Los lamentos van de costa a costa de Estados Unidos y atraviesan los océanos, incluso cuando algunos se resisten a reconocer en voz alta hasta qué nivel han sido víctimas de un timo. Ha empezado a cobrar fuerza el repaso de alertas desatendidas y el alzamiento de dedos acusadores que apuntan en diversas direcciones, incluyendo a la imposibilidad de que una sola persona orquestara un timo de 50.000 millones de dólares y a la potencial negligencia de organismos de control como la Securities and Exchange Commission (SEC).

Pero Bernard Madoff, el hombre al que hoy todos señalan como el ladrón que ha orquestado el mayor timo de la historia de Wall Street, fue hasta el jueves, el día de su detención, un faraón junto al que todos querían estar y al que la inmensa mayoría de víctimas de su timo piramidal entregó voluntariamente su dinero y sus fortunas pensando en multiplicarlas aún sin entender bien cómo.

"El bono judío"

Madoff, nacido hace 70 años en el barrio de Queens, en Nueva York, empezó su empresa con el dinero ahorrado como vigilante de la playa. Empezó estudios de Derecho pero nunca se graduó. Fundó Bernard Madoff Investment Securities en 1960, puso su nombre en la puerta y lo convirtió en un negocio familiar. Y tuvo visión, como apostar decididamente por las transacciones por ordenador cuando todo el mundo aún realizaba las operaciones por teléfono.

El verdadero capital de Madoff, sin embargo, fue conseguir que otros le confiaran su dinero. Y lo hizo granjeándose una reputación, especialmente entre la comunidad judía de Estados Unidos. Jugaba con la entrega de beneficios que, pasara lo que pasara en el mercado, siempre superaban el 10%, lo que le ganó el apodo de "bono judío" --una jocosa referencia a la segura inversión en bonos del Tesoro--. Pero, además, se aprovechaba de elementos inmateriales admirados en esa comunidad: era, por ejemplo, un hombre de familia y un destacado filántropo.

La fama de Madoff se extendió entre los más pudientes, acaudalados inversores que incluso se hacían socios de clubs de campo de los que él era miembro para conocerlo y poner en sus manos sus fortunas. Porque Madoff se podía permitir el lujo de rechazar inversores. Y lo hacía.

El sábado, en el periódico The New York Times, al menos dos millonarios relataban cómo habían rogado a Madoff que aceptara invertir su dinero, y uno de ellos, Robert Ivanhoe, reconocía que, tras ser rechazado, lo único que tuvo fueron más ganas de lograr ser uno de sus inversores, un selecto grupo en el que hay de todo: desde bancos suizos --y también españoles-- hasta fundaciones benéficas judías, jubilados de Florida, propietarios de clubs de béisbol, escuelas privadas, decanos de universidad...

Muchos de ellos hacen ahora preguntas, pero no las plantearon antes. Y quizá no las habrían hecho nunca si el mercado no hubiera empezado a reflejar la crisis. Porque solo entonces es cuando más gente empezó a querer recuperar su dinero. Así se colapsó el esquema de Madoff, como pasa con todos los timos inspirados en la estructura piramidal ideada en la década de 1920 por Charles Ponzi.

Las autoridades deberán hacer algo más que examen de conciencia: la SEC investigó a Madoff en el 2005 y el 2007. No detectó nada.