Hace dos años, la protagonista de hoy pasaba por esta misma página. Si buscan en la hemeroteca sabrán que nació en Hecho, que allí se hizo montañera por herencia familiar, entre Peña Forca, Acher, esquiando por Astún. Que fue en la universidad, por amor, cuando empezó a escalar y entonces no paraba de ir a Beceite, Montrebei, Riglos, Rodeno... Que estaba opositando para Forestal, como sus padres, echando de menos su Pirineo trabajando de ingeniera en Teruel. Que había estado en el Grupo de Tecnificación de ‘la Aragonesa’ (FAM) con Manu Córdova y que ahora era una de las seis del Equipo Femenino de Alpinismo de FEDME, de la Española. Que venía de Le Ecrins, de los Alpes, de formarse en glaciares y hielo. Que soñaba con ir al Himalaya.

Lo que Nieves no imaginaba es que por medio se iba a meter una pandemia que paralizaría muchos retos. No los suyos. Hoy, Nieves, vive en su Pirineo, obtuvo su plaza de Forestal y hace un mes volvía del Nepal. Feliz.

Sigamos esta página donde terminó esa otra. En el Valle de Tena. Seis amigas devoran información recluidas entre formación y formación. Buscan en guías, en revistas, artículos, en el Google Maps, todo lo que pueden de esas interminables montañas en Pakistán. El confinamiento pasó, FEDME alargó un año más el ciclo de tres del equipo. Había ido varias veces a los Alpes, incluida la ascensión al Mont Blanc, pero faltaba la guinda. A cuatro días para embarcar «lo tuvimos que cancelar por la cepa india del covid. Fue un chasco», recuerda Nieves, de 30 años.

Desde Yoshemite

Tanto trabajo sin ese último viaje juntas. Todo había empezado en otro lugar mágico, de Capitanes con Narices, en Yosemite. «Unos chicos allí me descubrieron que existían estos equipos». Primero entró en el de Aragón y luego con la Española tras pasar unas pruebas en Cerler. «Hicimos una contrarreloj esquiando, descenso y escalada en roca y hielo. Era la segunda vez que me metía en este terreno», dice esta trepadora en ‘clásico’ con grado 7b. Cautivó a Marc Subirana, el seleccionador desde hace siete años y que ahora deja el cargo a la primera mujer que capitaneará la nave. «Se trata de darles técnica, autonomía y experiencia», indica Marc Subirana.

Pocos meses antes de terminar el ciclo surgió otra oportunidad. El Valle del Rolwaling, fuera de las grandes rutas, pero donde los chicos habían ido hace cuatro años. En dos semanas tuvieron que hacer las maletas. No todas. La otra aragonesa, Paola Cabestany, por motivos laborales, no pudo ir.

La locura de Katmandú. Comprar material, comida y a patear hasta Nagaon. Un trekking de varios días por la selva por el Himalaya central hacia la frontera con el Tíbet. Y primer problema: sanguijuelas. «Sabíamos que había por la humedad, pero no las esperábamos tan pronto. Se quedaban muy pegadas». A Nieves también le sorprendió la cantidad de turismo local que encontraron en un paraje que, sin ochomiles se sale de las rutas de las expediciones comerciales. «En la zona hay dos lagos sagrados para los nepalíes, el Dudkunda y el Tsho Rolpa. Son gente muy amable. Estuvimos en un festival budista y tomamos licor de arroz», recuerda la oscense.

Con la información que habían recibido de Mikel Zabalza, Jordi Corominas y la guía de Jonathan Larrañaga probaron a aclimatarse en el Yalung Ri (5.650). «Un pico fácil. Solo encontramos alguna grieta». Después renunciaron a probar con el Ramdung - Go porque «estaba más lejos de lo que pensábamos». Tras unos días de descanso acometieron el Pachermo (6.145). «La aproximación duró un día más de lo previsto y tuvimos que racionar la comida. Un desplome nos hizo desistir». 

Cambió de objetivo. A por el Chekigo (6.257). «Hicimos dos cordadas. Yo fui con Marc y Amaia Aguirre». Tras 22 horas de escalada y pese a las condiciones variables, llegaron al collado, su meta. «Fue un gasto energético enorme. Cuando llegamos al campamento no teníamos ni agua y comida», narra.

Insitirían en esa cima. Su idea era probar por la cara oeste, pero Paola Cabestany, desde Aragón, les avisó que venía mal tiempo. «Laia, Marc y yo decidimos entonces una vía por el espolón sur que había hecho Zabalza». Sacando fuerzas de donde no había, pasando peligrosos seracs, enlazando cascadas con roca suelta, territorio mixto, probando técnicas aprendidas como rápeles con estacas y abalakovs. Otras 22 horas de trabajo para llegar a la arista cimera, donde decidieron regresar tan cansadas como entusiasmadas. 

Sueño cumplido. Vuelta a casa. Pero algo ha cambiado. Los pies en el Pirineo, la mente en el siguiente reto. «Hay muchos sitios en el mundo. Hemos formado un buen grupo, afines, misma mentalidad, gente de montaña, gente sencilla. Nos queremos mucho y hemos demostrado que las mujeres no tenemos miedos, eliminando tabúes, que podemos llegar», finaliza Nieves.