José María Movilla ha prolongado su carrera más allá de lo acosenjable y en un lugar muy poco recomendable hoy en día, el Real Zaragoza de Agapito Iglesias. Está señalado y expedientado por el club por un par de tuits en los que respondía con ironía y sin nombres propios a una directiva que había criticado en público su demada por impago. Castigado con unas vacaciones pagadas, Movi se planta en cada entrenamiento pese que se le ha prohibido trabajar con el resto de sus compañeros. Su figura solitaria en la Ciudad Deportiva, llueva o haga sol, incomoda a unos, que ven en su actitud una pose retadora fuera de lugar, y recibe elogios de quienes contemplan a un luchador impertérrito, al que consiguió su gran reto con lo atesorado durante tantos años: que su madre dejara de trabajar limpiando en casas ajenas. ¿Samurái del esperpento o combatiente irreductible?

No es un tipo fácil ni lo pretende. Se deja llevar por su carácter férreo, un corazón entregado a los actos humanitarios sobre todo con los niños y las raíces de sus orígenes, una humilde familia de Leganés. En gran parte de los equipos donde ha estado ha tenido confrontaciones con entrenadores y dirigentes por motivos deportivos o económicos. Sus reclamaciones, trufadas de elogios hacia su espíritu sindicalista o de críticadas por su atroz egoísmo, han sido la titularidad y que las partes contrantes paguen lo acordado. A ese punto de lucha con batallas ganadas y muchas perdidas no ha llegado por cualquier camino.

Después de sufrir una lesión de pubis en el Numancia, fichó por el Moscardó, que no pagaba. Pensó en dejarlo todo. Antes había trabajado de dependiente en una tienda de deportes, camarero de barra, limpiador de mejillones, portador de planos en un estudio de arquitectura, repartidor de publicidad en buzones, repartidor de Telepizza... En el equipo madrileño tuvo que compatibilizar el juego con la labor de mozo de basura. "Dejé FP, no terminé nada de lo que hice... La idea era subsistir". También tenía que pagar la letra del Seat Ibiza.

Jugó tres partidos en el Ourense antes de que le fichara el Málaga, en Segunda B, con el que ascendió a Primera de un tirón. Y por fin el Atlético de sus amores, que pagó 12 millones de euros por él. Colabaró en el ascenso y en la posterior permanencia y se convirtió en un referente sentimental de la afición del Manzanres hasta que Manzano, con quien mantuvo duros cambios de impresiones, llegó al banquillo. Su próximo destino fue el Real Zaragoza.

Una Copa contra el Madrid, una Supercopa frente al Valencia. Sus dos únicos títulos en, posiblemente, su mejor etapa futbolística. Esa gloria que se había ganado a pulso con su estricta disciplina táctica, un compromiso incuestionable y su eficaz motor diésel, empezó un lento pero progresivo declive, de regreso a los clubs con problemas económicos como Murcia y Rayo. En la Condomina, la directiva le apartó de equipo en su segundo curso, después de descender. Tuvo que entrenarse en un campo de hierba sintética, alejado de la primera plantilla. Llegó a cambiarse en el vestuario con los alevines. Alegó una depresión, demandó la club y cuando volvió al equipo cargó contra la directiva y apostó por tomar medidas de presión para evitar la ley concursal. Era titular indiscutible con una denuncia interpuesta contra el equipo en el que jugaba... Inédito. Pero perdió. Ni indemnización, ni extinción de contrato. El juez desestimó la demanda de Movilla por acoso laboral al no observar "lesión de los derechos fundamentales" y apreciar intención del jugador "por exagerar los hechos".

En Vallecas se reencontró con el fútbol, en un Rayo en Segunda con el que logró el tercer ascenso de su carrera. Con 34 años volvía a disfrutar, a disputar más encuentros que nadie, pero el club entró en el concurso de acreedores y los administradores le propusieron una rebaja de sus emolumentos de 900.000 a 600.000 euros por temporada que no aceptó. Nueva demanda de Movi y nuevo traspiés. El juez resolvió que José Plaza, administrador concursal del Rayo, tenía razón en sus alegaciones y trasladó a las partes la sentencia que decía que Movilla debía cobrar 327.000 euros por ejercicio.

Su segunda etapa en el Real Zaragoza no ha sido precisamente feliz. Llegó libre, con 37 años en el carnet más veterano de Primera, y poco pudo hacer para evitar un descenso traumático. Este año ha contado con intermitencia para Paco Herrera (14 partidos, siete de titular) hasta que estalló la noticia de que iba a ser baja en el mercado invernal junto a Paredes y José Mari. El Pelado denunció al club ante la AFE, al igual que sus dos compañeros, y recibió la primera parte de la ficha --de junio a diciembre--, una cantidad que ascendía a 16.398 euros en el caso del centrocampista madrileño. Solo de esa forma el Real Zaragoza podía conservar sus derechos federativos y fichar en enero si lo cree conveniente.

El conflicto se ha enquistado en la búsqueda de una salida amistosa del jugador, que cuenta con un año más de contrato. Las declaraciones de García Pitarch, director general, acusando de niños a los denunciantes y la respuesta de Movilla en su cuenta de Twitter llamando al dirigente demagogo y metiroso han creado una tensión extrema que ha derivado con el expediente al futbolista y la prohibición para que se ejercite con el grupo. El jugador no moverá ficha. Bobby (por Charlton), así le bautizó Michel cuando jugaba en el juvenil del Madrid, está entrenado para otra batalla, seguramente la última de una vida profesional que le ha sonreído en los terrenos más de lo que seguramente esperaba, pero a la que no ha cedido un solo metro cuando se trata de reclamar sus derechos en todos los campos. No, no es un tipo fácil ni pretende serlo tras un viaje de casi 39 años en el que no recibido regalo alguno.