El día estaba triste, las gotas de lluvia golpeaban las baldosas incesantemente al igual que las dos semanas anteriores. El sonido era repetitivo, pero había algo de magia en él.

En la calle Cremieux de París, en la que la multitud de plantas siempre florecidas, y las casas, aunque grandes y monótonas, llenas de color y vida, algo enturbiaba la mágica melodía de la lluvia. Provenía de la primera casa de la calle, de la que salía un ambiente de preocupación, rabia y pena. Eso es lo que sentía Clara cada vez que su hermano Albert, intentaba dar clases de ballet, con la profesora Elisabeth.

Albert daba clases de ballet a escondidas de sus padres, en la Escuela de Ballet de la Ópera de París junto a la profesora de danza, Elisabeth, la que le ayudaba y le animaba a que no lo dejase nunca, porque tenía algo mágico que iluminaba el escenario cuando se subía a él. Albert siempre había sido un apasionado de la música clásica y de la danza, pero sus padres, unos importantes empresarios franceses, le negaron desde muy pequeño que bailase ballet, puesto que no tendría ningún futuro y era una actividad de niñas. El joven tuvo que aguantarse la rabia y en cuanto la profesora Elisabeth se enteró de este suceso, impulsó a Albert a dar clases particulares con ella, hasta llegar al mejor equipo de danza de jóvenes de París, donde estaba en ese instante.

Se acercaban las Navidades, y como todos los años, en la Ópera de París, se reunían los grandes empresarios de la ciudad. Con lo que no contaba Albert, era que ese año, a diferencia de los otros años anteriores, sí pertenecía al grupo de ballet, que hacía la función en el festival, y por lo tanto, sus padres verían que bailaba y se enterarían. Clara no podía dejar de pensar en ese día y en el castigo que le pondría su padre al enterarse que seguía bailando ballet y a su vez, le verían todos sus compañeros de trabajo el día del festival, con los que presumía de que sus hijos, llevarían su gran empresa cuando él y su mujer no pudiesen.

Sus padres estaban de viaje, por lo que Clara y Albert, estaban solos en casa, a una semana de la función, Albert, ensayaba todo el día en casa, y Clara estaba cada día más preocupada por lo que podría pasar ese día. Clara era testigo de las largas jornadas de entrenamiento que hacía su hermano para ser el mejor bailarín, y cuando lo veía bailar, se olvidaba de todas sus preocupaciones y pensaba, que Albert, tenía que seguir su sueño de ser bailarín.

La joven veía la dedicación que la profesora y su hermano ponían para que todo fuese perfecto, pero pensaba en la reacción de sus padres y le venía todo el sufrimiento a la cabeza. “Ojalá nuestros padres te dejaran ser lo que tú quieres ser, y no nos obligaran a llevar sus empresas, con trabajadores en la India explotados por unos salarios mínimos” le pronunciaba Clara a su hermano.

Los padres de Albert y Clara eran unos grandes empresarios que tenían en su poder la multinacional más grande de ropa del país. Un imperio que crearon de la nada, convirtiéndose, así, en los empresarios más ricos de París, vendiendo productos muy baratos, puesto que tenían las cadenas de producción en la India, donde los trabajadores hacían una larga jornada de horas de trabajo por un sueldo mísero.

Conscientes de ello, sus hijos, estaban en desacuerdo con la política laboral de sus padres, ya que los trabajadores estaban expuestos a malos tratos y carecían de derechos. Los jóvenes solo pensaban en el derroche de materias primas y recursos que sus padres estaban llevando a cabo, ese tema que tantas y tantas clases dedicaban en el instituto para concienciarse de lo importante que es ahorrar energía, reciclar y no derrochar materias primas para tener un consumo responsable en nuestro planeta, pero con dieciséis y casi dieciocho años, no podían hacer nada ante todo el poderío de sus padres.

A pesar de las veces que habían tratado este tema con sus padres, siempre era la misma respuesta, “el bienestar del ser humano es lo que cuenta”. No conformes con ello, siempre intentaban concienciar a sus padres y pensaban que algún día podrían ayudar a que la situación medioambiental cambiara a mejor con la ayuda de todos.

El día de la función en la que actuaba Albert llegó, los padres junto con todos los empresarios y compañeros de trabajo estaban inquietos por ver la función que la profesora Elisabeth había preparado, pero no sabían ni se imaginaban quién iba a ser el protagonista de la obra. Albert estaba muy nervioso pero, se armó de valentía y valor para demostrar que el ballet, es su sueño y que no es una actividad de niñas como su padre piensa, que ni los trabajos, ni las aficiones tienen género, sino que todos sin excluir a nadie, podemos realizar lo que más nos guste y haga feliz y por ello debemos ser respetados.

Albert salió a bailar junto a todos sus compañeros, y esa magia conmovió a todos los espectadores, entre ellos, sus padres, que emocionados, al finalizar la obra, fueron a darle la enhorabuena, disculpándose así, por no haberle apoyado en su gran sueño de ser bailarín, y a partir de ahí, les prometieron, que nunca más le negarían cumplir sueños tanto a Clara como a Albert.

Años adelante, ambos se dedicaron a lo que más feliz les hacía, Albert, se convirtió en el mejor bailarín del país, ganando competiciones de danza a nivel internacional, y colaboraba con el colegio en el que había estudiado para hacer talleres de reciclaje con los alumnos. Por otro lado, Clara, se dedicaba a la política, intentando así, mejorar el estado del medio ambiente y el bienestar del planeta, concienciando a todo el mundo y luchando para conseguir sus objetivos.