Así, en mayúsculas. Sin un pero salvo ese pasillo que Benito no termina de cerrar. Desde la humildad colectiva y el talento individual bien administrado y puntual. Con paciencia, constancia, trabajo y un par de detalles de alta costura. Siendo importantes titulares y reservas. También el entrenador, un Natxo González que renuncia ahora a subir alegre al mismo campanario desde el que estuvo a punto de despeñarse con su singular biblia bajo el brazo. Donde dije fantástico digo prudencia. El Real Zaragoza había recolectado ya un buen número de triunfos, de todo pelaje pero la mayoría con un fútbol expuesto a los errores defensivos, a la inestabilidad, a la inconstancia. Casi siempre pendientes y dependientes de Borja Iglesias y de Cristian, auténticos guías de este renacer hacia la permanencia. Sí, sí, hacia la salvación. Porque hace tres jornadas, el equipo se columpiaba, antes de enfrentarse al Lugo, entre un gramo de paz y una tonelada de angustias. Los nueve puntos de nueve le proponen ahora un reto tentador, engancharse con el playoff, o lo que es lo mismo, seguir ganando a toda máquina con la tremenda dificultad que implica. No hay por qué frenar, pero tampoco perder la perspectiva de las distancias que aún existen. Lo importante se ha logrado: jugar con personalidad, doblegar al Real Oviedo en el mejor encuentro de la temporada y alicatar la estabilidad competitiva de cara al último cuarto del campeonato. Lo demás no está demás, si bien habita todavía el hogar de los sueños.

El Real Zaragoza está ahora con los pies en la tierra, como siempre pero con las raíces ofreciendo mayor consistencia al tronco. Se respira mejor, a pulmón abierto, con la mente limpia de urgencias insanas. Sólo de esta forma se podía derrotar a un Oviedo compacto, de hermetismos variados y sistemas de enorme seguridad. En ese duelo blindado, con mínimos espacios para debatir entre las buenas y las malas decisiones, el conjunto de Natxo González ha ido fermentando un estilo poco vistoso pero eficaz. Perone y Grippo le sacuden al balón sin preguntar, lo que se ha traducido en una reducción considerable en la concesión de ocasiones absurdas y en una realidad palmaria: todo lo que vuela hacia Borja Iglesias es material reciclable. Aunque el delantero tuvo de fiel carcelero a Carlos Hernández, demostró una vez más que así le apuñalen por la espalda, de un piedra que caiga a sus pies puede construir la Capilla Sixtina. Lo más interesante del gol que se fabricó es que en la elaboración estuvo Buff con un toque sutil del perfil de su bota. El suizo agitó el partido desde el banquillo, otra novedad sustancial. Entró para imprimir algo diferente al juego lacio de Febas y lo hizo. No se sabe a ciencia cierta cuál es su recorrido, aunque desde que fue rescatado de los fantasmas de la inadaptación, le encaja como anillo al dedo el papel de revulsivo.

Nadie brilló especialmente en una cita que solicitaba nervio templado. La maniobra de Borja en la primera diana sí desprende una luz especial. El resto fue un ejercicio de ejército disciplinado, de soldados con una razón para pelear como en ese balón que Pombo persiguió poseído por el empeño hasta forzar el gol en propia meta de los asturianos. De esta forma sí tansmiten fiabilidad al margen del resultado. Garantías que tendrán que ir sellando cada fin de semana con moderada y renovada ambición. Porque el Real Zaragoza de la primera vuelta y el del 2018 siguen teniendo algo en común para lo bueno y para lo malo. Y hay que desterrar lo segundo más allá de esta mayúscula victoria.