Entrevista | JORDI COROMINAS Primer alpinista español que recibe el Piolet de Oro honorífico
"Hay grietas, avalanchas, pero el ego es la peor trampa de los alpinistas"
Catalán de cuna y cultura, riojano de adopción y benasqués desde hace treinta años, es el primer alpinista español que recibe el Piolet de Oro honorífico

Jordi Corominas recibe el Premio Walter Bonatti a su carrera. / PIOLETS D'OR

Es poco amante de la atención. ¿Cómo vivió la ceremonia de entrega?
Aunque el premio se entrega un día, yo estuve cinco porque hay compromisos previos con prensa y se viven encuentros con otros alpinistas. Hay que tener en cuenta que ya conocía el ambiente porque fui jurado, aunque la primera sí fui con la incertidumbre de ver qué hacían los franceses. Me lo he pasado bien, porque al final el alpinismo es como una secta, somos cuatro. A mucha gente la conocía, a otros no, pero había tenido contacto con ellos o relación por personas cercanas. En los Piolet de Oro nunca se habla de quién es el mejor, porque es difícil medirlo, y la prensa es especializada en montaña, sabe de alpinismo. Por eso es un ambiente muy relajado, entre amigos, donde se comparten muchas ideas, estás con a gente que hace años que no veías o con otros que has escrito para preguntar algo pero no conocías. Es un grupo cerrado y nos conocemos bastante. Me lo pase muy bien.
Voytek Kurtyka rechazó hasta en tres ocasiones el Piolet de Oro hasta aceptarlo. Con usted pensaron que se podía repetir la historia.
Kurtyka siempre ha estado en contra de los premios, como es mi caso. Pero los Piolet se han ido transformando. Antes eran a la mejor actividad, pero ahora se dan varios, además del honorífico, para diluir ese carácter competitivo. Somos competitivos y tenemos nuestro ego, pero no competimos entre nosotros. Cuando me llamó el organizador, que me conoce bien, la pregunta fue: ‘Si te lo damos, ¿vas a venir a recogerlo?’. Estuve un rato meditando hasta que pensé que era el momento para que se reconociera al alpinismo español y una oportunidad para que en España se hablase de alpinismo. Se que me metía en un lío, que aguantaré los días que sea y luego para adelante.
¿Lo considera entonces un reconocimiento colectivo?
Que el arco alpino, los franceses, los italianos y los suizos, hayan visto que más al sur también hay buenos alpinistas es bueno para todos. Es algo que se ha conseguido con los años. En Alpes hay muchos españoles viviendo, hay muchos guías, hay muchos escaladores por todo el mundo. Es una forma de decirnos que en España también tenemos nivel, que existimos. Claro que todos tenemos nuestro ego y si me lo dan a mi, piensas, ¡ostia, qué bien! Pero si hubiera más premios otorgados a españoles, pensaría que los van repartiendo, pero al ser el primero, considero que hay que resaltar que es un reconocimiento general.
Precisamente hace unas semanas en una entrevista a EL PERIÓDICO, Mikel Zabalza, jurado este año, comentó que no hubo dudas en su nombramiento, hecho por un ‘sanedrín’ de españoles que fallaron el premio. ¿Qué significa para usted que este reconocimiento proceda de la propia comunidad?
Te satisface, pero cuando lo piensas y ves la lista de a los que les han dado el premio a la carrera, o que todos los que están a tu alrededor, que son tus amigos, están de acuerdo, te abruma. Piensas ‘¡en qué tinglado me estoy metiendo!’. Cuando ves los nombres de honoríficos con Bonatti, con Messner, con Doug Scott… ¡qué miedo estar ahí con esa gente! ¡Y ahora que voy a hacer cuando salga de casa! (sonríe). Que toda la comunidad no tenga dudas y te lo den a ti te hace pensar que igual he hecho algo bien alguna vez. A mi me ha tocado vivir una época más clásica frente a un alpinismo más moderno, grupos de gente más joven. Los que han estado en la vanguardia del alpinismo español en los últimos años, los conozco a todos y ellos me conocen a mi, para lo bueno y para lo malo. Quizá eso ha jugado a mi favor porque habrá otros, muy buenos alpinistas, que lo han dejado y en esa idea de premiar una carrera no sean tan visibles.
Dijo Jordi Tosas que sabía que los que le rodeaban sentirían mayor alegría que usted.
La mayoría de amigos me escribían para felicitarme sabiendo cómo soy, que a mi me dan igual los premios. Ha sido más emotivo que alguna persona en particular me haya felicitado, que haya pensado en mi y se haya preocupado en escribirme o llamarme, que el premio en sí. Incluso hay gente que ni te esperas, alumnos o clientes, que me han felicitado. Quizá sea ese legado que intento transmitir, esas miguitas que he ido dejando en la gente.
Esas miguitas han caído en varias generaciones de ‘bichos’ como Simón Elías, los hermanos Bahíllo, Jonatan Larrañaga, Manu Córdova, Jordi Tosas, Oriol Baró, Kilian Jornet… Su apodo es el ‘Jefe’ por algo, aunque se refieren a usted como maestro. ¿Su éxito es haber contagiado ese amor por el alpinismo de compromiso?
La idea que nutre a los Piolet de Oro no es nada moderna, es muy clásica, aunque se haya podido perder, se intenta que esté más presente. Es una idea que tengo, que comparto y que quiero transmitir. Esa idea es ese alpinismo donde el deportista es importante, donde importa que estés en forma, que técnicamente seas bueno, que conozcas muy bien el medio y que todas las herramientas exteriores se utilicen lo menos posible. Porque esas ayudas enmascaran el reto del alpinismo. Es lo que intento transmitir, que con lo mínimo tienes que hacer algo muy difícil, que va a tener mucho riesgo, que tenemos que saber lo suficiente para aceptarlo o no y si lo hacemos, jugar a lo que hay. Siempre intento transmitir esa idea de una forma u otra.
Zabalza también dijo que su gran valor no reside en lo que se conoce si no en lo que nadie se ha enterado que ha hecho. No se hace fotos de cumbre, no dice donde ha ido. Es como un pintor que no firma sus cuadros.
Según la UNESCO el alpinismo es el arte de subir montañas. Es decir, hay una creación, pero en esa creación hay un riesgo, y en ese riesgo, el ego es nuestro peor enemigo. Los pintores hasta la Edad Media no firmaban sus cuadros. El artista moderno sí lo hace. ¿Eso no es parte del ego? En mi caso, el ego es muy peligroso, cuando estoy en la montaña y tengo que decidir... ¿Por qué tomo una decisión? Porque lo veo claro, por las condiciones o porque estoy presionado por los clientes, por los patrocinadores o quiero subir para ponerlo mañana en las redes… Al final un ‘selfie’ es ego. Desde hace años voy con mucho cuidado con ello. Si voy con un amigo que quiere hacerlo, lo hacemos, no pasa nada, pero yo intento evitar las fotos y las redes. No quiero caer en la trampa de que hago algo porque lo tengo que colgar porque hay un patrocinador. Únicamente hago lo que hago porque me gusta. Por eso no firmo mis cuadros. A los que le interese, ya sabrán si es mio o no.
Tiene 66 años. Esta época del exhibicionismo total es reciente. ¿De dónde nace este posicionamiento tan profundo?
Hace muchos años empecé Bellas Artes. Los cuadros no los firmaba por delante, los firmaba por detrás. Es ir con mucho cuidado con el ego. Hay grietas, avalanchas, pero el ego es terrorífico, es la peor trampa de los alpinistas.
Mis padres me enseñaron a ir a la montaña, pero también a ser responsable, a elegir y ser responsable con esa elección. Al principio, al ser joven no me fijaba en esas cosas. Pero pasa el tiempo y ves que esto no lo quieres hacer y punto. Es una forma de vida.
Las marcas siempre han comprendido mi manera de pensar. Hasta hubo un patrocinador de piolets que tuve, que el jefe me dijo que sabía que no me iba a hacer fotos con ellos, pero quería que usase su material. He tenido suerte en ese sentido.
Creo que es algo que tiene el alpinismo, que vamos contra la corriente. Los alpinistas somos unos personajes que avanzamos contra la corriente. Ahora que he compartido charla con tantos… Todos pensamos igual, que vamos a escalar y nos da igual el resto de cosas.
Hay muchos alpinistas como yo que han contado muy poco de lo que hacen. El propio Kurtyka, por ejemplo, no ha escrito su biografía, se la han escrito. O Silvo Karo, que fue quien me entregó el premio. Es algo habitual. Somos personajes siempre austeros y alternativos. Mira Silvia Vidal, que no tiene ni móvil. Todos tenemos en común que seguimos escalando, todos seguimos haciendo montaña, no por figurar, sino porque es nuestra pasión. Hay gente que lo puede exhibir más o menos porque el mercado está así, porque tienen que vivir, pero la mayoría vamos en otra dirección. A mi me da igual.
En su casa luce la bandera pirata, la misma que ondeaba en el campo base de la mítica ascensión a la Magic Line del K2. Una buena declaración de intenciones.
No es la misma, pero sí es igual. La bandera pirata la empezamos a utilizar con Jordi Tosas porque cuando te ibas de expedición la gente siempre te quería enmarcar en un país. Y nosotros dijimos que no, que nosotros somos piratas de los mares de montaña. Esto está relacionado, en mi caso, porque las banderas son símbolos que considero peligrosos. A mi no me gustan. Ninguna. Todos tenemos un lenguaje y una cultura que nos da identidad, es un concepto más humano, que nos comunica y nos conecta con otros. Cuando añadimos a esa cultura una bandera, nutre un ego nacionalista que no me gusta tanto, puede ser una trampa, hay una parte peligrosa que intento evitar. Estos días en los Piolet de Oro llevaba un pin de la bandera pirata por si alguien me preguntaba. Nadie lo hizo.
¿Algunos podrían considerar que es un posicionamiento egoísta, por ir a su aire, o todo lo contrario, un grito ácrata de transformación del mundo?
No sé si en ocasiones soy egoísta porque hago lo que quiero o, simplemente, hay una parte de cosas que no acepto, como ocurre dentro del colectivo del alpinismo. En los Piolets llevaba otra bandera para protestar por unas guerras que hay hoy en día, que desde Europa las vemos a lo lejos, que decimos qué hay que hacer no se qué, pero realmente no hacemos nada, unas guerras en las que mueren mujeres, niños… Yo me he movido por todo el mundo, tengo amigos en todas partes y cuando veo que son víctimas de estas guerras ilógicas solo porque detrás hay un negocio... Esa bandera era una forma de protesta. No sé si soy egoísta. Sé que con la edad cambias, que seguro que cuando era más joven pensaba más en mi mismo. Con los años te das cuenta que ese egoísmo es compartido con otra gente. En los Piolet de Oro estuve con Simón Elías, al que conocí cuando tenía 16 años y me lo llevé a una expedición a la India. Han pasado cuarenta años y sigue habiendo una conexión. Me pasó con otro amigo riojano que me encontré en el cumpleaños de Oriol Baró… Si he sido tan egoísta no lo sé, pero ese contacto con esa gente sigue ahí.
No glosaremos aquí sus hazañas, que están en la nube. Sí su filosofía. Su estilo es de puro alpinismo minimalista, de compromiso y muchas veces en solitario. Hay que tenerlo muy claro para lanzarse a esta identidad.
Para poder hacer este deporte tienes que tener un ego muy fuerte, porque nos convencemos a nosotros mismos de que podemos hacer esto y lo hacemos. Si no ni saldríamos de casa. Porque hay un momento de riesgo en el que tienes que estar muy convencido de ti mismo. En las formaciones te das cuenta de eso también, porque en ocasiones hay discusiones por ese temperamento fuerte que tenemos los alpinistas. Con los años lo vas domando más y eres más dialogante. No sé aún si lo tengo demasiado fuerte o no.
Una vez dijo que “nunca sabes cuánto riesgo asumes hasta que mueres”.
La gente que no conoce la montaña piensa que la muerte va dando vueltas sobre nosotros. No es así. En ocasiones estás tan tranquilo y pasa algo que no has tenido en cuenta como que te caiga una piedra... pero otras piensas que de aquí no salimos vivos, pero estás tan concentrado que sales. También hay gente que tiene esa errónea idea de que siempre va a salir, que vale cualquier cosa, y no es así. Estoy convencido de que en ascensos difíciles me he dado la vuelta más veces de las que he conseguido subir. Obviamente, asumes riesgos, pero no sabes si me estoy pasando, no sabes si la muerte está ahí, pero sí que hoy me doy la vuelta. Precisamente, en la entrega del Piolet hablé de esa línea roja que en muchas ocasiones pasamos porque crees que puedes hacerlo, que todas las piezas cuadran, incluso nos la pasamos mucho de largo, pero los alpinistas siempre somos conscientes de ello, que podemos y decidimos seguir. Para asumir que quizá de esta no volveré, tengo que tenerlo muy claro, porque esa línea está ahí. Pero esa línea no está pintada en la montaña, no sabes bien dónde está. Como tampoco está en la escalera en la que te puedes tropezar o en el lugar de un accidente de coche. Ninguno estamos libres de que nos pase algo. Pero aquí juegas en un sitio en el que lo tienes que tener claro, tener esa confianza. Si no quieres correr riesgo quédate en casa.
Hace un tiempo escribió: ‘Algunas veces la acción esta en la espera’, ¿la velocidad del consumismo mancha las montañas en su eternidad?
Las montañas están y van a estar siempre. El ser humano es el que desaparecerá. Hay que diferenciar qué velocidad. Una cosa es la velocidad en algunas escaladas para gestionar el tiempo que estás en riesgo. Hay sitios en que, si permaneces mucho tiempo, tienes que transportar mucho material o, a partir de cierta altura, cuanto más tiempo pases ahí, es más arriesgado. Al estar más tiempo aumentas el peligro y al ir rápido esa dificultad disminuye. Ahí la velocidad es necesaria. La espera en esa frase se refiere a una mentalidad más budista. Porque en ocasiones pasa que vas a un sitio muy motivado, pero hay que mirárselo dos veces porque quizá ese no es el momento. Hay que sentirse en el medio y no obligarse a ir porque sí. Hace poco me contaron que hubo un accidente porque alguien tenia que ir a hacerse la foto de cumbre. Si lo haces rápido porque tienes que salir, está bien, pero el resto, no. O vas o no vas. La espera está en saber cuál es el momento idóneo. Si nos fijamos en las escaladas más importantes de los últimos años, para la gente es el segundo o el tercer intento. Siempre hay una espera, porque existe un aprendizaje hasta ese momento idóneo. En la sociedad que estamos parece que hay que hacerlo todo ya. No es así. Hay que esperar el momento y también aprender que hasta hay cosas que nunca vamos a poder hacer. Porque es mentira que todos podemos hacer todo. Eso pasa en todos los deportes, en el arte, en la cultura… que la élite son cuatro, no todos. Hay que saber y elegir qué puedes hacer. Esa espera está en decidir el momento adecuado y que lo podemos hacer.
¿Cuántos libros y revistas de montaña tiene en su casa?
Tengo Desnivel desde el número cero, aunque me falta alguno de los últimos, que me han dado más igual. Otras revistas, quizá, no tenga tantas porque las vas dando. Sí tengo una estantería llena de libros de montañas, de biografías, de gente que cuenta su vida, digamos, libros más de leer. De títulos más técnicos tengo otra estantería llena. Igual tengo cuatrocientos libros en castellano y en inglés.
Muchos alpinistas han tenido esa conexión con la escritura, con la filosofía y la espiritualidad.
El alpinismo tiene una parte muy amplia de la humanidad. No sé si otros deportes tienen tantos libros sobre su deporte. No hablo de técnica. Hablo de explicar por qué hacemos las cosas, de biografías, de aventuras, de esa humanidad de las montañas. Creo que lo que más se parece es con aquellos que cruzan los océanos en solitario. Esos libros hablan de miedos, de riesgo, de ir o no ir a lo desconocido, de hacer cosas..., lo considero interesante.
De hecho, estudia Literatura y Lengua Española.
Leer me ha gustado siempre. Con el alpinismo cultivo el cuerpo y me puse a estudiar literatura para cultivar la mente. Voy haciendo asignaturas cuando puedo. No tengo ni prisa, ni interés por acabar, pero si interés por aprender. Intento escribir cosas cortas, artículos, porque esto de escribir bien es muy difícil.
Quizá es el momento de escribir esas memorias.
Cuando me jubile lo haré, pero mis amigos me dicen.. ¿pero cuándo te vas a jubilar tú? Y tienen razón. Mientras el cuerpo aguante… Lo que pasa es que con el cambio climático hay más días que hace bueno y que me quede yo en casa es una emergencia, porque para todo lo que quiero hacer no tengo tiempo (bromea). Sería una biografía más o menos filosófica. Contar lo que he hecho, pero con mis razones para hacerlo. Lo que sí tengo claro que lo escribiré yo mismo. Ya hay algún libro en el que ha salido alguna cosa que he podido decir y no me ha gustado.
¿Es obligado leer a los clásicos para educarse como alpinista de compromiso?
Pienso que algo obligado tendría que ser. Yo he leído siempre porque mis padres ya tenían libros de montaña. Entonces leía a Bonatti o a Kurt Diemberder. Hay que leer porque si perdemos esa historia, después, de golpe, nos pensamos que estamos innovando y no es así, porque fulanito lo hizo ya hace muchos años. Eso pasa, que la gente quiere ir tan rápido, que te dice que ha abierto una vía no sé dónde y resulta que no es así, que lo que pasa es que no se ha informado. Hay que volver un poco atrás, pero en el alpinismo y en la vida, para conocer los conflictos bélicos, cosas que ya las hemos hecho antes y no podemos repetir. Hay algún libro que te puede abrir la mente, para entender que en los años 30 ya se hacía alpinismo como se hace ahora. Hoy en día somos una cultura en la que la gente no lee. A los jóvenes les dices si saben quién es Bonatti o, incluso, alpinistas más modernos y no tienen ni idea. No se pierden solo una parte de la historia, sino itinerarios a los que llegas porque has leído sobre ellos. Pero ahora la gente parece que no tiene tiempo para leer. Vivimos tan al día que nos olvidamos de por qué estamos aquí y que detrás hay una historia que deberíamos superar.
Con pocos meses sus padres le llevaron de vivac a Estós. Creció entre montañas desde su mano, como tantos. ¿Ese vínculo paterno genera una conexión sentimental con las cumbres?
Aquí, en Benasque, que estamos en un pueblo donde se vive tanto la montaña, vemos que hay hijos que tienen un rechazo de lo que los padres les han intentado meter y hasta se han vuelto a vivir a la ciudad. En mi caso, es evidente que llegó esa conexión, esa transmisión la consiguieron mis padres. Cuando se jubilaron me los llevé a Nepal, que era su sueño. Mis padres siempre han estado allí, interesados en lo que he hecho, atentos. Ellos me sacaron de pequeño y luego de mayor los saque yo para hacer trekking por el mundo.
Fuera de ellos, ¿cuáles fueron sus referentes?
No soy de mitos ni de referentes, pero evidentemente ha habido escaladas y escaladores que te marcan. Walter Bonatti fue para toda una generación un referente porque hizo unas cosas con una mentalidad muy alpina cuando se empezaba a ir al Himalaya de una manera mas pesada. Sus escaladas fueron muy importantes en su época. Si miras las diez escaladas de su etapa más difíciles, siete son suyas y con un estilo muy claro. Kurtyka decía que el alpinismo es la opción mínima, con lo mínimo hacer lo máximo. En ese sentido, Bonatti ha hecho cosas en las que estamos todos de acuerdo.
¿Qué aventuras de la historia del alpinismo le parecen más increíbles?
Las épocas van cambiando. Hay algunas ascensiones, tanto que haces tú o que ves de otros, que cuando eres muy joven te impactan más, porque piensan que no te van a salir. Luego, siendo ya más maduro, aunque sean incluso de mayor dificultad, tienes más claro que eso sale. En los años ochenta hubo unas cuantas que fueron hitos, tanto que ahora han pasado cuarenta años y están sin repetir, como la sur del Annapurna de Nil Bohigas y Enric Lucas o la oeste del G4 de Kurtyka y Robert Schauer. Los ingleses también tienen alguna escalada para quitarse el sombrero.Desde entonces fue como decir que todo es posible en alpinismo absoluto. Hubo como una explosión. Nosotros las veíamos desde aquí y nos parecían imposibles. Luego cuando entras en el mundo, quizá ha habido otras también importantes, pero como ya estás metido no te impactan tanto.
¿Cómo es una línea perfecta?
Normalmente ves una pared y lo primero en lo que te fijas es en que no haya nada y luego investigas para saber si nadie ha subido por ahí. Ves un itinerario lógico, rápido y recto, aunque luego tenga sus curvas, pero hay algo que te lleva hacia arriba, hacia la cumbre. Eso es lo que te llama la atención. Tiene que ser vertical, no que esté tumbado.
¿Cuál es la montaña más bonita que le ha seducido?
No me quedo con las montañas bonitas, sino con las líneas que ves en ellas. Tiene que ser grande y puntiaguda, eso sí. ‘Ochomiles’ hay catorce, eso dicen, y la mayoría de las líneas ya se han hecho, aunque se puedan hacer más ligero. Pero ‘sietemiles’ quizá hay cuatrocientos o quinientos y que tengan rayitas sin subir, hay a patadas.
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