Difícil papeleta le ha tocado vivir a Pedro Sánchez, ese joven militante y diputado socialista que un día se animó a presentar candidato a la secretaría general del PSOE, enfrentándose en primarias a otro joven Eduardo Madina, bilbaíno y víctima del terrorismo de ETA, y a José Antonio Pérez Tapia, el líder de la Izquierda Socialista. Y sorpresa para muchos ganó gracias al apoyo de la federación andaluza, liderada por Susana Díaz y sustituyó al frente de los socialistas españoles a Alfredo Pérez Rubalcaba.

Sánchez se enfrentó a Rajoy en un cuerpo a cuerpo parlamentario. Sus primeros debates fueron ganados por el presidente del PP, más bregado en política y en el uso parlamentario, pero el joven exjugador de baloncesto --llegó a militar en el Juventud-- fue aprendiendo de sus errores y fue ganando confianza ganando en más de una ocasión al viejo político popular. Ya no había kO. Ahora las victorias se contaban a los puntos y finalmente se decantaban por el líder socialista frente a la falta de respuestas del presidente del Gobierno.

Y así las cosas llegaron las elecciones. Sánchez sufrió una derrota pese a ser el segundo partido en votos y escaños. La presencia de Podemos le había segado la hierva del voto de la izquierda. El descontento de los indignados del 15-M, de los jóvenes y menos jóvenes que ya no soportaban los continuos años de recortes y políticas que solo beneficiaban a la banca y a la derecha ricachona hacía saltar por los aires el bipartidismo existente hasta entonces. Las elecciones del 20-D supuso un antes y un después para la política española y especialmente para Pedro Sánchez, que se encontró con que siendo el líder de la izquierda más votado estaba muy lejos de alcanzar la Moncloa, como así se vio finalmente.

La renuncia de Mariano Rajoy a intentar la investidura que le propuso el Rey puso el balón en el campo socialista y como buen jugador de baloncesto aceptó el reto y no dio por perdido el partido y luchó con dientes y uñas para lograr la investidura y por tanto el cambio. Ese cambio que la izquierda reclama para evitar que la derecha siga recortando a la gran mayoría para beneficio de unos pocos. Ofreció pactar con todos para echar a Rajoy. Logró un acuerdo con Albert Rivera, pero los votos de los diputados de ciudadanos eran insuficientes. La aritmética no engaña y necesitaban los 69 votos de Podemos para desalojar al PP del Gobierno. El líder del PSOE lo tenía difícil. Pablo Iglesias se había autonombrado vicepresidente del futuro Gobierno en una rueda de prensa en la que acudió con sus ministros. Toda una petulancia que desde el PSOE se vio como una declaración más de guerra que de paz. Más de «no voy a pactar contigo» que «vamos a negociar un acuerdo de gobierno». Los barones socialistas se lanzaron en tropel contra esa chulería morada y le marcaron el camino a Sánchez Le marcaron la línea roja que no podía atravesar: el referéndum de Cataluña que auspiciaba Podemos.

Así las cosas, Sánchez firmó el acuerdo con Rivera, lo que le alejó aún más de Iglesias, que en un arrebato de ira le negó el agua y la sal al candidato socialista a pesar de que en privado le decía una cosa a Sánchez y ante los micrófonos decía otra. Iglesias, gran experto en el uso de los medios de comunicación y de las redes sociales, se presentó como víctima, cuando en realidad era lobo disfrazado de cordero.

Pero Sánchez insistió. Se presentó a la investidura sin tener todos los deberes hechos con la esperanza de que Podemos apoyara el cambio para echar a un Rajoy que miraba los toros desde la barrera e insistiendo en la gran coalición a la alemana entre el PP y el PSOE para evitar que los radicales tomen el poder y deshagan lo que ha hecho en estos últimos cuatro años.

Pero Sánchez pecó de ingenuo y Podemos votó las dos veces contra el cambio. Pero erre que erre el líder socialista volvió a intentarlo. Habló con Iglesias, habló con Rivera y habló con sus barones para lograr un acuerdo y evitar la repetición de las elecciones. Luchó hasta lo indecible pero al final la realidad fue más terca y no pudo volver lanzar a canasta.

Ahora recuerda que la pinza PP-Podemos impidió que España tuviera un Gobierno progresista y de izquierdas y que tenga que volver a votar hoy.

La pelota vuelve a estar en el aire. Hoy todos están pendientes de a que lado del campo cae. Los indecisos tienen la palabra y a esos y a los desencantados votantes socialistas se ha dirigido la campaña que durante 15 días ha llevado a Sánchez por España para convencerles de que le voten, De que España necesita un cambio urgente, de que Rajoy no puede seguir ni un día más en el Gobierno y de que Podemos no es la solución, aunque puede ser un compañero de viaje siempre que se pacte una política de gobierno antes que los cargos.