Ese cuerpo que tanto deseas, que tanto quieres lograr, solo porque crees que «te verás mejor». Y en el fondo sabes que no es por eso, que el motivo está en otro factor, y sabes que no eres tú.

Piensas en ese cuerpo que atrae tantas miradas y lo conviertes en el ideal: tener pies de princesa, piernas delgadas y lisas, una cadera donde muchos quisieran ser surferos, un trasero voluminoso, una tripa plana, pechos grandes y firmes, brazos delgados y manos delicadas, cuello largo, una sonrisa despampanante y un pelo largo y liso.

Pero no sabes lo equivocada que estás. Ese cuerpo que tanto anhelas tener, lo que tanto quieres sacrificar solo para tener en ti esas miradas, esas miradas captadas por personas que ni siquiera te importan, no es más que una construcción social, un canon ideal que te imponen otros.

Te preocupas tanto por esos ojos que ni siquiera te percatas de que existen otras miradas. Estas miradas que realmente hacen que se congele el tiempo y ardan los sentimientos tan sólo con una ojeada, miradas que ven con el alma y que no se quedan en solo en las superficies.

Aquellas no entienden de pechos grandes o pequeños, culos más o menos voluminosos, tampoco entienden ese «unos kilitos de más», las miradas invisibles, las que realmente valen, las que muestran la realidad más bonita y poética, aquellas que aceleran el corazón y hacen que pierdan la razón, y no por ver un par de tetas, sino por el hecho de estar viendo un alma y no un físico, por estar viendo un ángel y no un prototipo.

Tener personalidad y no dejarse llevar. Es algo que todos deberíamos hacer. Esa personalidad es el verdadero cuerpo ideal.