Los partidos de Segunda se explican de manera muy diferente a los de Primera. Suelen ser densos, apelmazados, con muchas imprecisiones, pocas acciones brillantes y más propensos a decidirse por equivocaciones que por aciertos. El Real Zaragoza quebró contra el Girona una notable trayectoria de resultados: siete jornadas sin perder. Al cabo de casi dos meses se encontró con la derrota de nuevo y de modo abrupto. Fue el domingo como pudo haber sido en Tenerife o en Pamplona o aquella tarde en la cuerda floja contra el Lugo. El equipo había sobrevivido a los sobresaltos con un corazón de hierro y algo de fortuna. Hasta el domingo, que toda la buena suerte se convirtió en infortunio.

Desde hace varios partidos, como acertadamente han asumido Guitián o Manu Herrera, el Real Zaragoza no estaba bien, aunque seguía ganando o empatando. Ese es el fundamento principal de la cuestión. Comprenderlo, reconocerlo y buscarle soluciones. Terreno que le corresponde a Lluís Carreras, que ya lo ha logrado en una ocasión a base de ordenar el desorden, una mejor ocupación de los espacios, un mayor dominio de las situaciones y más control de los partidos con el balón.

La del Girona es solo una derrota, no una catástrofe. Fue, sin embargo, una señal de aviso: algo no funciona. El equipo ha dejado de gobernar los encuentros. Por eso ha llegado menos y, lógicamente, ha marcado menos. Ese es el problema y sobre él hay que actuar. Y hacerlo con la máxima naturalidad, sin necesidad de esconder la realidad (como en Tenerife, cuando aparte del gol faltaron muchas más cosas), ni de desdecirse haciendo un Dorca ni de liarse con asuntos como el de Diamanka. Sin cosas raras, volviendo a la normalidad.