Para Gerardo Martino, embarcado en la tarea hercúlea de rescatar el mejor Barça nunca visto sin tocar nada esencial, cada partido ganado es un paso más. Y si es un clásico, mientras a Ancelotti lo destrozan en Madrid por su disparatado planteamiento, aún adquiere más fuerza. Tata no deja de ganar partidos (lleva 11 victorias y solo 4 empates) y tiempo, mientras continúa con la transición de un equipo en el que su incidencia, aunque parezca mentira, "sigue siendo mínima". Esa confesión, realizada tras el triunfo sobre el Madrid, denota la provisionalidad de la obra que está levantando. Aún anda con pies de plomo, pero con 6 puntos de ventaja sobre el Madrid todo se ve más cómodo.

Martino ganó el clásico tras tomar decisiones tanto políticas (no sentó a ninguna vaca sagrada sino que dejó en el banquillo a Pedro y Alexis, luego decisivo) como deportivas. Quería tener la pelota con Busquets, Xavi, Iniesta y Cesc, imponer la superioridad numérica en la sala de máquinas y no entrar en el alocado intercambio de golpes que tanto gusta al Madrid.

El Barça fue reconocible en la primera parte. No en la segunda. En los goles del Barça también se apreció ese sello martiniano. No precisan mucha elaboración. Dice Martino que aún está descubriendo al equipo, por lo que el juego no es como quiere.