Las grandes historias de alpinismo no necesitan de interminables paredes pulidas o aristas rasgando cielos. Si desnudas esos relatos simplemente hablan de hombres que aman montañas. En esta aventura caben el Himalaya, los Andes y los Alpes desdibujados por lo que realmente es esencia, en ese principio y ese continuará en Ordesa. En una foto desenfocada en la que asoma la vieja cruz de la cumbre del Monte Perdido, un padre fumando y un niño agazapado bajo su refugio. En 1973. El padre es Rafael. El hijo es Javier, con siete años, casi sin saber que, en ese abrazo, estaba recibiendo la herencia más querida, el amor por las montañas, la tierra, empatía y solidaridad.

Rafael Oliver se refresca con el trago de una bota de vino a los pies de la Cola de Caballo.

Esta semana Rafael cumplió 87 años. Y Javier y su mujer Carmen le dieron las gracias. Se lo llevaron a la Cola de Caballo pasando por esa silueta del Tozal del Mallo donde el suegro se llevó en 1993 a esa novia del hijo, que nunca había calzado chirucas «para probarla». Si subía era buena. Y subió. Era buena. Lo es.

Ahora es vocal de Montaña Inclusiva y Solidaria en la Federación Valenciana y tiene el curso para pilotar la silla Jöelette, monociclo usado para que personas con movilidad reducida puedan hacer monte. Subido a ella habían cumplido el sueño del abu de hollar Penyagolosa, pero sabían que tenía que haber más, «en territorio comanche», en el hogar.

Y es que los Oliver son de Biescas, de Casa Ipiéns, emigrados a Valencia por la carrera como funcionario de Rafael. «Si me preguntan siempre digo que soy de Biescas. Sé lo que es segar la hierba, sacar las vacas, esquiaba con dos años... Mantenemos la tradición altoaragonesa de la Toza de Navidad. El Pirineo es nuestro imán», da fe Javier, notario como Carmen en Rocafort (Valencia).

Llevar la Jöelette no es sencillo. «La pilotan dos guías, uno delante y otro detrás. Su manejo es duro y muy técnico porque puedes volcar de lado y hacer daño a la persona que llevas». Por eso decidieron confiar en uno de los mejores. En Fernando Garrido, amigo y mito. Con él y otro guía de Aragón Aventura se lanzaron a las ocho y media desde la Pradera. Fueron trece entre familiares y amigos, los que ayudaron a empujar la silla cedida por el Parque Nacional tras acreditar que era para una persona con discapacidad.

Un regalo por otro. Poder sentir la sensación de estar de nuevo bajo el Circo de Soaso es un pago mínimo para aquel que les entregó la maravilla de subir y bajar laderas. «Al final nos dijo que no habría dos sin tres. Que una persona de 87 años, que cuida de su mujer enferma, tenga una ilusión en la vida es tremendamente emocionante», afirma Carmen. Y habrá una tercera.

Contra el cáncer

En esta historia faltan los capítulos de en medio en los que caben las cumbres más altas a las que siguió esa foto del Perdido. Y la más compleja la conquistó Carmen dos veces. En 2009 le detectaron un melanoma que pudieron tratar a tiempo y en 2013 se sometió a una mastectomia bilateral ante el riesgo de un cáncer de mama. En 2015 formó parte del primer Reto Pelayo Vida donde cinco mujeres ascendieron al Kilimanjaro (5.895m) para reivindicar el beneficio del ejercicio físico contra esta enfermedad.

De esta aventura nació el proyecto Encordados por la vida con el que este matrimonio inquieto ha recaudado donaciones para la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) y la investigación de tratamientos sumando euro por metro subido.

Y han acumulados miles y miles. Como cuando Javi encadenó seis veces el Mount Ventoux enterito para completar en un día y sin paradas los 8.848 metros del Everest en bicicleta, una animalada hasta para un ganador de la Treparriscos (2014). «Íbamos con Jorge Arcas y tiró de nosotros hasta Gavín», relata este amigo y vecino de Escartín.

Luego dejó las ruedas y cogió solo, con su hijo o su mujer la cuerda y el arnés. Viajaron por el Atlas (Toubkal), los Andes (Chimborazo, Ojos del Salado...), los Alpes (Cervino...) y finalmente el Himalaya. El 21 de mayo del 2018 Javier estuvo en el punto más alto del planeta tras 61 días de expedición y gracias a todas las fuerzas que le enviaba en sus mensajes Carmen.

De esa experiencia brotaron las páginas de un libro, Everest, un reto de ensueño, cuya recaudación ha ido íntegra a la lucha contra el cáncer. «La pandemia ha parado el proyecto. Este verano habíamos hablado de ir a Pakistán con Denis Urubko pero nos paró la situación de la pandemia», indica Javier Oliver. Esta renuncia les ha hecho ser atraídos por ese imán, al Pirineo de siempre, a casa, a esas cuestas en las Carmen pasó la prueba del abu, un montañés agradecido.