La montaña en Aragón

Las mariposas que dicen 'te quiero'

Panticosa pone en marcha un circuito de doce rutas familiares guiadas por la marmota Bola y la intrépida Tica, dos personajes ideados por la emprendedora panticuta Rebeca Abós

La Mamá Lola sostiene a su nieta Martina, ante la mirada de la marmota Bola y la niña Tica.

La Mamá Lola sostiene a su nieta Martina, ante la mirada de la marmota Bola y la niña Tica. / REBECA ABÓS

Sergio Ruiz Antorán

Sergio Ruiz Antorán

Huesca

En esas arrugas cayó despistada Rebeca, revoloteando con sus mariposas, a resguardo en el refugio de su imaginación donde era extrañamente única, invisible a las miradas acusadoras que espiaban su diferencia. Repasando en caricias de sus inquietas yemas la palma erosionada de la yaya Amparo, la pequeña olisqueaba la ropa ahumada por la chimenera, camino de casa de Mamá Lola. Del Pueyo a Panticosa, era la dulce penitencia de la primera hija de padres separados del lugar, que bien se lo recordaban de la nada. Resistente a la despedida antes de llegar a las primeras casas, se daba media vuelta con ella porque quería seguir agarrada a esa mano protectora un poquitín más. Y ambas se sonreían con el corazón.

Por ese mismo sendero marchan ahora otra intrépida zagala, Tica, y una perezosa marmotilla miope, Bola, personajes creados por esa misma Rebeca hecha mujer emprendedora y madre de fantasía infinita, tejida en esa soledad de la infancia y en la herencia de esa madre casi adolescente que se inventaba nanas y cuentos para entretenerla o de las yayas que le repetían mil veces las mismas historias, que ella siempre recibía con oídos de primera vez. 

Por el resguardo de ese patrimonio emocional, de esa sabiduría de la mujer montañesa, por ese amor de hija y de madre, para recordar eternamente a Lola y para compartirlo como tesoro con su niña Martina, Rebeca Abós ha engendrado un precioso proyecto en casa, en Panticosa, que ramifica en doce rutas para dinamizar un turismo de familia en el voraz Valle de Tena. Doce arrugas que quiebran el mapa panticuto como principio de un precioso homenaje de legado y arraigo a una tierra.

Nueve días después de saber que estaba embarazada, a su madre Lola le diagnosticaron metástasis cerebral. En la frenética agenda de Rebeca convivían visitas al ginecólogo y al oncólogo en una locura de vida en Barcelona. En ese maremoto emocional de la maternidad y la pérdida, en esa cabecica que no para, nació el latido de regresar a Panticosa «donde siempre he estado empadronada». Así se parió una mudanza a Huesca y el nacimiento de este proyecto porque «Martina no iba a tener esa sensación de poder agarrarse a una mano con arrugas, a percibir ese legado que no podía perderse». Lola falleció poco después del cumple de Martina y dos meses después se iba la última abuela.

La parada creativa

El Ayuntamiento aceptó el reto y puso en marcha la primera fase con ese plano de rutas, excursiones estructuradas en dificultad progresiva. La lenta Bola acompaña en las fáciles y la activa Tica guía en las más largas. Juntas, portando la niña a la marmota en su mochila, caminan con nosotros en las intermedias. El afán de acompañar a estos personajes debe motivar a los niños a pasear, a salir sin protestar ni preguntar cuánto falta cada dos por tres, a consolidar hábitos saludables e ir conociendo el entorno de Panticosa. Como enganche se parte con un ‘pasaporte de aventuras’. En cada excursión se encuentra una palabra clave que se añade a un ‘crucigrama’ que, al terminar todas las rutas, conlleva «una sorpresa».

La experiencia acerca a las familias a sentir aventuras simples, conectadas a la tierra, mínimas como las que vivía con su madre o sus abuelas: buscando setas, espiando a las ovejas, oliendo la humedad o haciendo un baño de flores en el remanso de un riachuelo. En cada una de las salidas hay una ‘parada creativa’, un atril junto al que descansar, sacar unas pinturas para dibujar, como haría Tica, describir qué ves, qué sientes o, simplemente, admirar la naturaleza en silencio. «Queremos que no saquen el móvil, hagan la foto y se vayan. Ni que sea una yincana digital. Que se tomen su tiempo, que observen, piensen, imaginen o se aburran. Volver a hacer cosas lentas», añade Rebeca.

Bola y Tica fueron bautizadas en su fusión como el río que atraviesa Panticosa. Una marmota torpona y holgazana, regordeta, es «el paradigma de la víctima de acoso, que guarda una tremenda sabiduría, una wikipedia divertida, que conoce todos los dichos, refranes y eso le da un valor en el que muchos niños se pueden reflejar». 

La maternidad y el fallecimiento de su madre motivó una idea que tenía que crecer en Panticosa. Las excursiones son progresivas y adaptadas para motivar al inicio al senderismo

Tica es intrépida, inventora de palabras imposibles, apasionada de las mariposas y defensora de la comida saludable, reflejo de buenos hábitos. Ambas son buenas compañeras y empáticas, una mezcla de las mujeres de la vida de Rebeca y fruto de una elaboración en la que Martina es partícipe y coautora en la redacción de un libro que saldrá en nada.

Panticosa tenía que ser el cofre de este tesoro. Rebeca partió para estudiar, ha vivido de país en país, «pero siempre estaba empadronada allí, siempre volvía para estar con la familia». Esas son sus raíces, en las que quiere que se hunda Martina, por «eso le he hecho este regalo, que es para todo el mundo, para que, si se quiere ir, vuele, pero siempre sepa de dónde es». Es de ese lugar de los cuentos inventados, que huele a chimenea, «de donde traer tantas cosas de ayer», en el que revolotear con las mariposas «que son la abuela que viene a decirnos ‘te quiero’». 

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