Van a venir a decirle de ahora en adelante que no levante los pies del suelo, que está bien creer y hasta correr, pero que no se le ocurra volar. No les faltará razón a quienes piensan como Anquela, ese entrañable amarretas de toda la vida que guarda más razones en el corazón que en el fútbol. Quien se piensa que va a mantener la buena racha por inercia, siente y dice el técnico del Oviedo con sincera campechanía, se lo lleva el viento de la realidad. Lo dice porque hace dos ratos que su equipo se veía en Primera después de enlazar cinco victorias consecutivas y empatar en el campo de los dos cocos de la categoría, el Huesca y el Rayo, y ahora anda buscando a sus musas resultadistas. Ayer se encontró de frente con el gigantón de retumbantes pasos que venía sonando hace unos días. Lo oye el Oviedo y otros tantos, todos esos con los que se va a partir el pecho para ser, por lo menos, sexto.

Vendrá alguno a decirle que no sueñe para moderar la euforia que crece desde que el Zaragoza, por decirlo así, se parece al Zaragoza de su gente, al que brama valiente y noble en las gradas de aquí o allá. El de toda la vida, para entenderse. Con mayor o menor talento, el conjunto aragonés siempre jugó con el espíritu de los pequeños y el plus de los grandes. Más o menos hasta hace un decenio, bien se sabe, se comportó con relativa constancia como una escuadra combativa, intrépida, heroica en frecuencias lógicas. Con ese talante ha ganado los últimos partidos, se diría. Son los valores de su instinto, orgullosa raza.

Da para discutir, pero el Zaragoza ha mejorado más en cuanto a espíritu y convicción que en puro fútbol. De hecho, se le concede aún un buen margen en el crecimiento porque algunos de sus futbolistas, casi todos, no acaban de redondearse en precisión. Febas, Pombo, Borja y algún otro más son hoy mejores, pero no más exactos. Cuando se afinen, si lo hacen, el gigante matará en dos zarpazos.

Aunque lo que venga por delante se advierta como una labor titánica, se ha completado el primer paso del renacimiento, impensable, tan difícil. Se ha levantado un equipo agonizante, casi muerto en el estertor del 2017. Entonces, cuando aún no había terminado la primera vuelta, estaba a 11 puntos de la última plaza que lleva a la promoción. Más cerca, hace tres semanas, se encontraba a dos puntos del descenso y a diez del Lugo, el sexto. Seis goles y nueve puntos después, está a cuatro puntos del equipo que visita el próximo sábado. Si gana en Los Pajaritos, estará a uno, a dos, a tres como mucho. Si eso no es una resurrección...

Así las cosas, recuperando la metáfora de Natxo González, el Zaragoza ha aparecido en el retrovisor de todos los que van por delante en la carrera hacia el ascenso. Lo ven el Oviedo, el Numancia, el Sporting, el Osasuna o el Valladolid. Al gigante ven. Eso es el Zaragoza si pone el peso de su historia y de su estadio en el combate final, un coloso, un cíclope, un animal, una ola de entusiasmo desenfrenado. Se la hizo ayer su gente mientras los oviedistas miraban al infinito y escuchaban cantar: «Sí se puede». Es el estruendo de la gente, que quiere creer. Crean pues.