Un punto de los últimos doce, un mes entero sin una miserable alegría, ninguna victoria en el 2017, el Real Zaragoza precipitado en la decimoquinta posición solo cuatro puntos por encima del descenso y a seis de la zona de promoción con ocho equipos por el medio, incapaz de ganar incluso cuando lo llega a merecer a los puntos, de concretar un triunfo feliz entre tanta infelicidad por la mala definición de Ángel, por la incompetencia para controlar los partidos incluso cuando casi ya no hay partido y por otro despiste defensivo que permite a un rival disparar solo, ejecutar un buen golpeo y convertir tres puntos en uno, en otro día en la oficina con la portería derribada. Y en otro revés. Duro, durísimo.

Ese es el balance de Agné en este año natural. El técnico enfrentaba una situación límite porque su crédito en la SAD era, y sigue siendo, casi nulo, inexistente de facto: la confianza en su figura está completamente resquebrajada y su futuro está solo pendiente de que alguien dé con el momento adecuado.

Al día del juicio final el entrenador se presentó sin complejos, valiente o temerario, según se mire, con un salto mortal como plan: Irureta bajo palos, ni Saja ni Edu Bedia en la formación titular, Lanzarote fuera de la convocatoria, Barrera sentado a su lado, Morán titular y, por fin, Zapater y Cabrera tratando de sellar unos laterales donde solo José Enrique ha dado el nivel. No le salió mal. Ni bien. Luego terminó enmugreciendo el día en la sala de prensa con una forma de hablar chabacana, con un lenguaje impropio y reprobable, solo digno de rectificación.