Desperté con la luz del sol en mi rostro, vi al fondo tierra firme. En mi mente, surgió un sentimiento esperanzador. El entusiasmo me corría por dentro, constrastado con el miedo y la tristeza de dejar a mi familia. Mis compañeros de viaje se levantaban con gran alegría, todos celebramos felices haber alcanzado nuestro destino. Empezamos a trazar el plan de cómo escapar de allí. Cada vez nos acercábamos más a la playa y empezó a formarse una gran piña de gente interesada en nosotros. Llegamos a la orilla, todos nos miraban expectantes. En el momento que la patera toco tierra, salimos corriendo por la playa, aunque alguno se perdió. En aquel momento, supimos que empezaba nuestra nueva vida, íbamos a vivir el sueño español. Corrí como si no hubiera un mañana hasta llegar a una heladería. El heladero se quedó sorprendido al verme, pero lo único que se le ocurrió fue esconderme, porque la policía estaba por la zona buscándonos. Esa misma noche, al cerrar, me dijo que ya podía salir del lugar donde estaba escondido, y me llevó a su casa. No tuvimos problemas para comunicarnos porque aquel hombre sabía árabe y nos entendimos a la perfección. Estuve unos días refugiado en su casa, mientras se calmaba el asunto, hasta que una mañana me pidió que descargara su camión; accedí sin poner pegas. A los días fuimos cogiendo confianza, hasta que me puso encargado de la heladería cuando él no estuviera. Nunca olvidaré el día en el que me hizo mi primer contrato; en aquel momento sentí que las cosas irían bien. Ahora mismo soy encargado de una heladería de la misma cadena en Alicante. Mi familia vendrá en dos meses a vivir conmigo y por fin podremos vivir juntos el sueño español.