Es uno de los directores más prolíficos -es raro el año en el que no estrene película- y también de los más imprevisibles: su carrera incluye obras magníficas como 'Las amistades peligrosas' (1988) o 'La reina' (2006) y fiascos como 'Mary Reilly' (1996) o 'Tamara Drewe' (2010) En la última de ellas, 'The Program (El ídolo)', el británico relata el ascenso y caída del ciclista estadounidense Lance Armstrong, de sus siete victorias en el Tour de Francia a su humillación pública, y reflexiona sobre el dopaje en el mundo del deporte.

Usted ha confesado que el ciclismo no le interesa. ¿Por qué entonces decidió hacer esta película?

Me pareció que tras ella había una intriga criminal apasionante. Y no solo apasionante sino también muy compleja porque, ¿cuál fue la víctima del crimen, dónde está su cadáver? Lo que quiero decir es que Armstrong generó mucho dinero, no solo en beneficio del ciclismo sino también del de su fundación para la lucha contra el cáncer. Pero también usó su lucha contra la enfermedad como coartada de su propia corrupción y sus mentiras. Y le pudo la vanidad. Creyó ser invencible, como Ícaro, y acabó quemado por el sol.

En todo caso, la película no ahonda en la psicología de Armstrong para meditar a fondo sobre por qué hizo lo que hizo.

No, no quise ponerme freudiano, ¿qué interés tendría? Francamente, Lance Armstrong no es Albert Einstein. No es más que un mentiroso. Lo interesante no es él sino la situación en la que sus mentiras lo situaron: Robó siete Tours seguidos, y eso es más o menos como robar 'La Gioconda'. Vivió un ascenso espectacular y una caída majestuosa.

Durante la preparación de la película, ¿conoció personalmente a Armstrong?

No, ¿qué sentido habría tenido hacerlo? Como buen mentiroso, seguramente me habría mentido, y habría querido tomar el control de la película. Además, no me interesa cómo se siente acerca de lo que hizo. Su psicología no me concierne. Tampoco me interesa ni su matrimonio, ni sus hijos, ni su relación con Sheryl Crow. En suma, no me hacía falta conocerle como no me la hizo conocer a la reina Isabel II para rodar 'La reina' (2006). Aunque confieso que hay algo sobre la psique de Armstrong que sí me interesa: me pregunto cómo pudo dormir tranquilo, si tuvo algún momento de flaqueza moral o pensó: “Esto se me ha ido de las manos, tengo que confesar”. Después de todo, es un ser humano.

¿En qué medida quiso usar la figura de Armstrong para señalar la corrupción a gran escala en el seno del ciclismo?

No se puede hablar de lo uno sin hablar de lo otro. La comercialización extrema y la degradación del ciclismo crearon el contexto necesario para el caso Armstrong. Por supuesto, que los ciclistas se dopen para participar en el Tour no es nuevo, ha estado sucediendo desde que la carrera nació. Pero durante la década dominada por Armstrong la corrupción fue especialmente rampante. Todos se drogaban, y todos lo sabían. Si te fijabas en sus brazos podías ver las marcas de pinchazos. Cuando le arrebataron los títulos a Armstrong no se los pudieron dar a ningún otro ciclista, porque todos estaban podridos.

Sus palabras explican por qué 'The Program' parece no tomar una postura moral sobre los actos de Armstrong.

¿Quién soy yo para condenarle? El tipo venció al cáncer, logró reunir 500 millones de dólares para la lucha contra el cáncer. No soy un juez. Ahora bien, sí tengo una postura moral sobre sus actos. Lo que me molesta no es que se drogara, es que mintió e intimidó a sus compañeros de equipo y a otros ciclistas.

Entonces, ¿no sería más realista asumir que todos los ciclistas se drogan, y dejar que gane el que tiene mejores médicos y mejores drogas?

Es un debate interesante. Por un lado, originalmente la esencia del deporte de competición era que lo importante es participar, y el caso Armstrong demostraría que ganar a toda costa no es una opción. Pero no seamos ingenuos: en el mundo del deporte, o ganas o no eres nadie. Además, por otro lado está claro que la narrativa del triunfo deportivo, la idea de que si tienes suficiente pundonor puedes triunfar, es una falacia. Funciona en películas como 'Rocky' (1976) pero nada más. No sé, si hubiera un estímulo que me permitiera ser mejor director de cine es posible que recurriera a él. Aunque también es cierto que yo de drogas no sé nada. En el pasado he fumado porros, y no me sientan bien.