Bernard Madoff llevaba gorra de béisbol, una prenda de abrigo acolchada y mucha prisa cuando salió el miércoles al mediodía de un tribunal de Manhattan. El hombre que ha confesado a las autoridades haber construido una pirámide de fraude cuyo monto él mismo ha estimado en 34.700 millones de euros había conseguido seguir esquivando la cárcel. Incluso había evitado tener que comparecer en una vista judicial, y que las cámaras le retrataran en los procedimientos legales. No era un hombre libre, pero muchos sospechosos en crímenes menos graves querrían para ellos una celda como la del hombre que ha sacado los colores a Wall Street y, sobre todo, a la agencia encargada de su control, la Securities and Exchange Commission (SEC).

El juez federal de distrito Gabriel Gorenstein suspendió la vista prevista para ayer después de que Madoff y la fiscalía llegaran a acuerdos para modificar las condiciones de fianza. Se endurecían algunas, pero se relajaban otras. Madoff --que ya ha tenido que entregar a las autoridades su pasaporte-- quedó en arresto domiciliario; tiene prohibido salir de su casa entre las siete de la tarde y las nueve de la mañana, y debe llevar un brazalete electrónico de seguimiento. Pero si inicialmente se requería que cuatro personas avalaran con su firma su fianza, el número se rebajó hasta dos.

Rechazo de los hijos

Según los documentos judiciales sus dos hijos, Mark y Andrew, que trabajaron con él y fueron quienes le entregaron al FBI la semana pasada tras su confesión, se negaron a firmar esa fianza. Sí lo hicieron su hermano, Peter Madoff (también socio en su empresa), y su esposa, Ruth, que debe entregar su pasaporte para el mediodía de hoy y que se ha comprometido junto a su marido a entregar, si él huye, las casa que poseen en Palm Beach, en Florida, y en Montauk, uno de los refugios de la élite neoyorquina en la zona de Long Island conocida como los Hamptons.

La imagen del inversor como un ídolo caído cobró una representativa forma el miércoles cuando, tras abandonar el tribunal, Madoff llegó a la casa donde pasará ese arresto, un apartamento de lujo en Manhattan por el que pagó siete millones de dólares y que ahora se ha convertido en su jaula de oro. Una marabunta de cámaras y periodistas le esperaban. Y uno de los fotógrafos le dio un empujón para conseguir echarlo hacia atrás y retratarlo. Televisiones especializadas como la CNBC repetían una y otra vez incrédulas la imagen de ese empujón, impensable hace solo una semana.

No ha sido tiempo suficiente para comprender qué ha pasado, cómo y porqué Madoff pudo organizar y llevar a cabo el timo ni para saber realmente hasta dónde llegarán las consecuencias económicas y políticas del fraude. Pero aún sigue avanzando la percepción de que el escándalo salpicará a la SEC.

Richard Cox, elegido por el presidente George Bush como responsable de la agencia gubernamental que está en el ojo del huracán por no haber reaccionado a numerosas señales de alerta lanzadas desde 1999, esta semana decía a los medios lo que había anunciado en un comunicado. Entonaba un mea culpa de admisión de errores. Prometía investigaciones profundas y anunciaba una interna a cargo del inspector general que, recordaba, es "independiente". Pero no podía dar respuestas convincentes ante los crecientes interrogantes.

Uno de ellos plantea cómo pudo afectar al caso el hecho de que una sobrina de Madoff, Shana, esté casada con Eric Swanson, que trabajó como abogado para la SEC hasta el 2006 y tuvo un cargo de responsabilidad. "De momento no hay pruebas contra ningún trabajador de la agencia", repetía Cox, que admitía que la falta de supervisión fue, cuando menos, "profundamente preocupante", tras llevar casi una década recibiendo acusaciones "creíbles y específicas".

El laberinto de dinero y poder que plantea el caso no deja de enredarse. Una de las personas investigadas es un socio de Madoff, Frank DiPascali, cuyo abogado es Marc Mukasey, el hijo del fiscal general de EEUU, Michael Mukasey. Este anunció que se excusa del caso, al que no solo le vincula su hijo sino la relación con una escuela judía, una de las múltiples instituciones que han perdido con Madoff.