Hace unas semanas publiqué un gráfico sobre el Producto Interior Bruto (PIB) en el blog que edito: El Captor. En él se podía apreciar que entre los años 1996 y 2008, es decir, durante más de cincuenta trimestres consecutivos, la economía española presentó tasas de crecimiento positivas. La constante dilación de aquel periodo de expansión llegó a interpretarse como el fin de la teoría de los ciclos. Pero la irrupción de una gran crisis financiera internacional despertó finalmente a la sociedad. La posterior recesión, vigente en la actualidad, se extiende ahora también en el tiempo con suma gravedad.

Una gestión negligente caracteriza, parece evidente, nuestros periodos de expansión y depresión. Primero se fomentó un desarrollo económico anormalmente desequilibrado a nivel sectorial que constituyó la antítesis de un diseño de planificación diversificado y racional. Después se ha logrado agravar la profundidad de la recesión al asfixiar mediante la austeridad un contexto en el que la iniciativa privada ha demostrado ser incapaz de liderar la recuperación general. La inexistencia o falta de alcance en las depuraciones de responsabilidad han permitido que sigamos sumidos en la mediocridad. Debemos, por lo tanto, preguntarnos si queremos seguir instalados en esta realidad. Conceder al tiempo cronológico el verdadero valor que tiene. Apostar decididamente por la renovación o languidecer bajo las ruinas del actual modelo económico y social.

Partimos de un escenario en el que el PIB podrá de nuevo volver a crecer por medio de la inclusión de actividades ilegales en su medición. Un escenario en el que a una rebaja de impuestos extemporánea se le denomina reforma. En el que se reabren debates sobre conflictos superados con el único fin de prolongar el presente de la minoría e imposibilitar el futuro de la mayoría. Una tonelada de relojes nos cubre enteros hasta la cabeza. No es de extrañar que siempre sepamos cuándo llega la hora exacta en la que debamos volver a soñar. Así pues, soñemos.