Mirador

López Amaya, De la Fuente Ramos y el odio a los árbitros

Sergio Pérez

Sergio Pérez

En medio de la indignación colectiva, en las últimas semanas justificada, de la irritación, también de la impotencia, de la rabia. En medio de la caída de las fronteras entre el periodismo y el forofismo, hoy es un buen día para recuperar la escritura tranquila y melosa del maestro Galeano. Las caricias a las palabras, las palabras acunadas, la flema, el reposo, la perspectiva. Esto escribió sobre la figura del árbitro. "El árbitro es arbitrario por definición. Su trabajo consiste en hacerse odiar. Única unanimidad del fútbol: todos lo odian. A veces, raras veces, alguna decisión del árbitro coincide con la voluntad del hincha, pero ni así consigue probar su inocencia. Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él. Coartada de todos los errores, explicación de todas las desdichas, los hinchas tendrían que inventarlo si él no existiera. Cuanto más lo odian, más lo necesitan. Durante más de un siglo vistió de luto. ¿Por quién? Por él. Ahora disimula con colores".

En el último mes, al Real Zaragoza le han perjudicado notablemente las decisiones de los colegiados. En Ponferrada con aquellos derribos no pitados a Dongou, en Soria con la famosa expulsión de Dorca a manos de López Amaya, ayer con ese penalti de Guitián que De la Fuente Ramos se imaginó pero que nunca existió. El balón le golpea al defensa en el pecho. De la Fuente Ramos, trencilla anteriormente del Real Zaragoza-Lugo en La Romareda, en el que repartió suerte --porque eso hacen, rifarla como el que lanza una moneda al aire y espera a ver qué cae para escribir el destino--, pero en sentido contrario. De la Fuente Ramos, que le quitó un punto al equipo de Lluís Carreras y le regaló dos al Nástic, que como bien relató Galeano también le pasó parte de incidencias al árbitro por la jugada de Isaac y Naranjo.

Los colegiados. Todos los odian. Con énfasis ahora mismo el zaragocismo, con argumentos sólidos el último mes. Al abrigo de esas nítidas equivocaciones han nacido villaratos de nuevo cuño y rebrotado conspiraciones de diversa índole, olvidando la esencia del problema: la baja cualificación, la arbitrariedad. El árbitro es arbitrario por definición y en esta Segunda, en modo feroz.

En medio del barullo, del ruido, del escándalo, de la vergüenza, al Real Zaragoza no le va bien. Le ha ido mucho mejor entre la calma, en ese fútbol defectuoso, nada brillante pero consistente y silencioso que mostró para asomar el hocico por el ascenso directo. Así hizo camino en la primavera, así nacieron los brotes verdes. A ese camino debería regresar. Aunque la tentación de descentrarse sea enorme.

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