El Periódico de Aragón

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LA MONTAÑA EN ARAGÓN

Pirineo, sala de rehabilitación

Jordi Tosas escala, asciende tresmiles y esquía por el Ártico cuatro meses después de fracturarse la cadera. «No es un milagro, se trata de reconectar el cuerpo con tu pensamiento», reconoce el alpinista de 54 años

Afincado en Bonansa, el montañero de 54 años, ha hecho del Pirineo su sala de rehabilitación. SERVICIO ESPECIAL

Esta no es la historia de un milagro. No es un método de curanderos ni magias. No se trata de desacreditar a la medicina «ni mucho menos». No hay terraplanistas. Simplemente es un relato de cómo un ser humano vive su relación con la naturaleza con la ilusión y la fuerza para reconectar su cuerpo magullado con su universo. Un montañero de nivel, aperturista de las vías más imposibles, alguien que se ocupa y preocupa de su físico y de su alma, que siente la montaña como parte de un todo. Vida.

Esa conexión tan esencial, casi primitiva, locura tan cuerda, ha movido a Jordi Tosas por las crestas más ‘punkis’ del mundo, un estilo vital disidente, una ilusión que ha hecho recuperarse de una lesión a su manera. 

Un tiburón. Escondido silencioso bajo el oleaje de Maladetas. «Era la primera nevada grande tras un mes y medio de sequía. Había palmo y medio de polvo. Llevábamos cuatro días de travesía gozándolo con unos colegas. Era la última bajada, desde el Pico Alba», narra a sus 54 años. De repente. ¡Zasca! Una roca escondida impacta directamente con su cadera en pleno giro. El mordisco del escualo. No lo vio. No podía girarse. Tumbado en la nieve, llamada al GREIM y rescate en helicóptero. Vaya faena.

Consecuente

Traslado a Barbastro y luego a Zaragoza, donde dos días después es operado de una dura fractura. «Fue el día que empezó la guerra de Ucrania», apunta este catalán afincado en Bonansa. Era febrero. Las muletas serían sus nuevas amigas. El calendario de la recuperación tiene seis hojas. Hasta después del verano.

«Desde el primer día me dijeron que no me quedase quieto y al mes el traumatólogo me invitó a hacer una vida lo más normal posible, pero se equivocó porque eso para mí no es lo mismo que para él». Lo dice un experto alpinista con más de 30 años de aventuras por Himalaya, Antártida, Alpes, Patagonia… militante en el estilo más puro, comprometido, escalada clásica, hielo, pionero en bajar grandes laderas con esquíes o snowboard, alguien con un físico trabajado, descomunal, que se conoce a la perfección en lo terrenal y en lo espiritual. 

Su labor como guía le llevó a superar 30.000 metros de desnivel varias semanas después de lesionarse. SERVICIO ESPECIAL

«Decidí responsable o irresponsablemente, pero consecuentemente, hacer mi camino, aunque sabía que podía ir en mi contra. La base es conocer tu cuerpo y ser capaz de integrar tus grupos musculares en tu pensamiento», indica Tosas. Unir cuerpo y mente, simbiosis propia de la meditación y el yoga, dos disciplinas que practica. 

La faena comenzó con el hula hoop para trabajar el equilibrio de pie y dando paseos. «Empecé con un kilómetro», a la semana ya completaba cinco y al mes llegó a los diez «para no perder la forma». El seguimiento médico, las sesiones de fisioterapia y las radiografías indicaban que todo iba por la buena dirección.

¿Y por qué no darle la vuelta y ponerlo todo en vertical? «Volviendo del dentista de Barbastro, le dije a mi mujer que íbamos a ver a unos amigos que estaban escalando en Olvena». Cerca de la carretera, con las indispensables muletas para andar en horizontal, se encordó y completó un ascenso sencillo. ¿Cómo puede ser? «Las muletas nos sirven de apoyo para caminar, pero en la roca no las tenía y obligaba a mi cabeza a integrar los nervios y músculos que necesitaba en cada movimiento, que estaban incomunicados, fuera de mí».

Al mes y medio volvió a calzarse los esquíes. En el Ártico. Seis semanas con seis días de actividad y unos 30.000 metros de desnivel acumulados. «Con una buena técnica, la pierna no me molestaba. Gané fuerza».

La fusión con la naturaleza, entre auroras boreales, por encima de los 30 grados norte, entre ballenas y focas... «La naturaleza nos enseña el equilibrio, lo que hay que hacer. Es el problema de la sociedad actual, que nos aleja de esta relación», asiente Tosas.

A su vuelta subió al Besi Berri y el fin de semana pasado holló el Aneto. Pronto se irá a Chamonix a «trabajar» como guía con la esperanza de estar al 90% al regreso del verano antes de marchar a una expedición de esquí de travesía sobre los 6.000 metros en el Himalaya. «Espero estar al cien por cien en invierno», porque para entonces la cabeza le lleva a una nueva ilusión, otro proyecto mayúsculo. Volver a un ochomil, a dibujar una vía nueva, por donde nadie ha ascendido. A su manera.

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