Las partidas ilegales de póker eran a las once de la noche del último viernes de cada mes en un local de la calle Ferrocarril. Ese viernes fui hasta allí andando. Estaba oscuro porque por esos callejones no había muchas farolas. Cuando llegué, di tres golpes en la puerta y me pidieron la contraseña. "Ya ha llegado el tren", dije. Abrieron y entré. No había mucha luz y tampoco mucha gente. Ya habían llegado todos los jugadores, yo era el último: Ruiz, García, Pérez… Había mucho dinero en juego, iba a estar muy interesante.

Cuando mejores cartas llevaba, de repente, García estaba muerto en la mesa encima de sus cartas. Cayó de golpe sin decir ni mu. Se quedó seco. Todos nos miramos unos a otros sorprendidos, asustados y desconfiando. Se acercó el director del local con sus guardaespaldas y nos registraron a todos, pero no encontraron armas. Entonces, decidieron que tenían que deshacerse del cuerpo porque no se podía llamar a la policía, los negocios que allí se hacían estaban fuera de la ley. Ellos se encargarían de todo.

Los jugadores fuimos saliendo uno a uno para no llamar la atención en el barrio. Eran más de las tres cuando llegué a casa. Sudaba y me temblaban las manos. Me había salido redondo: en un despiste de todos pude echarle a García el veneno en el whisky. Luego solo tuve que esperar a que funcionara.

¡Por fin me había podido vengar de García! Nunca le perdonaré por la partida en la que me ganó el Ford Mustang, era mi coche favorito. 

De esto han pasado ya unos cuantos meses. Nadie busca al asesino, la noticia no ha salido en los periódicos ni en la televisión. Creo que me voy a librar….