Nueva York, Londres, París, Oslo o Barcelona. Todas las grandes ciudades del mundo compiten hoy en día por obtener el calificativo de «inteligente». ¿Pero que es exactamente una smart city? Básicamente, ciudades que tratan de innovar para mejorar la calidad de vida de sus habitantes y a la vez lograr un planeta más sostenible. Sistemas de transporte más respetuosos con el medio ambiente, un uso más eficiente de recursos como el agua o la energía, o edificios y hogares conectados para hacer la vida más fácil a quienes los habitan son algunos de los elemenos que definen a las ciudades inteligentes, algunos de los cuales empiezan a ser ya una realidad en nuestro día a día.

Un 50% de la población mundial vive actualmente en zonas urbanas. En Europa, esta cifra alcanzará el 85% en el 2050 según datos de la Comisión Europea. Por ese motivo, el desarrollo de las ciudades y la mejora de los servicios al ciudadano son aspectos que hay que empezar a mejorar.

La conversión de una ciudad actual en una inteligente implica cambios en elementos como el transporte, el hogar, el comercio, la energía, la salud, la industria, la cultura y el ocio o la educación, y para ello resulta fundamental el uso de las tecnologías digitales.

Los habitantes de las futuras smart cities, los ciudadanos inteligentes o smart citizens, estarán permanentemente conectados entre ellos, con sus viviendas, sus lugares de trabajo y con los edificios e infraestructuras de la propia ciudad. Podrán interaccionar de manera directa con los servicios públicos y hacer llegar sus demandas mucho más rápido a los responsables políticos si desean cambiar algo.

Ejemplos reales

Para conocer qué ciudades son las más avanzadas, la consultora IESE realiza un informe anual llamado IESE Cities in Motion. En 2016, Nueva York fue considerada la ciudad más inteligente del planeta, seguida de Londres y París. Si bien es cierto que la polución y la cohesión social siguen siendo asignaturas pendientes para estas tres capitales finalistas.

Pero volverse más smart no es solo cosa de grandes ciudades. También hay urbes de menor tamaño como Oslo, Viena o Amsterdam, que son un ejemplo de cómo es posible innovar en materia urbana, y lo más importante: esto se refleja en la calidad de vida de sus ciudadanos, cuyo índice se encuentra por encima de la media.

Y es que todo apunta a que los habitantes de las ciudades del futuro tendrán las cosas mucho más fáciles que actualmente, una vida mucho más cómoda gracias al uso de la tecnología y los avances científicos. Pero ¿conseguirán todas estas comodidades que seamos más felices?

EN ENERGÍA. Menos residuos y más renovables

Además de reducir su consumo de energía al mínimo, los ciudadanos de las ‘smart cities’ no generarán apenas residuos. Este es un aspecto que tiene que mejorar mucho aunque ya hay muchas experiencias en plantas de tratamiento para transformar los deshechos que generamos en combustibles como el biogás.

El biogás es un gas renovable procedente, entre otros orígenes, de la descomposición de los residuos orgánicos y que puede utilizarse como combustible o bien ser inyectado directamente en la red de gas natural para que sea consumido en los hogares o en la industria.

También las energías renovables tienen un papel protagonista en las ciudades del futuro. La eólica procedente del viento, la solar del sol, o la biomasa del calor de la tierra, son algunos ejemplos de cómo se pueden aprovechar los elementos naturales de nuestro entorno para generar energía y no contaminar.

El impulso a las energías renovables es de hecho uno de los objetivos marcados por la Unión Europea para luchar contra los efectos del cambio climático. La Unión Europea quiere que para el año 2030 todo el mundo consuma un 30% menos de energía de lo que consume actualmente, para lo que será necesario que seamos todos más eficientes en su uso.

EN LA ESCUELA. La educación de los ciudadanos ‘smart’

A estas alturas ya os estaréis preguntando cómo será ir a la escuela en una smart city. Pues bien, la educación de los ciudadanos inteligentes se apoya sobre todo en las tecnologías digitales pero también en cuestiones como la seguridad, la salud, el medio ambiente, idiomas o los medios de comunicación para que el aula esté conectada con su entorno.

El uso de medios audiovisuales, herramientas 3.0 y metodologías como el aprendizaje por proyectos estará muy presentes en las escuelas de las ciudades inteligentes, digitales y sostenibles.

Los pequeños smart citizens serán más conscientes de los problemas de su entorno y contarán con herramientas para mejorarlo. Tendrán conocimientos en ciberseguridad, reciclaje, ahorro de energía, movilidad eléctrica, etc. Hablarán varios idiomas y también tendrán algunas nociones del lenguaje que utilizan las máquinas, la programación.

El papel de los profesores también será diferente en las futuras escuelas inteligentes. Ellos serán los arquitectos de la base sobre la que se asentarán las nuevas sociedades con grandes dosis de innovación, periodismo de aula y nuevos métodos para educar a los futuros smart citizens.

EN LA INDUSTRIA. Los robots se ponen manos a la obra

El uso de robots en la industria no es nada nuevo. Ya desde la década de los 60 es habitual ver en empresas del sector de la automoción tareas realizadas por autómatas. Brazos articulados controlados por ordenador que ensamblan piezas, pintan, atornillas... Y su uso se extiende también hacia otros sectores en esta cuarta revolución industrial en la que nos encontramos. Actualmente existen más de un millón y medio de robots en todo el mundo trabajando en la denominada industria inteligente.

¿Acabarán los robots por sustituir a los trabajadores? Todo parece indicar que sí, no hay que pagarles ningún salario y pueden trabajar muchas más horas que un ser humano. Pero a medida que desaparezcan estos empleo se crearán otros nuevos. Al fin y al cabo alguien tendrá que decirles a los robots lo que tienen que hacer, es decir, habrá que programarlos, y también asegurarse de que hacen las tareas correctamente y repararlos si sufren algún tipo de avería.

Muchos de los habitantes de las ciudades inteligentes trabajarán en empleos que ahora ni siquiera existen y muchos de ellos estarán relacionados con el campo de la robótica y la programación, uno de los campos que mayores salidas profesionales ofrece actualmente.

EN EL COMERCIO. La realidad virtual se mete al probador

En las ciudades inteligentes, la tecnología está por todas partes, incluso al irse de compras. Los ciudadanos inteligentes tendrán a su disposición aplicaciones que harán más fácil y cómodo elegir entre una prenda de ropa u otra, dejarse el pelo largo o corto o teñírselo de rubio o de morado. Y todo ello gracias a la Realidad Virtual (RV) y la Realidad Aumentada (RA).

La Realidad Aumentada es el término que se utiliza para definir la visión de un entorno físico del mundo real a través de un dispositivo tecnológico. Este dispositivo o dispositivos añaden información virtual a la información física existente, es decir, elementos que no se encuentran en el mundo real.

Muchos comercios utilizan ya aplicaciones de realidad aumentada para mejorar la experiencia de sus clientes a la hora de realizar sus compras. Por ejemplo, ofrecen la posibilidad de probarse ropa sin necesidad de quitarse la que llevas puesta. Situado delante de un espejo puedes ir cambiando el modelo, la talla, el color, etc. Eso por no hablar de los supermercados o tiendas de barrio con escaparates virtuales donde se pueden comprar todo tipo de productos, como frutas y verduras, a golpe de teléfono móvil, llenar tu cesta de la compra virtual y que te la manden a casa.

EN EL HOGAR. Neveras que hacen la lista de la compra

Cuando hablamos de una nevera inteligente no nos referimos a una que se sepa las tablas de multiplicar o los afluentes del Ebro, sino a un electrodoméstico que gracias a internet, una red de sensores y una compleja programación puede decirnos en cada momento los productos que tiene en su interior, cuáles se están poniendo malos o que nos hace falta comprar leche porque está a punto de acabarse.

Sin duda, los hogares del futuro serán inteligentes. Persianas que se suben y bajan solas según la luz solar que entre por la ventana o luces que detectan si estamos despiertos o dormidos y se apagan para que podamos descansar y no gastemos más de la cuenta son ejemplos reales, que ya existen, de lo que podrán disfrutar los ciudadanos de las metropolis del futuro.

Además, los hogares del futuro serán altamente eficientes. Se alimentarán de energías renovables, tratarán de gastar nada o la menor energía posible y aprovecharán los residuos para que no se desperdicie absolutamente nada. En la actualidad ya hay bloques de viviendas de este tipo, que se conocen como edificios de consumo casi nulo o edificios de energía positiva, en los que se aplican estrictos criterios de sostenibilidad tanto en su diseño como en su construcción.

EN EL TRANSPORTE. Coches a todo gas y sin conductor

No es necesario ponerse en plan futurista:los coches que se conducen solos son ya una realidad. Los vehículos de conducción autónoma, como se denomina a este sistema, emplean un conjunto de sensores, cámaras, sistemas de localización y de navegación a tiempo real que les permiten circular por carretera o por ciudad con un tráfico impredecible. Son varias las empresa automovilísticas que han desarrollado prototipos de vehículos autónomos. Aunque estos representan un gran reto sobre todo en materia de seguridad, todo indica que no será tan descabellado que en un futuro nos subamos a un coche sin que haya nadie al volante.

Además, la movilidad en las ciudades del futuro será mucho más sostenible de lo que es actualmente. El vehículo eléctrico o quizá los propulsados con gas natural o hidrógeno sustituirán a los actuales sistemas basados encombustibles fósiles, altamente contaminantes.

El transporte urbano es el responsable de una tercera parte de las emisiones de gases de efecto invernadero que existen en los países avanzados. Por eso, desde la Comisión Europea señalan que es necesario cambiar los sistemas de transporte y utilizar combustibles alternativos para reducir la polución y los gases de efecto invernadero.