El Periódico de Aragón

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Juegos Olímpicos

El verano de nuestras vidas

Se cumplen 30 años de Barcelona 92, unos Juegos que cambiaron el deporte español y que siguen muy vivos en el recuerdo de todo el país. Conchita Martínez y Martín López Zubero lograron medalla en un evento en los que participaron once aragoneses

Martín López Zubero levanta el dedo en el podio olímpico Archivo El Periódico

Unos Juegos Olímpicos siempre son inolvidables, pero a Barcelona 92 ese calificativo se le queda corto. Muy corto. Hoy se cumplen 30 años del comienzo del evento que elevó al deporte español a otra dimensión. Unos Juegos, para muchos los mejores de la era moderna, que dejaron una huella imborrable y que supusieron una experiencia única que sigue muy viva en el imaginario colectivo de todo el país a pesar del paso del tiempo.

Once fueron los deportistas aragoneses que tuvieron el privilegio de vivirlos desde dentro y que viajaron a la ciudad condal con la ilusión de ser olímpicos en su propio país. La ceremonia inaugural ya presagiaba el éxito que luego vendría. Más de 3.500 millones de personas en todo el mundo pudieron contemplar cómo se daba la bienvenida al mayor acontecimiento deportivo y precisamente uno de los aragoneses tuvo un papel principal en la inauguración, dejando una de las imágenes más icónicas de Barcelona 92. Juan Antonio San Epifanio, ‘Epi,’ tuvo el honor de ser el último relevista de la antorcha en la ceremonia. El atleta que prendió la flecha del arquero Antonio Rebollo antes de dispararla hacia el pebetero del estadio de Montjuïc. «Todo el mundo piensa que se sabía, pero yo no lo supe hasta el día anterior a las cinco de la tarde. Me llamó el director de la Villa Olímpica, me dijo que había sido elegido y que llamaba para preguntar si quería ser el último portador de la antorcha. El salto de alegría fue enorme», ha asegurado en más de una ocasión el jugador de la selección española, un equipo que decepcionó días después en la competición.

Epi da el último relevo con la antorcha Archivo El Periódico

Todo lo contrario que Martín López Zubero. Su hermano David ya hizo historia con un bronce en Moscú 80, la primera medalla olímpica de la natación española, pero Martín tocó la cima del Olimpo, al colgarse la medalla de oro en 200 metros espalda. «Tenía mucha presión», confiesa. «Era recordman de 200 espalda y campeón del mundo. Cualquier cosa que no fuera el oro habría sido un fracaso. Perder no era una opción», recuerda el aragonés, que provocó el júbilo de los más de 10.000 espectadores que presenciaron su carrera. «Después pude conocer a la reina y fue un honor, pero mi mejor recuerdo fue tras la ceremonia de medallas. Las tribunas estaban abarrotadas y allí pude ver a mi padre. No olvidaré nunca ese momento», reconoce.

No fue ese oro la única medalla de un aragonés en Bacelona, ya que Conchita Martínez colaboró con una plata al medallero español, en los que fueron los Juegos Olímpicos más prolíficos en metales para el país, con un total de 22. La de Monzón, con Arantxa Sánchez-Vicario como pareja, se tuvo que conformar con el segundo escalafón del podio tras caer derrotadas en la gran final ante las americanas Mary Joe Fernández y Gigi Fernández. «Para mí los de Barcelona fueron los mejores Juegos. Sobre todo porque fueron en casa. Aparte de que fueron muy bonitos. Lo especial de jugar con tu público no te lo quita nadie. He tenido la suerte de estar en varios pero estos siempre los llevaré en mi corazón», confiesa la tenista.

Conchita Martínez, junto a Arantxa Sánchez-Vicario, en el podio olímpico Archivo El Periódico

Sumados al último relevista y a los medallistas, el resto de aragoneses que participaron en Barcelona fueron: Pepe Arcega (baloncesto), Gemma Usieto (tiro) José Martínez (piragüismo), Fernando Bolea y Mercedes Fuertes (balonmano), Álvaro Burrell, Esther Lahoz y Gregoria Ferrer (atletismo). Una notable representación de la comunidad, la más numerosa hasta el momento.

Todos ellos pusieron su granito de arena para hacer de Barcelona 92 una cita irrepetible. Esos Juegos Olímpicos se recuerdan por muchas cosas, pero sin lugar a dudas uno de los detalles que no se olvida es la comunión total que vivió el país y el júbilo colectivo. Fueron días de locura, de euforia absoluta, que sirvieron para relanzar la imagen de la marca España. También en la parte deportiva, ya que marcaron un antes y un después para nuestros deportistas. El momento en el que se quitaron los complejos y se dieron cuenta de que no son inferiores al resto. Y es que muchos han sido los adjetivos con los que se ha intentado calificar durante estos treinta a los únicos Juegos Olímpicos que se han celebrado en territorio español, pero al final la conclusión es la misma para todos. Fueron indescriptibles.

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