La Constitución, vista por los alumnos de 2º de Bachillerato del IES Ítaca

Los estudiantes de 'Proyectos de Investigación e Innovación' han realizado un recorrido histórico por las constituciones desde 1912 pero desde un punto de vista muy personal

Excursión al Archivo del grupo de 2º de Bachillerato de Proyectos de Investigación e Innovación.

Excursión al Archivo del grupo de 2º de Bachillerato de Proyectos de Investigación e Innovación. / Ies Ítaca

Alumnado de 2º de Bachillerato del IES Ítaca

El alumnado de la materia de Proyectos de Investigación e Innovación de 2º de Bachillerato, emprendió, animado por los docentes del Departamento de Geografía e Historia del IES Ítaca, un recorrido histórico y conceptual a través de las constituciones que ha tenido España desde 1812. Elaboraron redacciones en las que analizaban conceptos clave de la Carta Magna de 1978, como derechos y deberes fundamentales, la separación de poderes o la soberanía, y los relacionaba con textos constitucionales anteriores, como la Constitución de Cádiz de 1812, la de 1837, 1845, 1869, 1876 o la de 1931.

Así han logrado, por un lado, comprender el contenido de la Constitución actual, pero también contextualizarla históricamente y valorar los avances democráticos logrados en España. Como resultado, se han realizado redacciones con una perspectiva única con reflexiones muy enriquecedoras. Ahí van alguno de los relatos.

INMIGRACIÓN, por Julia Borraz Arce

Inmigración: yo, sin filtros. Desde que nací, me he enfrentado al desprecio y la desconfianza casi tanto como aquellos a quienes protejo. Soy la Inmigración, un fenómeno que ha recorrido un largo camino en España desde 1812, adaptándome a los cambios que han marcado cada época. Ahora que estoy en boca de todos, creo que es el momento de dar a conocer mi historia.

En 1812, con la Constitución de Cádiz, se me reconoció como un ser humano con derechos. Aunque todavía era una niña que no había llegado a la fama, empezaba a forjar mi identidad en un contexto de libertad y esperanza. La Guerra de la Independencia trajo consigo un flujo de personas que buscaban refugio, y yo empecé a ser vista como una oportunidad, aunque aún con recelo. Siempre he sido algo incomprendida. Yo incluía a aquellos que hubieran obtenido las Cortes cartas de naturaleza, los que hubieran vivido en España durante diez años o a los libertos que obtuvieran la libertad en el país.

A medida que el siglo XIX avanzaba, las corrientes migratorias se intensificaron. En la segunda mitad de ese siglo, miles de europeos llegaron en busca de trabajo y oportunidades. La industrialización necesitaba manos y yo vine como anillo al dedo. ¡Estaba en plena juventud y era mi oportunidad de brillar! Las primeras leyes comenzaron a articular mi presencia, aunque muchas veces se trataba de legislación restrictiva. Vi Constituciones nacer y morir, cambiándome sin parar. Sin embargo, cada nuevo inmigrante traía consigo una riqueza cultural que lo compensaba todo. Gracias a esto me vi con ganas de otorgar ciertos derechos a estas personas (libertades religiosas, propiedad privada o libre industria). Pero decidí guardar los cargos de poder como un tesoro, ya que ni las mujeres españolas los podían ostentar.

Con la llegada del siglo XX, la situación se dio la vuelta. La dictadura de Primo de Rivera y la guerra civil generaron un éxodo. Miles de españoles se convirtieron en inmigrantes, buscando una vida mejor en otros países. De la noche a la mañana me quedé sin trabajo, mis queridos españoles estaban a cargo ahora de otras hermanas Constituciones y leyes.

Tras la guerra, la España franquista mostró una cara diferente. Durante esos años, se promovía una idea de homogeneidad (¡con lo interesante que es la diferencia!). Fui exiliada como quienes perdieron la guerra; sobreviví, pero muchas veces en la sombra. Fueron años duros en los que pasé muchas penurias. Por suerte, como la economía necesitaba reactivarse, con el Plan de Estabilización de 1959, se abrió una nueva etapa y trabajadores de otros países comenzaron a llegar para contribuir a la reconstrucción. En ese momento, me convertí en un motor del desarrollo, aunque a menudo era vista con desconfianza.

La llegada de la democracia en 1978 fue un punto de inflexión en mi vida. La nueva Constitución reconoció la diversidad y la pluralidad, y con ello, encontré mi lugar por primera vez. Las leyes de extranjería comenzaron a adaptarse a una realidad más inclusiva, aunque todavía había mucho camino por recorrer.

Hoy, miro hacia atrás y veo un viaje lleno de desafíos y logros. Cada ola migratoria ha dejado huella en la cultura, la economía y la sociedad. A pesar de las dificultades, sé que no son los números los que me definen, sino las personas con sueños, esperanzas y una historia que contar. Estoy aquí para quedarme, pese a que haya quienes no quieran verme y tenga que defenderme contra aquellos que han olvidado su propia historia. Creo que aún me queda mucho tiempo por delante y pienso aprovecharlo para ayudar a las personas a mejorar su calidad de vida lo máximo posible y dar una nueva oportunidad a todo aquel que la necesite.

LA FAMILIA, por Alba Lostao Ollés

Querido diario…  1 de marzo de 1812

Hoy ha sido publicada la Constitución de Cádiz. Aunque no aparecemos explícitamente mencionados en ninguno de los artículos, parece que la “Familia” es algo importante para los gobernantes y se nos hace llamar "la base de la sociedad". Nos garantizan ciertos derechos, pero siempre manteniendo el patriarcado, es decir, mi padre debe ser la cabeza de todo, mientras que mi madre se ocupa de la casa y de los hijos, tal y como dicta la tradición. Mi madre no parece satisfecha con esto, pues ella misma me confesó hace un tiempo que tiene el sueño de trabajar como escritora de relatos e ilustradora y, sin embargo, las convenciones sociales se lo impiden. Parece triste, he intentado animarla mostrándole mi afecto y le he dicho que nunca pierda la ilusión y continúe con su proyecto desde casa.

Hemos comido todos juntos la deliciosa comida que mi madre había preparado y ella ha vuelto a comentar durante ésta que no quiere estar en casa por siempre ocupándose de las tareas, sino que le gustaría hacer algo más relevante. Mi padre no ha tardado en pedirle que se controlase y que no dijera sandeces. Después de un momento incómodo, hemos continuado con la conversación anterior. No me importa lo que diga la sociedad o mi padre, quiero ver a mi madre feliz y merece alcanzar sus metas.

A pesar de que no es un gran avance, parece que comenzamos a cobrar algo de relevancia.

6 de junio de 1837

Hoy hemos recibido una nueva noticia: una nueva Constitución. En esta se ha vuelto a recalcar desde el primer artículo la importancia del modelo patriarcal, pero seguimos sin aparecer en ningún artículo en específico. De este modo los derechos y deberes siguen en manos del padre, y la madre, como siempre, pertenece al hogar. Mi madre sigue molesta por esto, y me preocupa que cada día parezca más desanimada ante la posibilidad de nunca poder publicar sus relatos. Hoy temprano por la mañana me permitió leer uno de ellos… ¡Y quedé gratamente sorprendida! No solo la redacción es fantástica y apasionante, sino que además cuenta con unas ilustraciones brillantes y divertidas. Se trata de una fábula infantil sobre un conejito un poco travieso y curioso que desobedece con frecuencia. He pensado que tan exitosa sería si fuera publicada. Mi madre no quiere contárselo a mi padre porque cree que podría molestarse, y es por eso que guarda el material en un cajón de la buhardilla.

Es curioso, porque aunque han hablado de libertades y de derechos individuales en esta nueva Constitución, la familia sigue sin ser mencionada en los artículos. Creo que piensan que es innecesario redactarlo en el texto constitucional porque se da por entendido, pero yo creo que debería constar dentro de ésta. Espero que si hay una próxima tengamos más suerte.

30 de junio de 1869

Otra Constitución llega con cambios. “¿Otra más?” ha sido exactamente lo que ha salido por la boca de mi padre al enterarse.

Parece que avanzamos lentamente, ¡pero avanzamos! Se menciona la libertad de expresión en el artículo 17, lo que incluye libertad de culto. Esto implica que las familias podemos tener libertad al elegir nuestra religión sin ser juzgados, pero parece que el modelo patriarcal no cambia. Aunque seguimos siendo un reflejo de las estructuras tradicionales, ahora tenemos libertad de enseñanza en la que las mujeres de las familias estamos incluidas. ¡Esa sí que es una buena noticia! Mi madre y mi hermanita menor se han alegrado mucho por ello. ¡Podrá acudir a la escuela!

19 de marzo de 1931

Con la Segunda República, es cuando realmente se percibe un gran avance y el aire en casa cambia. ¡Las mujeres pueden votar! Tal y como explica el artículo 36, el voto está permitido para ambos géneros sin distinción a partir de los 23 años de edad. ¡Es una noticia espléndida! Mi madre tiene más voz que nunca e incluso se ha animado a mandar su trabajo a una editorial bajo un seudónimo sin el permiso de mi padre. La igualdad entre hombres y mujeres empieza a hacerse casi palpable desde el horizonte. El único que no parece convencido en casa es mi padre, a quien no parece agradarle la nueva reforma.

El artículo 43 me ha resultado muy interesante, pues parece que el divorcio está permitido si así lo desean ambos o uno solo de los cónyuges. No se lo he dicho a mamá, pero creo que debería replanteárselo para ser más libre y feliz. También expresa ideas como que los padres están obligados a alimentar, educar y ocuparse de sus hijos y que no se deben hacer distinciones entre los hijos engendrados dentro del matrimonio o fuera de él.

Hoy ha sido un gran día para nosotros, pues parece que tanto los derechos de hijos como de padres comienzan a ser considerados lo suficientemente relevantes como para recogerlos en la Constitución. Y lo más importante… ¡Puedo votar!

1 de abril de 1939

Vuelven los retrocesos y parece que se tambalean nuestros derechos. Con la victoria franquista, todo parece haber quedado en nada. El papel de la mujer en nuestra familia vuelve a ser el de antes, confinada en el hogar siguiendo la tradición y bajo la autoridad del padre. La familia vuelve a ser ese núcleo cerrado, católico y rígido, donde todo está bien controlado por el régimen dictatorial. Todo aquello que habíamos logrado y avanzado parece haberse desvanecido de un momento a otro. Me siento oprimida y triste, al igual que mi madre, a quien he escuchado llorando en el baño tras la noticia. Sin embargo, mi padre no parece descontento por alguna extraña razón.

Espero estar leyendo esto desde un futuro más próspero que el actual y poder decir que solo fue una mala época. 

Una persona depositando su voto.

Una persona depositando su voto. / Freepik

EL DERECHO AL VOTO, por Iria Riveiro Coronado

El derecho al voto ahora queda claro en el artículo 23 del capítulo Derechos y libertades de la Constitución de 1978: “Los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes, libremente elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal”. Así de claro, para todos los españoles por la simple razón de aparecer en esta Constitución. Pero no fue siempre así. En el siglo XIX el derecho al voto fue censitario, es decir, reducido a unos pocos españoles por razón de la renta disponible. Y sólo los hombres. Pero fue un gran paso el que se dio en la primera Constitución teniendo en cuenta los antecedentes. Con el paso de los años, varias constituciones y leyes me dieron forma y ampliaron la lista. En 1869, con una nueva Constitución, logré un gran avance al permitir el voto a todos los varones, aunque todavía seguía sin incluir a las mujeres. A pesar de los logros, la falta de estabilidad política de la época hacía que mi forma cambiara con frecuencia.

La Constitución de 1931 fue un antes y un después en mi evolución. Por primera vez, las mujeres obtuvieron el derecho a voto en España. Fue un momento de gran alegría y un paso muy importante hacia la igualdad. Desafortunadamente, este avance se detuvo por la Guerra Civil y el posterior régimen franquista, que me suprimió. Durante casi cuarenta años, estuve encerrado, invisibilizado en un sistema autoritario que negaba cualquier forma de participación democrática.

Con la llegada de la democracia en 1978, recuperé mi esencia. La nueva Constitución me restableció como un derecho fundamental, universal y libre, garantizando que todos los ciudadanos mayores de edad, independientemente de su género o situación económica, pudieran ejercer su voto sin discriminación. Esta restauración fue el resultado del esfuerzo colectivo de una sociedad esperanzada que deseaba un futuro mejor, más justo y participativo.

A lo largo de los años, he sido testigo de múltiples elecciones que han definido el rumbo del país. He visto cómo mi ejercicio ha permitido que diversas voces sean escuchadas y cómo los ciudadanos han podido decidir sobre su destino. De hecho habla de “elecciones periódicas por sufragio universal, igual, directo y libre”. Se parece a lo que tenemos ahora aunque entre la Constitución de 1931 y la de 1978 hay más de cuarenta años sin derechos ni libertades coincidiendo con una dictadura. Hoy, en el siglo XXI, me considero un símbolo de libertad y un pilar de la democracia para todos.

Una joven con un megáfono

Una joven con un megáfono / Freepik

LIBERTAD DE EXPRESIÓN, por Paula Acebes Grao

¿Me estáis usando o confundiendo? Mi nombre es Libertad de Expresión, y aunque me convertí en derecho fundamental en 1978, tuve que luchar mucho desde 1837, cuando fui reconocida por primera vez en la Constitución de Cádiz. Se puede decir, que poco a poco me fui consolidando, fue un proceso intenso, me volví bastante loca, no os voy a mentir. Al principio, estuve condicionada por la censura y los cambios políticos, lo sé, a día de hoy hasta yo sigo sin entenderlo, ¡yo simplemente quería hacer el bien!. Literalmente, parecía que los que gobernaban solo me usaban por interés, algo que realmente odio, ¿acaso no les era suficiente? En fin… desaparecer bajo las restauraciones monárquicas es algo que verdaderamente me apasiona…en verdad, os estoy vacilando, ¿de verdad pensabais que era una patética sin personalidad?, os doy una pista: No.

Yo ya estaba bastante desesperada, igual que tu perro cuando no le quieres dar tu comida, pues algo así, pero, en la Constitución de 1837, volví a aparecer con mucha actitud. Y aunque el liberalismo intentaba hacerme más fuerte, mis alas seguían cortadas. Los gobiernos seguían imponiendo restricciones, aunque bueno, algo sí que hicieron bien, suprimieron la censura, pero la verdad, es que me da demasiada rabia tener que ver este acto como algo increíble, pero bueno, es lo que tocaba. En la Constitución de 1845, mis derechos dependían de la voluntad de los que lucían el poder, suena bastante patético no?, ¿cuándo podría exponerme con tal gran fuerza?

En 1869, parecía que la tormenta cesaría un poco, se me reconoció sin censura previa y me dieron más margen para expandirme, pero, a mí eso no me valía, yo quería más, y no sé si es que soy ambiciosa, o luchadora, ¿vosotros que opináis? con el espíritu revolucionario de la época, por fin vi un horizonte más claro. Se me reconoció sin censura previa, y me dieron más espacio para expandirme.

¿Os pensabais que sería un cuento de rosas?, qué ingenuos, pues no, estos cambios apenas duraron, las inestabilidades políticas y los cambios de régimen me hicieron volver a estar a merced de cada nuevo gobernante. La Constitución de 1876 me trató un poco mejor, pero no os creáis que me llevaban en brazos, fui reconocida, pero siempre bajo la amenaza de regulaciones y limitaciones, no me dejaban en paz por dios, qué pesados, mis días dependían de la estabilidad del régimen monárquico y los altibajos políticos.

El siglo XX fue demasiado duro para mí. Con la dictadura de Primo de Rivera y luego con la Guerra Civil, apenas sobreviví en algunos lugares. Durante el franquismo, prácticamente desaparecí del mapa. Solo los discursos autorizados por el régimen podían oírse, hubo una censura absoluta, qué pena, en serio, solo de acordarme me entristezco. Y por fin llega la Constitución de 1978, me estoy empezando a emocionar, menos mal que no veis mi rimel corrido, parezco literalmente un mapache, pero bueno, por donde iba, finalmente renací con toda mi fuerza. Se me otorgó un lugar fundamental, y nada ni nadie iba a poder cambiarlo. Me convertí en un derecho fundamental, lo conseguí, y no puedo estar más orgullosa de mi misma.

LA DIVISIÓN DE PODERES, por Ángela del Pozo Velilla

Esto parece una cita de tinder. ¡Hola chicas! La verdad es que mentiría si no os dijera que mi vida amorosa con las Constituciones españolas ha sido una completa locura últimamente. La verdad es que, me considero alguien especial que requiere gran atención debido a mi importancia y popularidad en España. Por todo esto y más, un día decidí que no me podía quedar con la primera Constitución que se me presentase y me dijera ¡Hey! ¿Quieres ser mi artículo? A pesar de haber tenido tantos altibajos en el amor, creo que mi intención nunca ha cambiado, ya que siempre he intentado equilibrar las funciones del Estado, por lo que no me considero una chica demasiado complicada.

Mi primer amor: la Constitución de 1812, nos conocimos en Cádiz, y la verdad es que fue amor a primera vista. En la primera cita, entendió a la perfección lo que yo buscaba, es decir, que el poder legislativo quedara en manos de las Cortes, mientras que el poder judicial se mantuviera independiente. Pero lo que hizo enamorarme fue que aprobó que el poder ejecutivo recayera en el rey ¡De manera limitada! Nuestro romance fue intenso, ya que me dedicó un capítulo completo (Capítulo 13), con hasta 4 artículos (Art.14, Art.15, Art 16 y Art.17). Sin embargo, el proceso de Restauración empezó a distanciarnos y finalmente fue Fernando VII quien suspendió la Constitución de 1812 y todo acabó.

Tras muchos años de soledad, conocí a la Constitución de 1837. Y aunque todo el mundo me decía que podría volver a enamorarme, estaba claro que no era lo mismo. Esta Constitución se las daba de liberal, sin embargo era una forma de contentar al grupo moderado. El poder legislativo estaba compartido entre el Congreso y Senado con el rey (Art.12 La potestad de hacer las leyes reside en las Cortes con el Rey). Este papel tan presente del rey, no me hacía demasiada gracia ya que siempre he pensado que la monarquía nunca me ha dejado vivir libremente.

La Constitución de 1845 fue un poco más de lo mismo, mucho hablar y poco hacer como dirían algunos. A pesar de que me otorgó diferentes artículos en cada capítulo, como el Art.

12, el cual iba muy bien encaminado “La potestad de hacer leyes reside en las Cortes”, siempre, siempre, siempre, tenía que poner la puntilla con “y el Rey”. Así que, alguien con unos ideales tan firmes como yo, no podía estar con alguien tan moderado.

Durante el Bienio Progresista, allá por 1856, conocí a una Constitución y yo intenté consolidar nuestro amor. Me encantaba que quisiera limitar la figura del monarca frente a la del gobierno. A pesar de que nunca llegó a ser oficial nuestro romance, siempre recordaré con cariño a mi “nonata”.

Conocí a la Constitución de 1869 en “La Gloriosa” y supuso un soplo de aire fresco para mí. Me regaló el artículo 34 en la segunda cita, ¡y menos mal! porque nuestro amor terminó de manera repentina con la instauración de la I República. Pero bueno, no me voy a ir por las ramas, como decía me regaló el artículo 34 que manifiesta que la potestad de hacer leyes reside en las Cortes, a diferencia de las Constituciones anteriores que atribuían funciones en este sentido al Rey.

En 1876, no me lo podía creer, surgió la Restauración borbónica ¡otra vez! La verdad es que

había perdido todas mis esperanzas en el amor. Y no iba mal encaminada, porque mi relación con la Constitución volvió a la misma monotonía que con las Constituciones del 37 o el 45. A pesar de que el poder legislativo aún lo ostentaban las Cortes, esta relación no era de dos, si no de tres o cuatro se podría decir. El poder ejecutivo se suponía que lo formaba el gobierno y el rey, sin embargo, el turnismo hizo que mi amor estuviera en un limbo forzoso entre liberales y conservadores.

Mi vida de pareja se retomó con la Segunda República en 1931 y su nueva Constitución. Mis expectativas en el amor e ideales, ganaban cada día más fuerza. Así como lo oís, ya no hacía falta limitar el poder del rey, porque... ¡directamente no había! El presidente de la República ejercía el poder ejecutivo de manera más controlada, y los jueces mantenían su independencia. Parecía un avance claro, pero la Guerra Civil y la posterior dictadura interrumpieron mi desarrollo. Por otro lado, aunque sea un capítulo de mi vida el cual me gustaría olvidar, tengo que contaros cuál fue mi peor relación de todas: la dictadura franquista. Aquel suceso era la clara representación de una relación tóxica, ya que como mi nombre indica yo soy una di-vi-sión, por lo que fue un horror que Franco no quisiera no compartirme con nadie de mi entorno, ni las Cortes y bueno, ¡ni muchísimo menos el rey!

Finalmente, cuando menos te lo esperas, llega el amor de mi vida: la Constitución de 1978. Tras 40 años de completa soledad, me volví a enamorar. Ahora es mi actual pareja, y recoge todos mis ideales y aspiraciones a la perfección. El poder legislativo se divide entre Senado y Congreso, que elaboran y aprueban leyes respectivamente. Por otro lado, el poder ejecutivo lo forma el gobierno, y el poder judicial goza de diversos tribunales para el buen cumplimiento de las leyes. Además, el poder del rey es meramente representativo, cosa que me parece extraña habiendo vivido años y años tras la sombra del poder monárquico.

Y así chicas, termina mi relato sobre mi vida amorosa. Creo que el final de esta historia llena de evoluciones, se podría resumir en: fueron felices y comieron perdices.

Att: la División de Poderes.

El Derecho a la Huelga fue difícil de conseguir.

El Derecho a la Huelga fue difícil de conseguir. / Freepik

EL DERECHO A LA HUELGA, por Claudia Acebes Miró

Derecho a Huelga, así me llaman. Soy muy recurrente, sobre todo en época de tensión. Y estoy reconocida por la mismísima Constitución española, esa ley que ampara a todos los españoles. Mi historia comienza en 1812, con la Constitución de Cádiz, donde se esboza mi existencia por primera vez. Aunque aún no me llamaban por mi nombre, los principios de libertad y justicia que allí se proclamaron sentaron las bases para que algún día pudiera ser reconocido formalmente. En aquel momento, era un eco lejano en las calles, un susurro de los trabajadores que buscaban mejorar sus condiciones.

Con el paso del tiempo, mi voz fue silenciada en las siguientes constituciones. En 1837, la nueva carta magna me ignoró, y durante el siglo XIX, mi presencia fue casi inexistente. Sin embargo, las luchas de los obreros, las primeras asociaciones y las protestas empezaron a darme forma. Aunque no contaba con un reconocimiento legal, mi esencia seguía creciendo en las fábricas y en las minas, donde la opresión laboral era palpable.

El siglo XX llegó con promesas de cambio. La Constitución de 1931 fue un hito, ya que por fin se me mencionó de manera explícita. Aunque mi reconocimiento era limitado, sentí un rayo de esperanza. Sin embargo, la guerra civil y la dictadura de Franco me relegaron de nuevo al silencio. Mis derechos fueron pisoteados, y los que se atrevían a alzar la voz lo hacían bajo un riesgo extremo.

La lucha de los trabajadores nunca cesó, en plena dictadura, surgieron movimientos obreros que me devolvieron a la vida. Durante aquellos años oscuros, las huelgas se convirtieron en un símbolo de resistencia. Los trabajadores, impulsados por la necesidad de justicia, me llevaron de nuevo a las calles, a pesar de la represión.

Finalmente, en 1978, con la llegada de la democracia, mi reconocimiento se consagró en la nueva Constitución española. El artículo 28.2 me otorgó un lugar destacado, afirmando que "se reconoce el derecho a la huelga para la defensa de los intereses económicos y sociales". Fue un momento histórico: por fin tenía un marco legal, una voz que resonaría en todo el país.

Desde entonces, he evolucionado junto a la sociedad. He visto cómo se han establecido leyes que regulan mi ejercicio, y cómo los trabajadores han luchado por condiciones laborales justas. A pesar de los desafíos y los intentos de limitar mi aplicación, sigo siendo un pilar fundamental en la lucha por los derechos de los trabajadores.

Hoy, como Derecho a Huelga, me siento orgulloso de mi legado. Soy un símbolo de lucha, de unión y de la necesidad de ser escuchado. Mi evolución ha sido el reflejo de la historia de un país que, a través de las dificultades, ha aprendido a valorar la voz de sus ciudadanos y a reconocer la importancia de la justicia social.

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