Fueron los primeros héroes del zaragocismo, el primer once que los aficionados recitaban de memoria. Tuvieron hasta una jota propia: «Ha luchado el Zaragoza / por defender su bandera / y están todos orgullosos / porque han subido a Primera». El 19 de abril de 1936, tres meses antes del inicio de la Guerra Civil, Los Alifantes consiguieron y festejaron en el viejo Torrero el primer ascenso a Primera División en la historia del club.

Después de quedar segundos en el Mancomunado (solo por detrás del Madrid, que le infligió la única derrota del torneo) y de nuevo segundos en Segunda División, el equipo se jugó el ascenso en la última jornada de la fase después de caer en la penúltima con el Arenas por 2-0. El 19 de abril de 1936 el Zaragoza debía ganar al Gerona en Torrero y el Murcia, al Arenas de Getxo. Los Alifantes cumplieron con una goleada (5-0) y, cuando acabó el partido en La Condomina, se desató la fiesta en el césped del viejo Torrero.

Después hubo recepción en el ayuntamiento, donde la banda municipal interpretó por primera vez el himno del club, con música de Sapetti y letra de Abad Tardes. Hablaron el presidente, Lorente Laventana, el capitán Municha y Gayarre, figura fundamental en el nacimiento del fútbol en Aragón y del club aragonés, que acudió enfermo al acto. Francisco Caballero, futuro presidente, fue el encargado de cantar la jota del ascenso, dicen que con voz fuerte y clara.

Después de años de rivalidades entre los diferentes equipos que surgieron en la capital aragonesa, la unión el 18 de marzo de 1932 del Zaragoza y el Iberia para alumbrar el club que pervive hoy, acabó cohesionando también a la afición, un sentimiento que se extendió más allá de Zaragoza. «En los pueblos había prendido la afición, patente en todo Aragón», señala Antonio Molinos en su libro Historia del Real Zaragoza CD, editado en 1982.

Da fe de ello también el capellán del club, Juan Antonio Gracia, entonces un niño que iba con su tío a Torrero. «El equipo era Lerín, Gómez, Alonso, Pelayo, Municha, Ortúzar, Ruiz, Amestoy, Olivares, Tomás y Primo. Después de la escuela nos íbamos a ver el entrenamiento de los jugadores. Simón, que era el encargado del material, nos dejaba entrar y Tomás, que era muy bueno con los chavales, se quedaba a jugar con nosotros, a ver desde qué distancia le metíamos gol», rememora.

La altura de los defensas y del meta Lerín había dado origen al sobrenombre de Los Alifantes en mayo de 1935, después de que un aficionado del Júpiter los describiera así. Los libros de historia los recuerdan como un equipo de raza, coraje, honradez y dignidad. «Fuertes, recios, combativos, lograban el reconocimiento de sus seguidores aún en los días de derrota. Los Alifantes tenían grandeza de cuerpo y grandeza humana, que es dignidad», escribió Antonio Molinos. Fuera de Zaragoza tenían fama de duros y violentos y una campaña desde la capital los bautizó como Los leñadores.

La temporada no fue fácil. Paco González, el técnico que había forjado al equipo, se marchó al Racing y el club contrató a Pepe Planas, exjugador del Barcelona conocido por sus marrullerías. El fichaje estrella fue el delantero Manuel Olivares. El negro o el chipirón, como se le apodaba, costó 5.000 pesetas y desbordó la ilusión: hubo que ampliar el plazo de inscripción de socios, que llegaron a 6.605. Hizo 17 goles en 21 partidos.

Además de goleador, se hizo cargo también del equipo tras la dimisión de Planas el 27 de febrero de 1936. El técnico había perdido la autoridad en el vestuario. Olivares siguió entrenando y goleando hasta llevar al Zaragoza a Primera División. El 19 de abril de 1936 el equipo ganó con comodidad al Gerona en un Torrero abarrotado y especialmente regado para la ocasión. El entrenador marcó el primero en el minuto 10 y dos después lo hizo Tomás, que repitió en el 25. En la segunda parte remataron la faena Primo y Amestoy. Por vía telefónica llegó el resultado de Murcia, el Arenas había perdido 1-0 y el ascenso era real.

La Guerra Civil retrasó el debut del Zaragoza hasta 1939 y, para entonces, ya era otro equipo. Los Alifantes tuvieron que cambiar el césped por la trinchera. Algunos quedaron mutilados, como Tomás, que dirigió después al equipo en Primera, otros fueron represaliados, como Lerín. Ordorica fue el único que falleció en combate.