Todo empezó un día normal en el que nos habíamos mudado de Zaragoza a Madrid. Nuestra casa anterior había sido nueva, pero era un poco pequeña para todos y éramos mis padres, mi hermano pequeño y yo. Así que puesto que nos mudábamos, debido al trabajo de mi padre, decidimos probar con una casa distinta a la anterior. Esta era una vivienda muy grande, pero un poco antigua, tenía varias plantas, un jardín trasero que estaba un poco descuidado; contaba con muchas habitaciones y arriba del todo con un desván donde había un espejo y trastos viejos del antiguo dueño. Tuvimos que estar limpiando unos cuantos días porque aparte de que era grande, había estado abandonada durante unos cuantos años. Después de haber hecho toda la mudanza e instalarnos definitivamente, empezamos a ir al colegio y comenzamos una nueva vida allí.

En el colegio nos acogieron bien, pero después de unos días todo empezó a torcerse. Un martes ventoso, por la noche, estábamos cenando, cuando de repende alguien llamó a la puerta principal. Cuando mi madre fue a abrir, no había nadie, así que no le dio importancia, pero después de unos minutos volvió a ocurrir lo mismo. Esta vez los ruidos provenían del desván. Toda la familia subimos acelerados a ver qué ocurría, pero nos sorprendimos al ver que la puerta del desván estaba cerrada y no la podíamos abrir porque no encontrábamos la llave. Mi madre fue a buscarla donde la había dejado y allí no estaba. De repente volvió a sonar, pero esta vez en la habitación de mi hermano pequeño. Fuimos hacia ella y cuando miramos la cama, nos quedamos atónitos al ver que las llaves estaban encima. Subimos corriendo al desván y al ver que la puerta estaba abierta, nos asustamos. Mi hermano gritó que había una luz blanca que hacía sombra en el suelo y que reflejaba en el espejo. Yo me asusté, pero mis padres nos relajaron diciéndonos que había sido la cortina de la ventana. Cuando nos calmamos, bajamos a terminar de cenar y nos fuimos a dormir.

En toda la semana siguiente no volvimos a oír ningún ruido extraño, hasta que otro martes volvió a suceder lo mismo. Todos los martes con la misma historia del ruido, y no paraba. Un día decidimos llamar a un especialista en estos casos, pero no encontró nada. Ya no sabíamos qué hacer.

Hasta un martes, en el que había hecho buen tiempo, no sonó nada. Esto sí que nos sorprendió porque ya estábamos acostumbrados. Como esta vez no sonó nada, nos pareció raro. Subimos a investigar y mi padres después de estar un rato pensando, averiguó que todos esos golpes que oíamos, eran las viejas y ruidosas ventanas que al hacer viento chocaban entre sí, simulando el sonido de que llamaban a la puerta. Y la puerta, todas esas veces, se había cerrado sola debido a la corriente de aire.

Actualmente vivimos tranquilos ya que ya no escuchamos nada porque llamamos a un señor que instaló unas nuevas ventanas que no hacían ruido.