Era un día de invierno, diez de la noche, cuando llamaron a la puerta de Jacob.

- ¿Quién es?

Nadie respondía tras la puerta; pero al final abrió. No había nadie y, al cerrar, se dio la vuelta y se asustó:

- Ah. Hola Claire ¿Qué te ha pasado? Le preguntó a su mujer.

En su mente sabía que no había nadie al otro lado de la puerta, y no se explicaba cómo había entrado.

Ella sonrió de una forma algo siniestra y extraña y dijo: “estaba entrando a una tienda, cuando un coche ha pasado y me ha cubierto de barro y nieve”.

-Bueh. Pues... ve a ducharte, cámbiate y, mientras, hago la cena.

-Vale, amor.

Entonces ella fue al baño. El teléfono de Jacob empezó a sonar.

-Hola, ¿Jacob Pérez?

-Sí, dígame.

-Llamo para decirle que su mujer ha fallecido en un accidente de tráfico.

-Eso es imposible; mi mujer está aquí conmigo.

-Pero, señor…

-Adiós. Se ha equivocado.

Jacob acudió a contárselo a Claire; pero allí no había nadie.

Se fue la luz y Jacob vio, al final del pasillo, una silueta negra con unos brillantes ojos amarillos.

Cuando volvió la luz, no había nadie.