Cómo puede ser que una factura de 264 euros en un restaurante por el almuerzo de cuatro comensales se transforme en un apunte contable de apenas 29 euros? ¿O que los 152 euros que cuestan cuatro platos de lechazo asado se transformen en solo 7 euros por una ración de chorizo? ¿Es posible que los cuatro comensales queden reducidos a uno y que desaparezcan la ensalada, el postre, el agua y el carajillo de la consumición? La respuesta está en la contabilidad B aplicada en uno de los restaurantes inspeccionados por la Agencia Tributaria (AEAT) con el apoyo de Unidad de Auditoría Informática (UAI), un cuerpo de élite de la AEAT especializado en la captura de información en soporte electrónico y la detección de software de enmascaramiento.

En este caso, la caja registradora del restaurante expedía una factura real para los comensales que pagaban lo consumido en metálico, al tiempo que una aplicación informática en otro ordenador se encargaba de sustituir unos platos por otros, reducir la cifra de clientes y bajar los precios.

NUEVE DE CADA DIEZ

El software de doble uso se ha convertido en una de las prioridades de la lucha contra el fraude de la Agencia Tributaria y en otros países. Es una práctica que se da sobre todo en negocios de cara al público (comercios y restaurantes, sobre todo), aunque también en actividades mayoristas, como se vio en la actuación sobre la venta de pescado en Mercabarna (marzo del 2015).

Desde el 2013 hasta el 2015, la Unidad de Auditoría Informática ha participado en algunas operaciones muy relevantes en la lucha contra la contabilidad B, como las denominadas Pasta fresca y Lechazo (en el sector de la restauración), la operación Scarpe (29 establecimientos de calzado y textil), la denominada White (comercio al por mayor de pescado) y la Ballesta (comercio mayorista de desguaces), todas ellas conocidas en su momento.

También se ha implicado en esta cruzada de la AEAT la Hacienda foral del País Vasco. El presidente de la Comisión Interinstitucional de Lucha contra del Fraude Fiscal, Antonio Pérez, explicó el pasado mes de junio en el parlamento vasco que nueve de cada diez empresas que trabajan con el consumidor final inspeccionadas por las haciendas forales disponen de software diseñado para mantener una doble contabilidad, A y B, declarar unos ingresos inferiores a los reales y defraudar en el pago de impuestos.

CONFESIONES

Para confirmar la generalización de esta práctica fraudulenta, basta con echar un vistazo a algunos foros informáticos de la web. "Yo comencé a hacer programas para pequeñas empresas allá por los años 90 y uno de los requisitos que siempre te pedían era que pudiesen llevar el B", relata un internauta. "El porcentaje de dinero negro variaba sustancialmente de un sector a otro, pero en todos existía. En el sector textil, según mi estimación, el porcentaje de facturación en B rondaba desde el 50% hasta el 70%", añade.

En ese mismo foro de internet, otro de los intervinientes, proveedor de software para crear cajas B, reconoce abiertamente que "todos los sistemas de información implantados en las empresas permiten, cuando menos, la doble contabilidad". Este mismo internauta relata los inconvenientes de llevar una contabilidad B y lo difícil que es ocultar la información y aconseja con una dosis de humor: "Si quieres seguridad y no dejar rastro, lo mejor es volver al papel y al lápiz".

La recuperación de datos y la extracción de estos a partir de discos y archivos borrados deliberadamente es la parte más complicada del trabajo que realiza la Unidad de Auditoría Informática de la AEAT. La UAI está integrada por un centenar inspectores, subinspectores y agentes tributarios expertos informáticos. En sus actuaciones realizadas in situ, la UAI se ha encontrado con casos como el de la "habitación del pánico", como se llamaba en un establecimiento a una cámara acorazada ubicada detrás de una falsa puerta. Durante un registro, allí se encontró una contabilidad B y unos tres millones de euros en efectivos y joyas. La Agencia levantó un acta por 11 millones de euros.

CUARTOS SECRETOS

En otra tienda, de ropa, se encontró un cuarto sin puertas ni ventanas donde se escondía el ordenador central que contenía la contabilidad B y al que se accedía a través de una puerta en un armario ropero lleno de abrigos que quedaba oculto a las miradas.

Además, los funcionarios de la UAI se han ido familiarizando con las técnicas más habituales de ocultación, la del phantomware (software fantasma instalado en la propia registradora que permite transformar artículos caros en baratos) y la del zapper (herramienta externa, ubicada físicamente en otro lugar, algunas veces en un domicilio particular).