Todo comenzó a los 9 años, en la carrera de San Jorge desde Albalate, su pueblo, a Urrea de Gaén. Alicia quería ser como su hermano, que competía con el club de atletismo del pueblo. Su madre, que impuso correr junto a ella como condición indiscutible, la perdió en la primera curva. Había nacido Alicia Pérez, atleta. «En los Juegos Escolares del colegio practicas velocidad, resistencia, salto de altura o longitud, pero, ya un poco más mayor, decidí que mi cuerpo no estaba diseñado para el salto y empecé a hacer carreras». A los 16 años disputó la primera, clasificándose para el Campeonato de España de cross y de 3.000 metros en pista al aire libre. Desde entonces, se dirigió más hacia el fondo. «Al final te decantas por aquello en lo que te encuentras más cómoda».

Y la decisión fue acertada. Así lo corroboran el bronce del Campeonato de España de maratón en Sevilla del 2018, el récord de España de los 50 kilómetros en ruta y el de los 100, donde fue la primera española y única mujer hasta el momento en bajar de las 8 horas en la distancia. Primera nacional en el maratón de París, en el 2017, segunda en el de Praga, tres años seguidos ganadora en Zaragoza… la hoja de servicios de Pérez no para de crecer, aunque el bronce en el Mundial de 50 kilómetros en Rumanía es, seguramente, su logro más preciado. «Fue una explosión», asegura.

Pero Alicia, en uno de los mejores momentos de su carrera, se ha topado de bruces con la paralización de la competición de larga distancia como consecuencia de la pandemia. Los maratones esperan mejores tiempos, lo que aboca a la aragonesa a buscar la necesaria competición en el cross, disciplina en la que es campeona de Aragón. «Estoy entrenando muy fuerte, pero no puedo estar todos los días así porque el cuerpo necesita estímulos de competición y el cross y la pista es lo único que hay ahora mismo, así que adaptarse o morir. Nadie puede estar entrenando sin un objetivo a corto o medio plazo». Quizá, esa incertidumbre del día a día es lo más complejo de gestionar. «No sabes si vale la pena machacarse sin saber cuánto va a durar esto, pero tampoco puedes parar porque estaría fuera de forma si se retomaran las competiciones».

De hecho, su próximo reto era el maratón de Praga, en mayo. Aún no ha sido cancelado «pero es difícil que se celebre», cree Alicia. Lo siguiente serían los 50 kilómetros en el Nacional en Santander, en junio, pero todo envuelto en la imposibilidad de aportar certeza a una preparación que debe ser exhaustiva. «La preparación cuesta mucho más que la competición, que es el regalo. Cuando preparas un maratón entrenas sin descanso, incluso entre 160 y 170 kilómetros a la semana. Tienes que hacer dos carreras mínimo: una media maratón y una de 10K, la más larga unas tres semanas antes de la prueba».

La tarea dura meses, como los que dedicó a preparar la maratón de Valencia. «Fue un regalo ya que no había nada, pero nos dejaron competir. Empezamos a prepararla desde mayo, tras el parón por el confinamiento, y fueron meses de mucho estrés y nervios», recuerda Alicia, que subraya la dureza de la preparación de este tipo de carreras. «Es muy duro por todo lo que conlleva. No es solo no poder salir a tomar nada con tus amigas, es controlar la alimentación, el descanso, entrenar mucho... No hay trucos más allá de eso». Eso sí, la recompensa es enorme, como en aquella gesta en los 100 kilómetros para cuya preparación llegó a solicitar, incluso, la excedencia laboral. «Lo pasé mal. El último mes era solo entrenar y dormir y, aunque valió la pena y guardo un buen recuerdo, no sé si lo volvería a hacer», admite.

Alicia, a sus 31 años, sigue soñando. «Mi reto es superarme en cada maratón. ¿Los Juegos? De momento los sueño».