—¿Por qué le pusieron Hueso?

—Me lo puso Gaby (Milito) en la sub-17, porque mis piernitas de la rodilla para abajo eran muy flacas. Lo he llevado bien. En Argentina siempre tenemos apodos, a mí me decían antes Tano, porque así le llamaban a mi viejo.

—Rubén Horacio Galletti, histórico delantero argentino.

—En su momento fue la venta récord en Argentina, cuando se fue a México. Hizo 150 goles, era delantero centro, una posición parecida a la mía, pero tenía más potencia, más remate. En su época peleaba con Scotta a ver quién le pegaba más fuerte y mi papá una vez rompió la red. Yo salí diferente, no le daba tan fuerte.

—Antes de llegar al Zaragoza desde Estudiantes estuvo un año, en la 99-00, en el Nápoles.

—Fui traspasado al Parma, pero al llegar allí hubo cambios y no quise volver a Estudiantes. Me quedé seis meses entrenando con el Parma, aquel equipo campeón con Buffon, Crespo o Thuram. Estudiantes arregló un préstamo con el Nápoles, que estaba en la Serie B y ascendimos. Estuve bien. Allí a los argentinos nos adoran desde Maradona. Ibas a comer a un restaurante y no pagabas o te regalaban la ropa en las tiendas. Una locura cómo se vive el fútbol allí. Regresé porque el Nápoles no podía pagar 5 millones por mí.

—¿Quién le transmite primero el interés del Zaragoza?

—Pedro (Herrera) habló con mi papá. El Zaragoza y los argentinos tienen una historia grande y se le tiene cariño allí. Esnáider, Gustavo López, Kily... Había oído muchas cosas. Estaba también el Mallorca, pero no dudé nunca.

—La apuesta por su fichaje en el 2001 es elevada, seis millones.

—Esa temporada el club apostó fuerte, no solo en mí, también en Drulic, Esquerdinha, Bilic... Soláns tiró todo el talonario que se decía que no tiraba. Salieron mal las cosas, a mí me costó porque siempre había jugado de delantero centro. Llegué y jugaba en la banda derecha, el arco me quedaba lejos. Fue un año de sombras para el equipo y para mí.

—Culminado con el descenso.

—Que era el primero del Zaragoza después de muchos años. En ese vestuario había mucha experiencia y yo solo tenía 21 años, aunque me apoyaba mucho en el Toro (Acuña). Fue complicado todo, también el ambiente. Recuerdo cuando se le pitó a Acuña para que fallara un penalti porque había mucha protesta con el entrenador (Txetxu Rojo). El fútbol argentino tiene un ambiente difícil, pero no esperaba eso. Fue un año terrible y aquel descenso fue de lo peor que me pasó. En ese vestuario había jugadores que quizá no estaban tan comprometidos, terminaban contrato y no sentían tanto esa pertenencia.

—Se queda tras bajar.

—Y eso que me llamó Passarella para irme a México. Sabía que iba a rendir, por ese orgullo que siempre he tenido. Me dije que iba a quedarme, a dar mi nivel y después, si me querían vender ellos, que lo hicieran.

—No fue fácil el año siguiente con Paco Flores en Segunda. Hubo que sufrir para subir.

—Nos costó mucho, lo que suele ser habitual en los equipos que bajan. Paco era un entrenador que te decía las cosas a la cara y eso para el jugador es muy importante. Y también permitía que le dijeras las cosas. Recuerdo contra el Salamanca en Copa, en el viaje me pregunta cómo estaba y le dije, ‘estoy bárbaro’. Me deja suplente y fue el partido que marco en la prórroga en una jugada que tiré un centro. A la vuelta le dije, ‘para qué me preguntas, no lo hagas’. Se calló, asumiendo que tenía razón y no hubo ningún problema, seguí jugando.

—En Segunda juega mucho y es vital en ese ascenso.

—Y eso que la temporada fue gris al inicio, por los viajes, por los rivales, por adaptarse y por la presión. Hubo dos etapas y la segunda vuelta ya fue mucho mejor, aparecieron Cani y Espadas y nos dieron vida. A Cani se le veía un jugador distinto, con unas condiciones bárbaras, con descaro. Me llevaba muy bien con él, a pesar de que siempre nos ponían en el debate si uno u otro por la posición. Es un chico divertidísimo.

—Se sube a Primera y llegan Savio, Ponzio, Álvaro, Milito y Villa. Vaya cinco fichajes...

—Sí, máximo acierto. Subieron mucho el nivel del equipo. A Gaby lo conocía bien. Cuando le pasó lo de la rodilla en el Madrid también hablé con Pedro para que lo trajera, le dije que era el mejor central que podíamos tener, aunque también él lo sabía.

—¿Gaby era más importante en el campo o de líder del grupo?

—En ambos. Siempre fue líder, es que lo fue también en el vestuario del Barcelona. Con 15 años era igual. Nació así. Yo tenía claro que iba a ser clave en el grupo, acababa de llegar y ya estuvo entre los capitanes. Siempre me quedaré con él como jugador, es un gran amigo y de los mejores con los que compartí vestuario.

—¿Recuerda aquella pelea en un entrenamiento con Villa?

—Sí, los dos cabezones y con carácter. Son cosas que pasan. Fue un incidente que dentro del campo no afectó nada, pero sí fuera, en la relación. Éramos amigos de juntarnos a comer y eso se paró, ya que al principio casi ni nos hablábamos. Lo importante es que en la cancha no afectó.

—Aquella temporada fue dura en la Liga, pero, ya con Víctor Muñoz, se llegó a la final de la Copa, donde no jugó de inicio y marcó un gol para la eternidad.

—Viví ese día las dos caras. No me esperaba no jugar, la verdad. No me lo dijo Víctor, cuando estaba marcando el equipo en la charla, yo, que me sentaba primero siempre, empiezo a ver que mi nombre no estaba en la derecha, luego tampoco en la izquierda, ni arriba... Qué cabreo me agarré. Terrible. Yordi me dijo que a él le pasó igual en la final de Copa anterior y que marcó y que yo lo iba a hacer. Pero entonces nada te consuela, no entiendes nada. Ni siquiera ahora lo entiendo.

—¿Le gusta ser tantas veces recordado por marcar ese gol, el 3-2, más que por su carrera aquí?

—Es lindo. Me gusta ser recordado por ese gol, claro que sí. Es el rival, el Madrid de los Galácticos, el título, el momento, nadie daba dos pesos por nosotros... Jugamos un partido perfecto. Y fue un buen gol, un remate donde le di bien. Sabíamos que ese balón de Adidas si le dabas de empeine se movía mucho para los porteros. Lo agarré bien. Pero los goles los hacen más grandes el significado que tienen. Fue el más importante que hice, uno de los que más de la historia del Zaragoza.

—Casi no pudieron celebrar aquella Copa.

—No había nada preparado y poco antes habían sido los atentados en Madrid. Acabé en una hamburguesería junto al hotel porque no podía dormir del hambre que tenía. En la Supercopa con el Valencia nos pasó algo parecido, nadie daba nada por nosotros tras el 0-1. Ahí, ni cena preparada había. En ese partido también marqué. De todas las finales que jugué solo dejé de marcar en una. Fui jugador de goles importantes, pocos pero muy valiosos, aunque en Grecia jugué más arriba y salí campeón de Liga y máximo goleador, con 18 goles.

—Su última temporada es la 04-05, donde hasta se sueña con el título europeo.

—Sí, tuvimos nuestras chances ahí. Había un buen equipo. Nos faltó un poco, siempre decía que con dos o tres fichajes importantes podíamos dar ese salto de calidad, pero se fue desarmando el bloque.

—¿Con qué sensación se va ese verano tras no renovar?

—Con la espina clavada, porque tenía la esperanza de continuar. El Atlético llevaba tiempo detrás, pero yo quería seguir, me había comprado la casa, planeaba mi vida en Zaragoza, pero no hubo ese deseo desde el club. La oferta que se me hizo fue para que dijera que no. Me enfadé, porque si no me quieres mejor decirlo, pero que no me hagan quedar mal rechazando la propuesta. Noté que no había intención de que siguiera. El Zaragoza sacó traspaso conmigo, pero solo la mitad de lo que pagó.

—¿Fue un error irse al Atlético? Jugó poco allí.

—No, para mí no lo fue. Me costó adaptarme porque en los primeros seis meses pensaba más en el Zaragoza que en mi nuevo equipo. No aceptaba haberme ido. Echaba de menos todo y además tuve una pubalgia. Se juntó todo.

—¿Hasta qué punto influyó Víctor Muñoz en su salida?

—Tuve roces con él y uno de ellos creo que influyó para que me traspasaran porque él ya había renovado y la relación era difícil. Tiene un carácter complicado y yo no me callaba. Chocábamos. Eso fue determinante para el traspaso, pero, eso sí, me parece un gran entrenador.

—Tras el Atlético, se fue al Olympiacos y en el 2010 llega su enfermedad de riñón. ¿Qué pasó?

—Vino todo de un virus con la selección sub-17 en México, se me alojó en el riñón. Me llegó por el agua, por el hielo contaminado que me dieron en el hotel. Estuve un mes con antibiótico para la fiebre, jugué el Mundial sub-17 y lo disputé entero. En 2010, en un control rutinario, me dicen que algunos parámetros han salido mal. Había que repetir los análisis y lo hice tras jugar tres partidos completos en una semana. El lunes siguiente fui al hospital y estuve 15 días ingresado. No entendía nada, el técnico me llamaba y yo le decía que al día siguiente iba a entrenar. Venían los médicos griegos, me miraban, se iban y yo estaba loco porque me dijeran qué tenía. Era una insuficiencia renal, volví a entrenar, estuve con un tratamiento, después con otro y una junta médica me dijo que era muy arriesgado jugar. El funcionamiento del riñón lo tenía a un 30% y si lo exigía era peligroso. Por eso me retiré y volví a Argentina.

—Le operan y su padre le dona un riñón. ¿Lo hizo para volver?

—No, me hice el trasplante porque si no tenía que empezar con diálisis y quería solucionarlo cuanto antes. Apenas sabía lo que significaba un trasplante. Fue todo bien, estuve un mes tras la operación y no me animaba a preguntarle a la doctora si podía volver a jugar. No quería retirarme así, necesitaba un partido más, decir adiós en una cancha. Y la doctora me dijo que salió todo bárbaro y que si quería podía volver. Fue la noticia más linda tras el nacimiento de mis hijas. En octubre del 2012 fue la operación, en enero empiezo a entrenar con Estudiantes y después me llamó el OFI de Creta.

—Ya solo jugó 9 partidos.

—Me sentía bien y el noveno partido era ante Olympiacos en su cancha. Habían pasado tres años desde lo que viví allí. Al saltar fue una ovación tremenda, la gente llorando y aplaudiendo. Jugué los últimos 20 minutos y dije basta, ya está. Eso era lo que me faltaba, ese reconocimiento. Noté que ya había cerrado el círculo y nunca más tuve ganas de jugar.

—¿Qué significa el Zaragoza en su carrera deportiva?

—El club que me dio la oportunidad real de jugar en Europa, donde más me hice como futbolista. Hablo aún con Zapater, con Charly (Cuartero), con Cani cuando se retiró. Junto con Olympiacos, donde viví tres años espectaculares, son los dos equipos más importantes para mí.

—¿Cómo lo ve ahora?

—Me duele que esté en Segunda, que no haya podido ascender estos años. A ver si puede ser con el playoff... Ojalá ascienda, merece volver a Primera, porque además el club también parece que está más organizado. El último partido que vine, donde hice el saque de honor, fue un 4-0 al Valencia. Que me llamen para otro partido clave, el del ascenso (sonríe).