Lejos
Los alumnos de 4º de ESO del IES Domingo Miral de Jaca han trabajado un proyecto a partir de la novela ilustrada 'Lejos', de Isabel Ruiz, en el que han relacionado el Día de la paz y el 8M. Aquí está la ganadora

Ilustración de Isabel Ruiz. / Isabel Ruiz
Miriam Santacreu
Era un día normal por lo menos para su hija, pero Marta no podía silenciar las voces que gritaban en su cabeza. La recogió del colegio y fueron a casa. Marta había preparado la comida favorita de su hija, y el aroma de especias se mezclaba con el de la madera de los muebles de la entrada. Comieron, rieron, trenzó su pelo mientras la niña se mantenía ajena a los planes de su madre.
La guerra estaba cerca y Marta lo sabía, y por eso planeaba secretamente junto a sus compañeros, esos que recibieron el nombre de La Resistencia.
Marta fue con su hija al puerto, con el equipaje en la derecha y el corazón en la izquierda. La realidad les golpeó más fuerte que cualquier arma: el último momento que compartían entre madre e hija, sin certeza y con esperanza de volver a encontrarse. No por falta de amor o egoísmo, sino por cariño incondicional y el deseo de proteger a su hija. Marta se mantuvo fuerte, pero conforme se alejaba el barco con su hija, también se alejó su fuerza.
Días, meses, y muchos planes después, Marta tuvo que irse a Francia, no por voluntad propia, sino por la necesidad de evitar el sentimiento de peligro constante.
No hubo forma de evitar ser cogida. Ni en España ni en Francia, Marta no gustaba. Por sus ideas, por su dios, por su género y por todo lo que la rodeaba.
Le atraparon, le cambiaron la ropa, le raparon el pelo… No solo a ella, a decenas de mujeres más, cientos de personas: hombres, mujeres, niños…
No sabe cuánto tiempo pasó allí, en un campo, en una jaula para ratas. En la monotonía gris del campo a lo lejos, Marta vió una niña. Una niña azul, triste y asustada. Una niña pequeña y perdida en un campo de concentración. Era la hija de alguien. No sabe cómo ni porqué, pero ahora esa niña estaba delante cuando cerraba los ojos.
Cerrando los ojos, entre pestañeo y pestañeo, pasó tiempo de que se hubiese podido notar. Y con este tiempo, un guarda empezó a hacer más guardia en el cuadrante de Marta.
Un día como otro, perdido en un mar de calendarios rotos, volvió de otra jornada de trabajo al sol. Se fue a su barracón, se tumbó después de comer un poco de pan, el guardia vigilaba.
Marta se durmió exhausta.
Una mano la despertó. Reptaba por su costado, deslizándose bajo el pijama de rayas, buscando piel que tocar.
Marta se quedó helada, con la voz ahogada en la garganta y cadenas invisibles manteniéndola inmóvil. Esa fue la peor noche de su vida.
Más tiempo, más días, más trabajos, más comidas escasas, más sufrimiento.
Un día Marta se perdió en medio de una sublevación en la zona de mujeres, con la suerte de salir con vida. Y no solo eso, con la suerte de encontrar a la niña que había visto hacía tiempo.
Escaparon juntas, no fue fácil.
Marta dio a luz a una niña en los Pirineos nevados, un doloroso recordatorio del guardia. Con otras mujeres, en un pequeño asentamiento en las montañas mas sin recursos, la recién nacida murió.
Ha pasado mucho tiempo, Marta volvió a casa con su hija mayor y con la niña del campo. Marta sigue soñando con el campo, pero por lo menos puede decir:
La guerra ha acabado.