Regresa el Tour de Francia. Es la cita deportiva del verano por excelencia que, tras los Juegos Olímpicos y los mundiales de fútbol, ostenta la mayor proyección mundial proveniente del mundo del deporte. Se dice que el Gobierno francés sería incapaz de poder pagar, desde el punto de vista publicitario y de promoción de la nación francesa, la imagen positiva que el Tour genera a lo largo de un mes sobre todas las naciones de la Tierra. Corroído únicamente en su listado histórico de ediciones por las dos guerras mundiales, tampoco la pandemia ha sido capaz de poner otro paréntesis sobre sus ciento ocho ediciones que arrastra desde 1903.

Así, este sábado arrancará en la Bretaña un recorrido de 3.383 kilómetros que, a lo largo de tres semanas, ofertará un menú clásico y completo, integrado por todo tipo de escenarios. En esta edición en torno a nueve etapas son susceptibles de llegar al esprint, seis jornadas están envueltas por la montaña, entre las que se incluyen tres llegadas en alto: Tignes, Saint Lary y Luz Ardiden, además de una tachuela final de dos kilómetros de la segunda etapa, llamada Mur de Bretagne que servirá para ordenar la clasificación inicial.

Los Alpes no se prodigan en esta edición pero sí el Gigante de la Provenza (Mont Ventoux) que se subirá por dos vertientes distintas en una misma etapa. Los Pirineos, con fácil acceso para los aficionados aragoneses, no olvidan al decano Tourmalet y plantean los dos escenarios interesantísimos ya citados de Saint Lary y Luz Ardiden, tan sólo a tres días del final de la carrera, lo cual podría boquear los ánimos de los máximos aspirantes al triunfo final durante dos semanas, pensando en ese interesante remate. Finalmente, dos etapas contrarreloj que suman 58 kilómetros, como siempre efectivas, para un posible desequilibrio de la balanza.

Ineos contra todos

Pese a la implantación actual de un ciclismo muy encorsetado entre pinganillos y potentes formaciones capaces de controlar al máximo la carrera, siempre nos quedará la esperanza de la generosidad en el esfuerzo que pueda llegar de jóvenes participantes como Pogacar (22) o Higuita (23). Precisamente una de las incógnitas de esta edición se centra en saber si Pogacar (UAE) será capaz de reeditar su victoria frente al todopoderoso Ineos (Thomas, Carapaz, Porte) cargado de estrellas millonarias, o el compacto Jumbo (Roglic, Van Aert, Kruijswijk). Estas tres formaciones estarán cortejadas en las ascensiones resolutivas por otros equipos (Astaná, Movistar, Bike Exchange, Education First oTrek) con figuras de nivel, pero no es previsible que el podio de París recoja otro personal que el del club de los millonarios que encabeza Ineos con un presupuesto de 46 millones de euros, seguido por UAE con treinta millones. Otro interés morboso llega de la figura de Froome, ganador de cuatro ediciones que con los 34 ya cumplidos, navega sin rumbo esta temporada, aunque bien provisto de fondos, en el equipo Israel.

Seguramente, la escapada de la jornada, siempre condenada a morir, ocupará el vientre de la mayor parte de las etapas, promoviendo la siesta del espectador, para posteriormente ser engullida por un insaciable pelotón, a unos treinta kilómetros de la meta, a una velocidad de vértigo. Y se liquidarán esas jornadas con un esprint donde Caleb Ewan, Sagan, Cavendish y otros suicidas ofertarán momentos delirantes. Es el guion que el Tour aporta para este ciclismo actual, en el que solamente agentes externos, como el viento con los pertinentes abanicos, pueden dinamitar etapas sin desnivel. En cualquier caso estamos ante un Tour con recorrido de corte clásico, con favoritos indiscutibles, con buena ración de montaña y la esperanza de ver alguna figura emergente que eleve nuestro interés y en las jornadas de montaña nos evite la siesta.