkero, de falta directa, y Víctor tras una contra, tuvieron las mejores ocasiones. Víctor, por cierto, se jugó el disparo con Montañés solo para rematar.

El Deportivo era incapaz de hilvanar un gramo de fútbol y solo una llegada de Laure con remate de Borja supuso inquietud para el Zaragoza. El paso de los minutos, sin embargo, diluyó las prestaciones de Movilla y de Barkero y se aflojó en la presión. Aun así, Víctor pudo marcar en la única subida de Cortés por la banda en la primera mitad.

PEOR EN LA SEGUNDA PARTE

El descanso empeoró la faz del Zaragoza. Ni se veía al equipo tan vivo y la imprecisión en el pase empezó a lucir en todo su esplendor en el juego zaragocista. Mientras Culio crecía en el partido y Rudy, tan desgarbado como escaso de talento, lo alborotaba con su pelea, Borja estuvo a punto de marcar en una mala cesión de Movilla. Ahí, Herrera vio que era el momento de relevar al Pelado y a Barkero, ambos fundidos, para que Tarsi y Cidoncha ofrecieran oxígeno a José Mari.

Para entonces el partido había cambiado y era el Dépor, igual de escaso de fútbol pero con más fe, el que vivía más cerca del gol. Núñez y Borja no llegaron a dos centros de Culio y el Zaragoza apenas existía, sobre todo por el carril de un desaparecido Montañés. Pero llegó el gol. Sin llamarlo, se presentó. Álvaro, como en Valdebebas, ganó por arriba un córner y Víctor, bendecido en esta suerte, remachó a la red mientras Lux gritaba un fuera de juego que no existía.

Faltaban poco más de diez minutos. El triunfo, aunque no fuera merecido, estaba ahí, solo había que terminar de envolver semejante regalo. El Zaragoza no supo. Se aculó con la lesión de Montañés --muy mala noticia-- y con la salida de Laguardia. Culio fue objeto de falta por José Mari y, donde todos pensaron en el centro, el argentino vio un disparo que dio en el larguero dos veces tras rebotar en un sorprendido Leo Franco. Mientras la defensa zaragocista se quedaba paralizada, Borja firmó las tablas, unas tablas que llegaron desde el miedo... a ganar.