Como el fútbol, este Real Zaragoza contemporáneo también es así. De una semana a otra, el estado de ánimo es capaz de mutar del completo desengaño a la esperanza más absoluta. El Zaragoza es un club, y su entorno con él, de altos y bajos, de extremos, con apenas términos medios. Las profecías van y vienen por el mismo camino por el que se fueron. Las predicciones cambian como el tiempo. Hace solo once días, en Tenerife, el equipo inquietó por su pobre nivel. El domingo, a pesar de no ganar al Granada, terminó el encuentro con el cuerpo a tono y la ilusión recuperada, visto el notable rendimiento de la segunda parte.

El 1-1 de La Romareda arrojó argumentos para creer que el proceso que Natxo González ha puesto en marcha tiene recorrido, el que sea pero que lo tiene. La manera de atacar, consecuencia de un plan muy entrenado, la aparición por fin de Benito, el primer buen día de Buff, la constancia de Zapater, la figura agigantada de Borja... Motivos puntuales que son un buen punto de partida y que vigorizan la crediblidad del equipo, que obviamente debe reforzarla con continuidad y resultados. En este camino en busca de las victorias, ese proceso machacón con el que el entrenador insiste para que su mensaje cale hondo, el Real Zaragoza ya ha estado otras veces. Siempre le ha faltado paciencia, como el resto también preso de ese continuo vaivén emocional. Paciencia. De momento, paciencia. Natxo González y sus futbolistas se la ganaron bien ganada el domingo.