La Montaña en Aragón

La leyenda solitaria

El jaqués Fernando Garrido se convirtió el 6 de febrero de 1988 en el primer humano en ascender solo un ochomil invernal. "Si los polacos habían conseguido la primera ascensión invernal, yo busqué hacerlo solo. Soy un superviviente", recuerda ahora

Fernando Garrido, en la cumbre del Cho Oyu, donde estuvo unos diez minutos.

Fernando Garrido, en la cumbre del Cho Oyu, donde estuvo unos diez minutos. / FERNANDO GARRIDO

Sergio Ruiz Antorán

Sergio Ruiz Antorán

Dice que hasta le cuesta recordar, porque tiene una edad (64) y porque será un estrago de tanta altura. De esos 62 días de récord en el Aconcagua y de los que vinieron después. Que ya no es un yonki de la adrenalida, del juego de ir más allá, más arriba, más difícil. Que ya no sueña con grandes cumbres. Ni las echa en falta desde que hace unos años, tras detectarle unas arritmias, no sobrepasa los 6.500 metros. Ahora prefiere ser un montañero a secas. El mismo al que su padre Rafael le enseñó ese amor para toda la vida. Como para toda la vida, lo quiera o no, se lo reconozcan o no, algo que no busca, será una leyenda, el primer ser humano que subió un ochomil en invierno y en solitario. Un 6 de febrero de 1988. Hace 35 años. «Soy un superviviente».

Todo empezó por una mala experiencia en el Everest. Con Luis Bárcenas, sí ese Luis Bárcenas, y el sobrino de Fraga. Otra historia. «Me quedé con mal sabor de boca por no llegar a cima y porque no hubo buen ambiente. Me quería quitar esa espina, me veía fuerte y capaz. Siempre he opinado que la unión del alpinismo en solitario e invernal es bastante lógica, porque no suele haber nadie en este periodo, y yo estaba acostumbrado a ir a mi aire. El Cho Oyu era el más asequible para esas condiciones». 

¿Asequible? Los polacos habían abierto el juego en 1980 en el Everest y él quiso entrar en la partida subiendo la apuesta. «El alpinismo siempre es un reto personal, una superación con uno mismo al que se suma el juego del más difícil todavía. Si tú has subido por ahí, yo subo por allá y en pelotas. Si los polacos habían conseguido la primera ascensión invernal, yo busqué hacerlo solo».

Amigo Tenzing

Consiguió rápido los permisos, voló el 19 de diciembre al Nepal porque China le denegó su entrada al Tibet. Contactó con su amigo Tenzing. Tras dos semanas de acercamiento se ubicaron a 5.400, cerca de la vía tibetana. Colocaron dos tiendas, pero el azote huracanado las derribó. Suerte que el sherpa supo hacer una cabaña de rocas. Arquitecto, cocinero, traductor, fotografió toda la ascensión con un telescopio. Y guardián. En ese punto era habitual el paso de caravanas de nómadas con unas vestimentas «que hacían retroceder a la prehistoria»”. De hecho, pasaron. A -35º bajo cero.

El oscense, en las laderas de la montaña durante la ascensión.

El oscense, en las laderas de la montaña durante la ascensión. / FERNANDO GARRIDO

Garrido se despidió de su amigo a 5.850. Sin radio, con un saco, una tienda, gas para derretir el hielo, comida justa y el material suficiente de escalada. Estilo puramente alpino, sin campos de altura ni cuerdas. Y nada de oxígeno. «Porque ahora se dice que se va en solitario cuando realmente vas por una ruta que hay 600 personas. Solo es cuando nadie te puede ayudar. Como ir sin oxígeno supone no hay cerca una bombona por si acaso». Y sin previsiones meteorológicas. Un nuevo temporal le atrapó dos noches a 6.400 y otra a 7.000. Demasiado. No podía seguir mucho más a esa altura. Era subir o bajar.

Y decidió la gloria. Esperó al sol (7.00). Eso suponía que, si completaba los 1.200 metros hasta la cumbre, no tendría tiempo para volver a este punto. Así que metió el saco en la mochila. «Eso me salvó la vida». Avanzó lento, dejó la mochila en unas piedras, antes de trepar el exigente muro decisivo. Lo noche acechaba cuando, de repente, notó una presencia. «Unas sombras me hablaron en árabe». Ni las alucinaciones frenaron su esfuerzo. Eran unos metros más. Eran las 18.00 cuando llegó a la planicie que marca la cúspide del Cho Oyu (8.201). «No estaría más de diez minutos en ella. Busqué el que pensé que era el punto más alto y me hice un par de fotos». No podía dilatarse más porque había que bajar rápido. 

Las americanas

Buscando sus huellas en la penumbra consiguió descender sin miedo, «con máxima concentración», sabiendo que cada paso era un latido más de vida, jugándosela literalmente en la pared rocosa, «el momento más arriesgado que he pasado, tenía las manos como piedras», hasta encontrar el cálido saco salvador. Era noche cerrada. «No dormí». Volvió a percibir unas voces. Esta vez en inglés, «vi a unas americanas y estuve charlando con ellas». Al primer rayo de luz salió hacia la tienda, descansó y al día siguiente abrazó emocionado a Tenzing. «Es la doble felicidad que te ofrecen las montañas. Primero poder ascenderlas y después volver a la vida. Darte cuenta de la importancia de estar sin guantes, de dormir en una cama mullida, de comer caliente, esas pequeñas cosas que vas recuperando mientras vas bajando y hacen que valores más la vida».

Garrido, acurrucado en el saco que le salvó la vida.

Garrido, acurrucado en el saco que le salvó la vida. / FERNANDO GARRIDO

Un regreso a la realidad que derivó en el reconocimiento, «más internacional que en España» y nuevos imposibles. Envalentonado, volvería al Everest en solitario. No lo logró. Conquistó el Shisha Pangma Central, cruzó todo el Himalaya en una andada de 5.000 kilómetros y se preparó para atacar el K-2 en invierno. «Me gasté medio millón de pesetas en el permiso, pero de repente pensé ‘Fernando, dónde te vas a meter’. Y no fui, perdí el dinero, pero gané el poder estar aquí contando batallitas. Solo hay que pensar que hasta el año pasado no se subió en estas condiciones y lo hizo un grupo con los mejores sherpas. Fui realista, porque hubiera tenido muchas opciones de haberme quedado allí». Solo el polaco Wielicki (Lothse) ha igualado su hazaña.

Un superviviente. Una leyenda. Lo quiera o no, un mito. Fernando Garrido lo es. Y ante todo, montañero y buena persona. 

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