1- El planteamiento

El Real Zaragoza se despide de su sueño de ascender a la máxima categoría de la forma más hiriente, con un tanto en el minuto 90 que deja a los de Natxo González por sexto año consecutivo en la categoría de plata del fútbol español. Las lágrimas en los ojos de la afición zaragocista vislumbran un encuentro donde el once pecaba de erróneo. La salida en especial de Febas, positivo en este tramo último pero al que le faltaba cierta chispa, al igual que la ausencia de Delmás, que aunque devorado en la idea por un Marc Mateu en su día de gracia estaba desarrollando una buena campaña sorprendía. El fútbol que se planteaba era uno más de contención, sin demasiado atrevimiento, en el que la renta de 1-1 fuera suficiente para salir victoriosos de La Romareda. Pero el esquema planteado finalmente no funcionó y ese guion quedó en papel mojado sobre el césped de una encharcada Romareda.

2- El muro numantino

El Real Zaragoza no supo salir del todo del laberinto que había diseñado el Numancia para este partido. Una vez más, en la medular se situaba la gran muralla soriana plantada en el encuentro de ida y las líneas atacantes zaragozanas no supieron destruirla por completo. Eguaras se mostró totalmente enjaulado y frente a esas rejas estaba todo el batallón de primera línea numantina, que hacía guardia. Una pequeña reja se abría en la segunda mitad, con un Zaragoza que parecía haber dado con la tecla. Pero el fútbol es caprichoso, y en un abrir y cerrar de ojos, las puertas al Olimpo se pueden cerrar. El empeño de Borja, la solvencia en el fútbol de Zapater y el rayo de luz proporcionado por el tanto de Mikel González en fuera de juego quedaron mutilados cuando el estadio ya esperaba la prórroga.

3- Zapater, una pequeña luz

De nuevo y a pesar del resultado último, Zapater supo ser el líder. El capitán puso sobre la mesa el pulmón y dijo: dadle un extra de oxígeno. Su objetivo era Marc Mateu y lo paró. Subía, bajaba, trotaba sin cesar aportando cierta frescura a un juego que aunque en algunos compases se vio cierta perspicacia, pecó de inconcluso y de poco efectivo. El 21 se ha ganado con galones ser catalogado como la pieza angular no solo del encuentro sino de una temporada en la que se ha navegado por aguas turbulentas, pero en las que ha sabido llevar el timón a pesar del choque último contra el iceberg soriano.

4- La falta de efectividad

Los partidos se ganan con goles. El Real Zaragoza echó en un tramo toda la carne en el asador para que la eliminatoria no se diera por concluida tras el mazazo de Íñigo Pérez. Tiró de fortaleza, de agotar las reservas, pero la efectividad fue su gran talón de Aquiles para dar un paso más hacia ese ascenso ya olvidado. Cuatro goles se podrían haber materializado, pero la diosa fortuna quiso que Aitor tuviera hoy su día de gracia. Uno a uno, todos los balones se chocaban contra un muñeco bien posicionado. La incredibilidad se posaba sobre el cielo ennegrecido de La Romareda, el fútbol estaba jugando una mala pasada en una tarde en la que se necesitaba de suerte de cara a portería, y aún dio dos mazazos más sobre la mesas, hiriente el primero y totalmente sangrante el segundo.

5- Eguaras, enjaulado

Pere Milla fue la sombra siempre alargada del mediocampista del conjunto zaragozano en el enfrentamiento de ida. Esta vez, el papel lo ejercía Diamanka. El acoso constante hizo que el fútbol de Eguaras pasara totalmente desapercibido. Adelantaba líneas, pero nuevamente el jugador numantino y exzaragocista se plantaba sobre su espalda, echándole casi el aliento en la nuca. Ese faro que iluminó durante la segunda vuelta se apagó durante unos playoff que le habrán sido angustiosos. La luz que proporcionaba el navarro era insuficiente para un tramo de temporada en la que todos los focos tienen que estar perfectamente acondicionados para alumbrar sobre el césped.

6- Un fin de infarto

El empate pedía cabeza y rigurosidad. Meter la sexta marcha no estaba permitido, para eso quedaba una prórroga que en caso de que hubiera acabado con el 1-1 en el marcador le valía a la disciplina blanquilla para estar en la segunda ronda eliminatoria. La locura se impuso sobre el terreno de juego, idas y venidas hacía del terreno una montaña rusa imposible de parar cuando no era momento de ir boca abajo. El Real Zaragoza le ponía ganas, pero lo faltaba un punto de frialdad, ese rigor táctico de todo el conjunto en líneas ofensivas. Eran inexpertos en situaciones así, pero el fútbol lo requería. El papel se realizó en mayor o menor medida. Fue correcto, pero el destino quiso que en el 90 se acabara el sueño.

7- Borja Iglesias, el renacimiento

Si no funcionaba el juego medular y por los flancos, era imposible que Borja Iglesias pusiera sobre el césped la magia que le ha caracterizado para, con su espalda, perfilarse hasta la portería contraria. El gallego se desesperaba con el paso de los minutos, pero fue el vestuario quien provocó su resurgir. Algo debía hacer, estar completamente encarcelado no era una opción, y, con la perspicacia e inteligencia que le caracteriza se acercó al mediocentro, filtró pases, se cambiaba de banda si el libreto así lo requería y de su remate nació el único tanto de los aragoneses. Le faltó el suyo propio. Su actuación se vio ligeramente ensombrecida por no encontrar puerta, al igual que Papu, en un encuentro que invitaba a que los dos salieran con una sonrisa, no entre lágrimas.

Así las cosas, el Real Zaragoza pone punto y final al viaje por el sueño de Primera a golpe de pesadilla. No obstante, en la memoria colectiva ha de quedar la tercera posición, el renacer como ave fénix de jugadores y técnicos en la segunda vuelta y la entrega de una afición que, a pesar de lo que refleje el marcador de un partido, es de Primera División.