Tras los pasos de las joyas del Louvre: un robo que sacudió al arte
El robo de joyas en el Museo del Louvre de París reabre el debate sobre el tráfico ilegal de arte y las redes internacionales que comercian, sin escrúpulos, con la belleza, el poder y la historia

El domingo 19 de octubre, unos ladrones robaron joyas del Museo del Louvre de París. / Mohammed Badra | EFE

El Louvre vuelve a estar en el punto de mira. Esta vez no por la belleza de sus galerías, sino por el eco de un robo que ha puesto en jaque a uno de los museos más visitados del mundo. El domingo 19 de octubre, unos ladrones vestidos como operarios entraron por una ventana del segundo piso usando una plataforma elevadora. En menos de ocho minutos, accedieron a la Galería de Apolo, rompieron las vitrinas donde se exhiben joyas de la corona francesa del siglo XIX y se llevaron ocho piezas muy valiosas, valoradas en unos 88 millones de euros. Además, dejaron una novena (la corona de la emperatriz Eugenia) que apareció dañada cerca del museo. Tras el robo, la dirección reconoció fallos de seguridad, como cámaras que no cubrían bien la zona de acceso, y prometió mejoras urgentes.
Pero detrás del misterio y las sirenas hay una historia mucho más antigua: la del deseo humano por poseer lo que simboliza la belleza, el poder y la historia. Desde la Mona Lisa desaparecida en 1911 hasta las obras perdidas en guerras o vendidas en el mercado negro, los ladrones de arte han convertido los museos en escenarios de película. Pero,¿por qué el arte sigue siendo un botín tan tentador?
En la mayoría de los casos se roba «por lo valioso del producto», nos explica la historiadora del arte Marisancho Menjón. Pero, «cuando el dinero te sale por las orejas quieres tener lo que no tiene nadie», hay robos que van más allá de la cuantía: «es exclusividad y prestigio», indica.
Aunque lo difícil no solo es robar los bienes, «lo complicado luego es saber qué hacer con ellos». Menjón explica que cuando se trata de joyas, lo que suele ocurrir es que «se deshacen para vender por separado las piedras preciosas o el oro». En el caso de las obras de arte, como pinturas, los ladrones acuden al mercado negro, un circuito «turbio» en el que se busca al mejor postor, «a personas que casi tienen dinero infinito y pueden pagar grandes sumas por añadir un artículo más a su colección».
Un plan sin fisuras
En el mercado negro hay redes internacionales que funcionan como cadenas de intermediarios que conectan al que roba la obra con la persona que quiere comprarla. Atravesar fronteras, usar reemplazos o falsificar los certificados de origen son algunos de los mecanismos que usan los ladrones para vender o hacer llegar los bienes robados hasta los compradores.
Y para evitar que esto ocurra existen unidades y cuerpos especializados que coordinan operaciones y comparten información para llevar a cabo las investigaciones.
En España destacan principalmente la Brigada de Patrimonio Histórico de la Policía Nacional y el Equipo de Patrimonio Histórico de la Guardia Civil. Ambos son grupos especializados que investigan robos, tráfico y falsificación de bienes culturales. Colaboran con fiscales y jueces, realizan inspecciones en museos, galerías y almacenes, y participan en la investigación forense de piezas (análisis de materiales, dataciones, cotejo de documentación). En Europa destacan la Interpol, base de datos internacional de obras robadas y avisos rojos, y Europol, encargada de la coordinación operativa entre Estados miembros.
Seguridad en los museos
Robos como estos ponen en jaque la seguridad de los museos. Con cada incursión se abre el debate sobre cómo se debería proteger el arte y comienza una reflexión sobre cómo ha podido producirse un hurto.
Para Marisancho Menjón esto puede deberse a que, en muchos casos, «los agentes de seguridad se centran más en controlar a la gente y en que las obras no resulten dañadas». Explica que en grandes museos, como el Louvre, «nadie se espera que entren a robar».
La historiadora alerta de la pérdida continua de arte, ya que «parece que no, pero los robos se cometen muy a menudo» y habría que tener una «perspectiva más global» para mejorar la seguridad. Apunta que «no solo ocurre en los pueblos, donde los ladrones expolian yacimientos o iglesias poco vigiladas, ocurre en grandes museos», y es una pena porque «estamos perdiendo arte día a día».
Pintura sobre óleo y activistas climáticos
Algo en lo que se ha centrado la seguridad en los museos en los últimos años es en evitar que las obras sufran daños provocados por acciones reivindicativas, como las que la organización Futuro Vegetal lleva a cabo para concienciar sobre la crisis climática u otros problemas sociales. Estos activistas son conocidos por arrojar pintura u otros líquidos (como salsa de tomate o puré) a obras de arte de gran valor. El último caso fue hace apenas dos semanas, cuando lanzaron pintura al cuadro El primer homenaje a Colón, que se expone en el Museo Naval de Madrid.

PI STUDIO
Casos en Aragón
Aragón no es ajeno a este expolio. Marisancho Menjón recuerda el robo de los cascos celtibéricos de Aratis, en Aranda de Moncayo. Fue un robo a gran escala que tuvo lugar principalmente entre los años 80 y 90, en el que se sustrajeron al menos siete cascos del yacimiento. Estos cascos, datados entre los siglos IV y II a.C., pasaron por el mercado negro y galerías de arte internacionales antes de ser recuperados por las autoridades españolas, permitiendo su regreso a Zaragoza.

Los cascos celtíberos de Aratis fueron recuperados y expuestos en el Museo de Zaragoza. / ANGEL DE CASTRO
También cabe destacar la figura de Erik el Belga. Algunos de sus robos más conocidos tuvieron lugar en Aragón. René Alphonse van den Berghe, así se llamaba realmente, aprovechó la falta de vigilancia en iglesias y monasterios rurales para sustraer piezas de gran valor histórico y religioso. Su golpe más famoso ocurrió la noche del 6 al 7 de diciembre de 1979 en la catedral de Roda de Isábena (Huesca), de donde se llevó alrededor de cincuenta objetos, entre ellos la célebre Silla de San Ramón, una arqueta relicario, mitras, báculos, tejidos medievales y pinturas de los siglos XVI y XVII. Además de Roda de Isábena, a Erik se le atribuyen otros robos en iglesias del Pirineo, como la de San Pedro de Siresa, consolidando su nombre como uno de los mayores responsables del expolio artístico en la región.
Pero si hay una obra de un valor patrimonial incalculable, y con un apego sentimental a la identidad aragonesa, esa es el Vidal Mayor, un documento escrito en lengua aragonesa con 277 folios que contiene una compilación de los fueros aragoneses realizada en 1247. Esta obra jurídica se encuentra hoy en la sede de la Fundación Paul Getty, en Malibú, después de haber pasado por Londres y Nueva York.
En numerosas ocasiones se ha reclamado desde las Cortes de Aragón su regreso, pues los políticos aragoneses defienden que su importancia histórica debe reflejarse en nuestra tierra. Pero, por desgracia, el Vidal Mayor continúa en California.
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