En un mundo tiranizado por el ruido, que prioriza el alboroto, aunque nada se diga y a nadie importe, hablar por hablar, hablar de todo y a todas horas, vocear en definitiva, gratifica encontrarse por el camino con profesionales que ponen en valor el buen uso de la palabra. Narcís Juliá la utiliza con oficio, precisión, profundidad y como arma de máxima efectividad para explicarse. Sentarse a su lado durante más de dos horas escuchándole desembrollar el proyecto que tiene en la cabeza para el Real Zaragoza produce una honda sensación de tranquilidad. Juliá convence con el mismo argumento con el que hoy en día muchos pierden la razón: con la palabra.

Durante esta temporada y media, la SAD ha tenido una inestabilidad deportiva excesiva. Idas y venidas de entrenadores, de ejecutivos de esa parcela, que se han trasladado al césped en esa figura de dientes de sierra permanente que ha dibujado el equipo. Al proyecto le ha faltado calma y un rumbo. Juliá está aquí para dárselo. Su visión es panorámica, general, más allá de este o aquel fichaje, y el modelo de club que propone nace desde el más incontestable sentido común. Conoce el Zaragoza, Zaragoza y la idiosincrasia del zaragocismo. Quiere estabilidad, no más vaivenes, crecer sobre una base y piso sobre piso. Trabajar a partir del ADN histórico del club y con la mirada en el medio plazo. Dejar de destruir. Construir.

Triunfará o no, porque el fútbol tiene un elevado componente azaroso que ni él ni nadie pueden controlar, acaso minimizar, pero si Juliá consigue perdurar y asentar su modelo, al Real Zaragoza le pasarán buenas cosas en adelante.