El modelo económico propio del sistema capitalista en el que vivimos, fomenta el consumo de bajo coste y los métodos productivos no sostenibles. Está demostrado que la industria textil es una de las más contaminantes, con un enorme impacto sobre el medio ambiente. Esto no sería posible sin nuestra complicidad como consumidores, lo que nos convierte en responsables indirectos de los efectos perjudiciales que provoca.

Su alto nivel de contaminación se debe, entre otras razones, al uso de fibras hechas de plástico (como el poliéster, un material derivado del petróleo), al deficiente reciclaje de las prendas, al consumismo desmesurado, y a métodos de fabricación poco sostenibles. Se trata de una industria que contamina más que la marítima y aérea juntas, llegando a producir el 3% de las emisiones de CO2 liberadas a la atmósfera.

Una de las consecuencias de esta industria es la 'fast fashion' o moda rápida. Un tipo de moda que promueve el consumo desenfrenado de ropa, con una vida útil cada vez menor. Son prendas de bajo coste, que pasan de moda muy rápido, debido a que las empresas introducen sin cesar nuevas tendencias en un periodo muy corto de tiempo.

"Cada español tira una media de 12 a 14 kilos de ropa al año"

Cada español tira una media de entre 12 y 14 kilos de ropa al año, en lugar de recurrir a otras opciones más ecológicas como el reciclaje o la donación. Todos podríamos poner de nuestra parte y empezar a consumir de forma más responsable. Uno de los métodos más tradicionales y eficaces es el de la compraventa de prendas de segunda mano, a las que todavía se les puede conceder una segunda oportunidad. En la actualidad, podemos encontrar aplicaciones como Vinted o Depop, o comercios locales 'vintages' que logran evitar un nuevo ciclo de producción en cada una de las prendas que venden.

Asociado a la fast fashion encontramos otro concepto, la huella hídrica, utilizado para calcular la cantidad de agua (uno de los recursos naturales más necesarios, en riesgo de contaminación y agotamiento) que es necesaria para producir una sola prenda. Por ejemplo, para fabricar una camiseta de algodón son necesarios 2.700 litros de agua, y para unos vaqueros se requieren 3.781 litros.

Las consecuencias de este tipo de producción ya se están haciendo visibles en algunas regiones del Planeta. En conclusión, nos hemos acostumbrado y somos partícipes del consumismo desbocado propio del modelo económico capitalista. Creemos que valemos por lo que tenemos y no por lo que realmente somos. Preferimos mirar a otro lado e ignorar un problema que nos afectará a todos de manera directa, en un futuro no muy lejano, si no reaccionamos rápido.

El papel que debe jugar la educación

Por desgracia, hemos aprendido que lo que no vemos no existe, y como no vemos de cerca toda esta contaminación ni estos métodos de producción, lo ignoramos y asumimos, y preferimos seguir participando en esta rueda en la que no paramos de consumir. Si realmente queremos frenar este desastre, es muy importante dar un mayor protagonismo a la función que debe jugar la educación.

Además de ofrecer contenidos orientados a formar especialistas, no se debe perder de vista la necesidad de formar ciudadanos comprometidos y responsables. La educación debería otorgar un mayor peso a asignaturas en las que se fomenta el pensamiento crítico y racional. Una educación que promueva la reflexión ética sobre valores, sobre las diferentes formas de consumo y sus consecuencias, sobre el cuidado de nuestro planeta o, incluso, sobre los fundamentos mismos de nuestra sociedad.

Una educación que nos libere de las ataduras de un modelo que da un valor excesivo a la apariencia y a la ropa que llevamos. Una educación que nos enseñe que todos somos habitantes de un mismo planeta, expuestos por igual a los desastres climáticos que nosotros mismos estamos provocando. Seres humanos, personas únicas y diferentes con independencia de la ropa que llevemos.