La montaña en Aragón

Cecilia vuelve al hielo

Las columnas heladas de Quebec han conquistado a Cecilia Buil en su regreso a su especialidad invernal tras tres años sin aventuras

Cecilia Buil se ha reencontrado en las columnas de Quebec con las sensaciones del hielo.

Cecilia Buil se ha reencontrado en las columnas de Quebec con las sensaciones del hielo. / SERVICIO ESPECIAL

Sergio Ruiz Antorán

Sergio Ruiz Antorán

Aragón ha parido pocos escaladores capaces de salir airosos de batallas contra las más grandes paredes: achicar al Gigante de Méjico, derrotar al Capitán americano, derretir acantilados en Groenlandia, rasgar muros en Pakistán, Nueva Zelanda, Chile, Sudáfrica, Turquía, Islandia, Nepal, Noruega... En la 'Capilla Sixtina' del montañismo no todo el mundo cuelga su nombre. En el santuario de la librería Desnivel de Madrid, entre los retratos de los mejores, el suyo brilla en un costado con el resplandor del hielo. El reconocimiento a Cecilia Buil está asentado en la solidez de una trayectoria que trasciende universal entre paredes congeladas de todo el mundo.

Hasta que la pandemia cortó la cuerda. Tres años larguísimos en el vacío de la incertidumbre. Sin viajar lejos, alguna trepada en los Alpes, cruzar al otro lado de los Pirineos por curro, pero sin ese cosquilleo de la aventura, de trazar una ruta distinta de la corriente del alpinismo menos trascendental. Hasta este invierno. Cecilia ha recuperado el cosquilleo de lo imposible en «la fábrica del hielo», bromea.

Fue al Festiglace de Port Rouge y escaló en Gaspésie con sensaciones térmicas de -40

El cambio climático acorta los inviernos en casa. Hay que buscar la rasca lejos. Hasta el solitario Quebec canadiense ha escapado la intrépida oscense para completar un mes de vías auténticas. Una zona de extremos. Con temperaturas que llegan a los 35 bajo cero, donde durante cuatro meses no se alcanzan grados positivos. «Muchos días hubo máximas de -15° y una sensación térmica de -40°», relata. Estas condiciones no favorecen la escalada. Ni la vida.

Cecilia está acostumbrada a termómetros esquimales. En Canadá encontró el más difícil todavía: «Las vías que se forman sólo son comparables con algunas que encontré en Noruega. Aunque por latitud no estás dentro del Círculo Polar Ártico, pasa la corriente del Labrador, que hace que hasta se congele el mar y haga más frío que en Europa».

Cordada femenina

Montó su cordada completamente femenina, como otras veces. Sumó con la mejicana Ixchel Foord, infatigable amiga que le acompañó en su gesta planetaria HuEllas On Ice, abriendo vías en hielo en los cinco continentes, y con una nueva compañera, la chilena Isi Montesinos, «vino con la idea de escalar en Alpes, pero al llegar a Huesca le comenté mis planes en Quebec y se sumó. Era la más motivada», reconoce Cecilia Buil.

En sus planes está ir a Pakistán este otoño y montar «una pequeña aventura polar» en Labrador

Esta vez no firmaron ninguna apertura. Fueron sobre seguro. Ya había estado hace tres años, repitiendo en el Festiglace de Pont Rouge, un referente en la especialidad que, como ella, volvía con fortaleza. «Era el festival del hielo más importante de América, pero falleció el organizador y lo recuperaron en 2019, aunque desde entonces no lo habían hecho. Colocan vías, e incluso limpian las zonas más inseguras con motosierras y hasta rompiendo los tochos de hielo a disparos. Muy bestia».

Luego buscaron la soledad en la península Gaspésie, acostada en la Bahía de San Lorenzo. Junto a su orilla, escalaron columnas y cascadas cercanas a una carretera costera, lo que reducía las largas aproximaciones que se acometen en Pirineos o Alpes. «Si veíamos que las condiciones eran malas, nos podíamos volver o hacer solo un largo. Sumamos veinte días en la pared. Iba a asegurar la temporada y a motivarme, porque al final tienes que escalar en hielo para tener la mente necesaria para el hielo. Nos fuimos cuando mejor me encontraba». Objetivo logrado.

Acometieron quintos y algún sexto grado, por verticalidad, «pero las condiciones del frío elevan la dificultad. El hielo es cemento, no es de plástico, tienes que clavar siete veces el piolet para agarrarte o caen trozos enteros. No son vías transitadas, por lo que no están limpias, no tienen relieves, ni gancheos. El esfuerzo es mucho mayor que un sexto en Alpes machacado».

A este condimento se añade la pérdida de sensibilidad en las manos por las temperaturas rigurosas. «Para manejar los mosquetones y tornillos para progresar necesitas el tacto de guantes finos, por lo que se congelan las manos y teníamos que bajarlas para moverlas. Llevábamos calentadores y guantes gordos que nos poníamos cuando parábamos y hasta plantillas calentadoras en las botas».

La sonrisa de Cecilia vuelve a brillar en su reflejo azul. Motivada, en septiembre marcha hacia Pakistán en una conquista de compromiso que ya nos contará y en el próximo invierno tiene clarísimo qué «volveré a Quebec o a Labrador, una zona muy guapa, muy salvaje» para adentrarse en la profundidad del Ártico, en busca de aventuras de tono clásico, de su estilo, en territorios sin explorar, una «pequeña expedición polar». Ha regresado la reina del hielo. 

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