Esta es la historia de cómo el fútbol ha contribuido a destensar un conflicto diplomático a gran escala en Oriente Medio. De cómo Arabia Saudí se vio obligada a soltar la soga que aplicaba sobre Catar para conseguir el objetivo de emular al emirato y adquirir un club de fútbol que pudiera competir por ganar una Premier League e incluso, quién sabe, Copas de Europa. El balón resultó ser útil para ayudar a resolver batallas geopolíticas. Aunque en el fondo, no nos engañemos, todo es una cuestión de negocio.

Para contar esta historia desde el comienzo hay que remontarse a junio de 2017, cuando la mayoría de países del Mar Rojo y el Golfo Pérsico rompieron relaciones con su vecina Catar. Con Arabia Saudí como líder y hermano mayor, Egipto, Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Yemen, Mauritania y el propio reino saudí suspendieron sus lazos diplomáticos con el pequeño emirato, al que acusaban de ayudar a organizaciones terroristas, especialmente Al Qaeda, y el llamado Estado Islámico de Irak. De fondo también, acusaciones de ataques informáticos con la supuesta injerencia de la Rusia de Vladimir Putin.

El conflicto puso en jaque la siempre endeble paz en la región, si bien nunca llegó a pasar de un asunto meramente diplomático, con cortes de fronteras y restricción del espacio aéreo por parte Arabia Saudí y sus aliados a los aviones con bandera qatarí.

El Mundial de Catar

El enfrentamiento pronto pasó al terreno del fútbol. Apenas un mes después del cese de relaciones, los seis países enfrentados a Qatar solicitaron a la FIFA solicitando el cambio de sede del Mundial que se disputará a finales de este año en el emirato. En su momento se dijo que lo hicieron mediante una carta formal, pero la FIFA siempre negó haberla recibido. En todo caso, las presiones jamás surtieron efecto.

Y es que el fútbol es, desde hace un par de décadas, un arma propagandística de primer orden en Oriente Medio. Lo es el deporte en general, de hecho. Como explicó El Periódico de España, diario del mismo grupo, Prensa Ibérica, que este periódico, en un reportaje publicado hace unas semanas, las dictaduras del Golfo Pérsico lidian una guerra interna por posicionarse como una potencia deportiva en el panorama internacional, mediante la compra de entidades extranjeras y la celebración de torneos internacionales y pruebas de motor en su territorio.

Esa apuesta, escrito queda, responde a una estrategia de blanqueamiento y modernización de la imagen internacional de las dictaduras de la región, pero también para alimentar la pasión deportiva que en los últimos tiempos han despertado estos deportes, sobre todo el fútbol, entre la ciudadanía local. El fútbol como pan y circo.

Bein Sports

Tras la ruptura de relaciones con Qatar, volviendo a 2017, Arabia Saudí quedó en una posición conflictiva en relación al fútbol. Desde hace años, Bein Sports es quien controla los derechos de televisión de las principales ligas en la llamada región MENA (Medio Este y Norte de África). Y Bein no es ni mucho menos una productora independiente o apolítica. Su dueño es Nasser Al-Khelaifi, quien además de ser el dueño del PSG trabaja para el emir de Qatar, Tamim Al-Thani.

Bein Sports, uno de los agentes de derechos de televisión más importantes del mundo en múltiples mercados, compra esas licencias exclusivas mediante subasta a las competiciones más importantes (Mundial, Champions, LaLiga, Premier, Ligue 1...) y posteriormente alcanza acuerdos de distribución en los países de los que es adjudicatario. También lo hace con otros deportes, como la Fórmula 1 y la NFL, de los que posee la exclusiva en la región.

Pero Arabia Saudí no iba a buscar un acuerdo con una productora directamente vinculada con un país del que se había declarado enemigo (de hecho prohibió las emisiones de Bein) y tampoco iba a quedarse sin proporcionar los mejores partidos de fútbol del planeta a sus ciudadanos.

BeoutQ 

La solución que adoptó el reino saudí fue piratear la señal que producía Bein para Qatar y ofrecerla en su país. Así de simple. De este modo, en agosto de 2017, Arabia Saudí lanzó un canal llamado BeoutQ (en una clara e irónica referencia a Bein y a Qatar).

La productora qatarí enseguida fue consciente del robo de su señal y de que esta se realizaba mediante el satélite Arabsat, directamente vinculado a la dictadura saudí. Bein presionó a la FIFA para que tomara acciones contra Arabia Saudí antes del Mundial de Rusia 2018, en el que participó la selección saudí, jugando incluso el partido inaugural. La respuesta de FIFA fue encargar una investigación independiente que a mediados de 2019 confirmó que, en efecto, BeoutQ estaba pirateando la señal qatarí.

No conviene olvidar que cuando la RFEF alcanzó su acuerdo con Arabia Saudí para celebrar allí la Supercopa, unos meses después de conocerse el resultado de la investigación encargada por FIFA, el presidente de LaLiga, Javier Tebas, mostró su malestar por ello, señalando este conflicto: "Es un país que nos hace perder con la piratería 55 millones de euros".

Ya en enero de 2019, FIFA, UEFA, AFC (la confederación asiática), LaLiga, Premier League y Bundesliga exigieron a Arabia Saudí el cese de las emisiones de BeoutQ. El régimen saudí hizo oídos sordos a las denuncias que le llegaban desde distintas instancias durante muchos meses, mientras el asunto se arbitraba en organismos internacionales con una larga burocracia que beneficiaba que el pirateo permaneciera activo. ¿Qué podían perder? Nada. Hasta que eso cambió.

Newcastle

A comienzos de 2020, el empresario de ropa deportiva Mike Ashley comenzó a buscar compradores para el Newcastle United, un histórico del fútbol inglés en horas bajas. Lo había comprado en 2007 y desde entonces había acumulado los mismos descensos (dos) que en 45 años anteriores.

La dictadura saudí llevaba tiempo intentando hacerse con la propiedad de un club de fútbol de las grandes ligas, en particular de la Premier League. Las experiencias exitosas, al menos a nivel de imagen, de Emiratos Árabes Unidos en el Manchester City y de Qatar en el PSG le animaban a entrar en el juego del fútbol como habían hecho sus pequeños vecinos.

Arabia Saudí llegó a un acuerdo económico con Mike Ashley, ante una afición dividida entre la alegría de liberarse de tan nefasto dueño y la decepción de pasar a ser propiedad de un régimen homófobo, misógino y, en resumen, contrario a los Derechos Humanos. Pero con eso no bastaba, dado que el sistema de la Premier League requiere que la propia liga autorice una operación de este tipo. Y casi siempre lo hace, pero este caso merecía una excepción.

Formalmente, fue el consorcio saudí el que retiró la oferta, pero lo que realmente ocurrió es que la Premier se negó a autorizar un trasvase de acciones a un país que estaba pirateando su señal y perjudicando con ello a Bein, uno de sus mejores socios, con el que ya se encontraba en negociaciones para renovar el contrato de explotación de derechos de televisión en la zona MENA.

Aquel fue un revés importante para una dictadura, un tipo de régimen que por definición no está acostumbrado a que le digan que hay algo que no puede hacer. Pero el mensaje que recibió desde Inglaterra fue claro: si quieres entrar en nuestro negocio, tienes que dejar de lado la piratería del propio negocio. De perogrullo, vaya.

El fin de la disputa

Mientras esto sucedía, Qatar y Arabia Saudí iban dejado de lado sus diferencias, alentados por Donald Trump, entonces presidente de EEUU, aliados de ambos países. La diplomacia funcionó y en enero de 2021 los dos países, además de Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Kuwait y Omán, reabrieron sus fronteras y desbloquearon sus espacios aéreos.

El pirateo, sin embargo, se prolongó durante varios meses. Fue en octubre de 2021 cuando finalmente Arabia Saudí anunció que iba a clausurar las emisiones piratas. En esas mismas fechas, la dictadura saudí volvió a la carga en su intento de comprar el Newcastle. Y, esta vez sí, la Premier League dio su visto bueno a la operación.

El último fleco que quedaba en la disputa era el litigio que ambos países mantenían en la Organización Mundial del Comercio a cuenta del robo de la señal durante estos cuatros. La semana pasada, Qatar notificó al órgano competente de la OMC que cesaba en sus acciones contra Arabia Saudí por el pirateo de la señal. Aquí paz y después gloria.

Y esta es la historia de cómo el fútbol ha contribuido a destensar un conflicto diplomático a gran escala en Oriente Medio.