Culpar a los colegiados de las pequeñas y grandes miserias de este Zaragoza resulta cuanto menos exagerado. Trujillo Suárez no dudó en señalar el penalti de Cortés a Toti y, por más que se repitan las imágenes, es difícil determinar si el defensa da al balón o traba al delantero. El lateral zaragocista, y sus compañeros, aseguraron que no, pero el colegiado, está claro, no compartió su visión. El problema del equipo es todo lo que condujo a que esa jugada resultara decisiva cuando al descanso la ventaja era cómoda y el pleito parecía cerrado, pero no es menos cierto que, en la moneda al aire que suponen las decisiones arbitrales, aún mas en Segunda con peores colegiados, al Zaragoza le tiende a salir cruz. Y ya son demasiadas veces.

De nada sirve hablar de los puntos perdidos, de si ayer volaron dos con la decisión arbitral. El partido nunca debió llegar a eso, a que Trujillo pudiera decidir la distancia entre una victoria con sabor a momentánea segunda plaza o un empate con un intensa sensación agria. El canario señaló penalti, Cortés maldijo su suerte y toda La Romareda clamó contra su equipo y contra el colegiado. Contra la triste suerte del zaragocismo en estos últimos tiempos habría que decir.

En todo caso, el Zaragoza ya puede exhibir una lista de cierta amplitud de agravios y tiene casi vacía la de los beneficios. Por lo que si, como la leyenda popular asegura, la balanza de los errores arbitrales se tiende a igualar, es de suponer que los colegiados ya están tardando en mirar con mejores ojos a la camiseta zaragocista.

Porque, queda dicho, el listado es amplio. En la primera jornada, ante el Hércules, se le anuló un gol legal a Luis García en un choque que acabó en tablas. Ante el Mirandés el penalti y la expulsión de Corral a disparo de Víctor pudo marcar el triunfo zaragocista. Menos decisivos fueron la injusta expulsión de Abraham en Mallorca y el gol, en claro fuera de juego, de Samuel (Ponferradina), porque en ambos partidos el Zaragoza logró el triunfo al final.