Hace algo más de un año, la patrulla del GREIM en Panticosa recibía una alerta de rescate particular. Un alpinista se encontraba enriscado tras desprenderse una cornisa de nieve mientras cruzaba la cresta de Los Infiernos. No estaba solo. Le acompañaba su perro. No era la primera vez que la Guardia Civil acudía a una llamada con ladrido.

Esta anécdota visibiliza una tendencia en aumento. El incremento de nuevos montañeros ha provocado la introducción de este medio de sus mascotas. Esta comunión conlleva un debate tanto en la normativa como en la necesidad de educar y convivir dentro del derecho de todos a disfrutar de la naturaleza sin dañarla y en seguridad. Incluidos los compañeros de cuatro patas.

Aragón cuenta con un pionero club dedicado en exclusiva a actividades de aventura con y para perros. Hace tres años que los catalanes Anna Martínez y Carlos González montaron la Asociación Aragonesa de Actividades Caninas ‘Canyoncan’ «tres meses antes de estallar la pandemia». Afincados en la Sierra de Guara, ellos se conocieron gracias a su amor por los bichitos. «Yo trabajaba en Barcelona organizando viajes con perros y Carlos me contactó porque en su centro no le dejaban llevar al suyo a excursiones», añade Anna.

Ahora conforman una red de profesionales, desde guías a veterinarios o educadores, con la misión de organizar múltiples actividades dogfriendly «para facilitar a la gente que pueda practicar su hobbie con su mascota. Esta incompatibilidad provoca muchos abandonos. Queremos evitarlo porque el perro es una responsabilidad, nunca una carga». 

Hacen de todo. Barrancos, travesías, invernales, rafting, kayak, orientación, supervivencia, maintrailing… «para socios y para gente que quiera introducirse». Organizan desde paseos sencillos a trepadas a tresmiles. Sin ser una barra libre. Hacen una evaluación previa de la raza, físico, edad, actitud y adaptabilidad para aconsejar un tipo u otro de nivel «siempre pensando en el perro, para que no lo pase mal. Porque es como con los humanos, si no has hecho nunca nada no puedes iniciarte con una caminata de tres días o ir al Aneto». Por ejemplo, antes de hacer un barranco es obligado un bautismo acuático más accesible.

Anna estudia en la Escuela de Alta Montaña de Benasque y Carlos es guía de montaña y barrancos. Se educan para educar. «Queremos que no crean que somos frikis chalados que encuerdan a los perros y nos vean como profesionales», asienten. Por eso, se han inscrito como club en la Federación Aragonesa de Montañismo (FAM) y organizan todo tipo de formaciones para introducir a las mascotas en el monte de forma paulatina, lógica y respetuosa. 

Siempre pensando en el bienestar del perrete. Hacen cursos de primeros auxilios para actuar ante un golpe de calor, como calentar sus extremidades o diseñar un botiquín especial para canes. O de material «porque no vale el mismo arnés de calle» o almohadillas. Hasta hace unos meses iniciaron un taller de progresión invernal. «Se trata de adaptar las condiciones de la alta montaña con el añadido de llevar un perro, que no reacciona igual que nosotros ante el peligro. Hay que minimizar esos riesgos. Llegamos a hacer retenciones con piolet en caídas simulando llevar una carga extra de veinte kilos, es decir, tu mascota», insisten.

La pena del incivismo

Sus normas no se alejan del sentido común, que siempre debe reglar el acceso a la aventura. Nunca fuerzan una situación. «Si el perro no quiere pasar, no pasa y volvemos para atrás». De esta forma se mejora la convivencia con otros montañeros, clave para zanjar malentendidos. Evitan los barrancos más concurridos, van en temporada baja o con grupos muy reducidos para eludir enemistades. «Ahora no subiríamos al Aneto con estas condiciones. Cuando lo hemos hecho, empezamos a las tres de la madrugada porque sabemos que vamos más lentos y no queremos suponer tapón en el Paso de Mahoma, porque montamos cuerdas fijas para pasar a los perros», subraya Anna.

Reconocen que son los primeros interesados en hacer las cosas bien para evitar críticas porque «el incivismo de uno lo pagamos todos». Sin embargo, critican que existe una visión reducida hacia la restricción cuando hay conductas más reprochables en humanos o, sin ocultar casos, resaltar únicamente los incidentes con el ganado o con mastines. «Subimos al Perdido y no vimos a nadie con el perro suelto. Los que causaban más problemas no eran precisamente los animales». 

No comparten la tendencia a prohibir el acceso a Parques Nacionales, como ocurre en Francia, y creen en la educación del dueño y el aumento de las multas, también para malos comportamientos de dos patas, para que no paguen justos por pecadores. «Sabemos lo fácil que es cerrar una puerta y lo difícil que es abrirla. La responsabilidad está en nosotros para que se pueda volver mañana», afirman desde Canyoncan.