—A punto de cumplir los 39 y continúa en activo siendo importante en su equipo. ¿Cuál es su secreto?

—No hay secretos más allá del trabajo. Lo único que me mantiene vigente y al día es entrenar y, sobre todo, una gran pasión por el fútbol. Me gusta mucho y lo hago desde hace 20 años y no me imagino sin él. No hay misterios. Solo que te guste lo que haces y sentirlo.

—¿La edad no rebaja la pasión por el fútbol?

—Es que el fútbol es para lo que nací y me crie. Lo que me enseñaron cuando era chico y lo único que sé hacer. A lo que siempre he dedicado todo mi tiempo.

—¿Tiene fecha de caducidad?

—Está claro que esa cuestión tiene mucho que ver con la edad. Me preguntan a menudo cuánto tiempo más voy a jugar, pero no me pongo plazos. He renovado un año más y llegaré seguro a final de año. Después ya veremos. Iremos año a año y a ver cómo termino. Lo que está claro es que, en el fútbol actual, si no te cuidas te pasa factura. Hay que vivir como se juega y jugar como se vive. Y yo trato de cuidarme mucho más de lo que lo hacía, pero creo que lo mental es la clave. Cuando me cansé, pararé.

—Ha jugado en las grandes Ligas europeas, además de en Argentina o Brasil. ¿El fútbol es muy diferente según el país o la esencia no cambia?

—La esencia es la del jugador. No perder las picardías y lo que trae el jugador desde niño. Es obvio que el fútbol es diferente en función del país en el que se juegue. El inglés es más rápido y físico que el español, donde es más táctico y técnico y menos directo, con más posesión de balón. El italiano es un poco más físico, pero siempre voy a decir que depende mucho del jugador y de su adaptación. Yo tuve que adaptarme en Inglaterra a un fútbol diferente al de la Liga española y al alemán, que ha cambiado mucho en los últimos años y ha mejorado. Antes era más físico y ahora es más vistoso y mejor jugado, con muchos más futbolistas con buen pie.

—¿Cómo empezó todo? ¿Por qué Andrés D’Alessandro es futbolista?

—Soy futbolista por mi familia. Algo traía dentro de mí. Un jugador tiene un don y sabe jugar y a partir de ahí va aprendiendo, pero interiormente trae algo desde que nace. Nos equivocamos, acertamos y nos vamos perfeccionando, y eso forma parte del crecimiento como jugador y como persona. Pero todo lo que aprendí de chico lo hice por mi familia, que es muy futbolera y que siempre me acompañó. Una de las cosas más importantes fue esa ayuda de mi familia en mi niñez y la adolescencia porque ese apoyo fue fundamental para conseguir cosas y poder jugar al fútbol.

—¿Cuál es el título más especial en su vitrina?

—Los títulos son importantísimos. Jugamos para ganar y nos preparamos para alcanzar momentos importantes en una competición. Pero para mí lo más importante es dejar un legado como jugador y como persona. Muchas veces nos equivocamos y es bueno reconocerlo porque nunca dejamos de aprender. Eso ha pasado y pasará siempre, tanto cuando eres jugador como después. Porque hay que seguir viviendo y dejar un legado es más importante que el hecho de que digan mañana que D’Alessandro ganó esto o aquello. Se trata de que te recuerden como un profesional al cien por cien, que amaba el fútbol y tenía conducta y respetaba. Esos son valores que no se pueden perder.

—Hábleme del Zaragoza.

—Pasé momentos bárbaros allí. Siento mucha nostalgia y me gustaría volver atrás y volver a pasarlos. Para mí era un sueño jugar en España y lo pude concretar en un club que me lo dio todo. Fueron momentos espectaculares formando parte de un equipo bárbaro. Nos queda la sensación de poder haber hecho más y lograr un título porque había jugadores muy buenos, con experiencia y títulos en su palmarés. Pero el saldo fue positivo. Lo pasamos bien porque el grupo era bárbaro e hicimos que a la afición le gustara la manera de jugar del equipo.

—Pero el segundo año fue catastrófico y el equipo descendió. ¿Por qué se torció todo?

—Con el equipo que teníamos no tenía que haber pasado, pero son cosas del fútbol. Cambiaron algunas cosas y no esperábamos que pasara todo aquello. Nadie pensaba que con el equipo que había pudiéramos descender, pero hay que sacar lo positivo y usarlo como experiencia para no volver a repetirlo.

—¿Ha sido el principal fracaso de su carrera?

—No. Es obvio que tuve diferencias con Víctor y por eso me fui. Pero no guardo rencor y me pone contento que haya vuelto al club. Para mí, el primer año fue una experiencia espectacular y en el segundo cambiaron cosas, algunas de las cuales no me gustaron por mi carácter y tuve que irme. Me habría gustado quedarme porque tenía cinco años de contrato y tanto mi familia como yo estábamos bien. Vivir en España es un lujo y en Zaragoza es algo espectacular. Lo tenía todo para que me fuera bien pero el fútbol tiene esas cosas y lo importante es dar la vuelta a la página. No guardo ningún rencor por lo que pasó.

—¿Pero qué pasó?

—Diferencias con Víctor. Lo que tenía que hablar con él ya lo hice. Han pasado muchos años y soy de los que prefiero hablar las cosas cara a cara. Nunca hablaré mal de Víctor porque no tengo que hacerlo. Fue el entrenador que me llamó para jugar en el Zaragoza y le estoy muy agradecido porque me dio la posibilidad de hacerlo, pero tuvimos diferencias. Es el fútbol. Tenemos diferentes caracteres y opinábamos diferente, y creo que tomé la mejor decisión. Después uno se arrepiente de algunas cosas, como de la manera de hacerlo, pero a veces por momentos de calentura reaccionamos mal y la forma no es la correcta. Me arrepentí de eso, pero guardo el máximo respeto a Víctor y siempre desearé lo mejor para el Zaragoza.

—¿Ha vuelto a hablar con Víctor?

—No. Estuve el año pasado en Zaragoza disfrutando de La Romareda y llevando a mis hijos al estadio porque no lo conocían ya que mi hija mayor, de 13 años, era muy pequeña entonces. Sigo teniendo casa y amigos en Zaragoza, donde nos recibieron muy bien y nos trataron aún mejor. Seguramente volveré a visitar a amigos y volveré a ver algún partido en La Romareda.

—¿Cómo se despediría ahora?

—Con 39 años lo haría de otro modo. Ahora soy mucho más maduro y tranquilo, aunque el carácter no va a cambiar nunca porque es lo que me llevó a tener 20 años de carrera, a ser jugador de fútbol y a ganar cosas. Pero a veces nos equivocamos y somos impulsivos. Hoy hablaría mucho más de lo que lo hacía antes. Soy mayor y más tranquilo.

—¿En qué medida influyó su relación con Aimar?

—Mi relación con él era espectacular. Bárbara. A veces pasan cosas y existen diferencias en cuanto a opiniones que provocan discusiones entre compañeros. Son cosas que suceden habitualmente. Por eso le digo que, en lo que se refiere a aquella discusión con Pablo, las formas no fueron las adecuadas. No tenía que haber sido en el campo de entrenamiento, sino en el vestuario, como hicimos después y quedó todo solucionado. Pero mi relación con él era y es bárbara. Trabajamos con el mismo empresario y cuando tenemos que hablar lo hacemos. No soy una persona que no intente solucionar las cosas cuando hay un problema y, ya le digo, esas discusiones con un compañero son cosas que pasan.

—¿El vestuario se dividió?

—No estaba dividido. Éramos un grupo bueno y nunca sentí que estuviera dividido. De hecho, si había una cosa que nos mantenía fuertes era el vestuario. Allí había gente con experiencia, ídolos como Zapater, que lo sigue siendo y todos mantenían el grupo unido. Si había algo por lo que creíamos que el segundo año nos iba a ir mejor aún era porque, aparte de un gran equipo, había buenas personas en un conjunto trabajador que entrenaba bien. Pero pasó lo que nadie imaginaba.

—¿Por qué dimitió Ander Garitano apenas unos días después de haber sido el técnico elegido para sustituir a Víctor Fernández?

—Nosotros nos manteníamos al margen de esas cosas. Es obvio que cuando se empieza a cambiar mucho de técnico y tienes tres o cuatro en un año algo va mal. Los resultados no eran los que queríamos y, a partir de ahí, un equipo no mantiene una forma de jugar cuando se cambia tanto de entrenador y eso repercute en el vestuario.

—¿Con Víctor se habría salvado el Zaragoza?

—Es difícil de decir. Víctor tenía el apoyo de la gente y cuenta con una gran historia en el club, pero ya le digo que cuando se cambia muchas veces de entrenador es que algo no va bien.

—¿Cómo era Agapito?

—Conmigo siempre se portó bien. Luego pasaron cosas, pero fue quien me llevó al club y un tipo que me dio confianza. Me llevaba bien con él.

—¿Qué ha sido el Zaragoza para D’Alessandro y D’Alessandro para el Zaragoza?

—Para mí fue un sueño jugar en el Real Zaragoza y en España. Me hubiese quedado mucho más tiempo allí porque estaba bien y me gustaba ese fútbol en una de las mejores Ligas del mundo. Pero a veces tenemos que tomar decisiones. El Zaragoza fue muy importante en mi vida y yo espero haber dejado algo bueno allí, aunque no lograra títulos. Ojalá el aficionado pueda haber disfrutado un poco de mi fútbol y haber dejado buenas cosas en la cancha.

—¿Qué imagen se tiene en América del Zaragoza?

—A los argentinos se les viene a la cabeza la Copa del Rey, los Milito, Aimar, Ayala... Acá, en Brasil, la gente recuerda a Ewerthon, Oliveira, Sergio García, Zapater, César o Celades. O Piqué, que era suplente con nosotros. Recuerdos espectaculares.

—¿Cómo lo ve?

—Lo sigo y espero que pueda subir este año. Tras un descenso se inicia un proceso que al Zaragoza le ha costado, pero la gente está llenando el estadio y confío en el equipo y el entrenador.

—¿Qué hará cuando se retire?

—Uno se va preparando. Hice el curso de entrenador hace unos años porque está claro que jugar al fútbol no te da todo el conocimiento que se necesita para ser entrenador, que es algo mucho más complejo y difícil. Es un trabajo distinto al de futbolista. Seguramente, seguiré relacionado con el fútbol porque siempre ha sido así a lo largo de mi vida, pero no tengo decidido si voy a ser entrenador, mánager o presidente. No lo sé.