La sucesión de los hechos es la siguiente. El Real Zaragoza coge un terrible color de candidato firme al descenso en diciembre de la mano de Lucas Alcaraz y decide destituirlo. El tercer entrenador del proyecto, de ascenso al inicio y de supervivencia después, resultó ser un icono del zaragocismo: Víctor Fernández. Su llegada tuvo ese aire mesiánico que siempre le ha acompañado, la aprobación colectiva y produjo un excelente efecto inmediato en los resultados. Nada más llegar, Víctor Fernández acotó voluntariamente su recorrido: «En junio me voy seguro».

Empieza ahí mismo una larga partida con muchas cartas sobre la mesa y algunas marcadas desde el principio. Un juego de apariencias y realidades que va desarrollándose a la par que las jornadas, el resurgimiento del equipo, su caída y su último estupendo esprint. En abril, Víctor mantiene su posición en el club: no seguirá. La SAD activa la búsqueda de técnico con el ojo puesto en Fernández, el primer candidato para la institución si quiere quedarse. Una idea siempre viva, pero pendiente de la idiosincrasia del aragonés. Unzué, Djukic y Garai son las propuestas de Lalo. El club da el ok. Con al menos dos hay reuniones personales.

El Zaragoza protagoniza un gran último mes, está salvado virtualmente y La Romareda le pide que se quede. Víctor ya no dice que se irá en junio. La partida se sigue jugando en la sombra. En ese punto estamos.