El sector de la alfalfa no pasa por el mejor momento. Y la culpa la tiene en parte el coronavirus. Una de las consecuencias que ha traído consigo la pandemia ha sido el encarecimiento de los costes de exportación por vía marítima y la escasez de los contenedores utilizados en este transporte. Esto ha tocado de lleno a un forraje muy arraigado en Aragón, principal operador a nivel nacional al representar el 55% del total de la producción. En torno al 70% de lo que se cultiva va a parar a terceros países y el barco es el medio más utilizado para llegar a destino.

El colmo de esta situación ha sido el bloqueo durante una semana del canal de Suez, un paso fundamental para el envío de la alfalfa a Oriente Medio o China, dos emplazamientos que se encuentran entre los principales mercados de este cultivo agrícola. De hecho, en alguno de los barcos que estaban en la zona hasta que desencalló el barco, viajaban contenedores con forraje aragonés. «Esperamos que el problema se solucione pronto. El producto no sufre, es solo una cuestión de retraso en los plazos de entrega al cliente», señalaba Luis Machín Álvarez, director de la Asociación Española de Fabricantes de Alfalfa Deshidratada (Aefa), que tiene su sede en Zaragoza.

El atasco de este paso estratégico supuso la gota que colmó el vaso para los productores de alfalfa, que desde el verano pasado venían arrastrando dificultades para exportar por el incremento de los fletes marítimos, que han llegado a multiplicarse por cuatro durante la pandemia, y la falta de equipos (contenedores marítimos). Justo ahora que empezaba a estabilizarse la situación, el caos en Suez supuso una marcha atrás, una vuelta de tuerca en el ya de por sí tensionado comercio mundial y pudo encarecer nuevamente los precios.

«Está muy complicado vender en el mercado internacional, sobre todo desde el verano pasado», destacó Machín. «Vivimos con mucha incertidumbre toda esta situación porque nuestro producto no cuenta con unos márgenes como para soportar unos altos precios de transporte», explicó.

En este contexto adverso, las exportaciones de alfalfa en el 2020 bajaron un 4%, hasta las 1.050.000 toneladas, de las que en torno a la mitad procedieron de Aragón. La caída fue mayor en el formato bala, con el que se vendieron fuera de España 730.000 toneladas, 100.000 menos (-12%) que en el ejercicio precedente.

La producción aragonesa

El forraje tiene una gran relevancia en Aragón, donde se cultiva la mitad de la alfalfa de España, que a su vez representa el 50% del volumen de la producción de Europa. Es el segundo país exportador del mundo, solo por detrás de Estados Unidos, al que podría acercarse en los próximos años gracias a la entrada en el mercado chino hace siete años. Las condiciones del valle del Ebro son las que favorecen el cultivo de una alfalfa de inusual calidad, idónea para la alimentación del ganado vacuno, ya que, debido a su elevado aporte de proteínas, favorece la producción de leche.

El pedigrí de este producto made in Aragón es valorado a nivel internacional y ha propiciado el interés de cada vez más países. No en vano, el 70% de la producción de la comunidad va a parar al exterior, principalmente a los Emiratos Árabes (para alimentar camellos) y Arabia Saudí (vacas). Durante el pasado mes de enero (ultimo dato disponible), las exportaciones de forrajes deshidratados españoles mejoraron y alcanzaron las 86.174 toneladas. El 70,5% fue en formato bala (60.819 toneladas) y el 29,5% restante (25.356) correspondió el pellet, lo que constata la buena acogida que está teniendo esta modalidad en el mercado internacional en la actual campaña. Y el principal destino fue Emiratos Árabes Unidos.