Las causas, intactas

Un migrante afgano, ayer, permanecía tras una alambrada de espino al no obtener permiso para cruzar la frontera entre Grecia y Macedonia.

Estamos ante la peor crisis de refugiados desde la II Guerra Mundial. El Acnur declaró el 2015 como el año con mayor número de personas refugiadas y desplazadas de la historia. Según sus datos, 60 millones se vieron forzadas a abandonar sus hogares en todo el mundo.

La crisis la están sufriendo sobre todo los países vecinos a los que están en conflicto, estados empobrecidos que acogen al 86% de las personas refugiadas y migrantes. El 25% de la población actual del Líbano, 1.113.941 personas, son refugiadas sirias. Níger, uno de los países más pobres del mundo, acoge a unos 50.000 malienses y a unos 100.000 nigerianos que huyen de Boko Haram.

La violencia en Siria estalló en marzo del 2011. Desde entonces, más de cuatro millones de personas se han visto obligadas a refugiarse en los países vecinos (Turquía, Egipto, Irak, Líbano y Jordania), y más de siete se encuentran aún desplazadas en el propio país.

Hace tres años, dirigentes de organizaciones humanitarias de Naciones Unidas hicieron un llamamiento urgente a quienes pudieran poner fin al conflicto en Siria. Pero, por ahora, esta guerra brutal se acerca a su sexto año. Continúa el derramamiento de sangre y el sufrimiento se agrava. Y los diferentes bandos en conflicto utilizan a la población civil como arma de guerra.

En Europa, las alarmas saltaron en el 2015, cuando los telediarios nos mostraron imágenes de embarcaciones hundidas tratando de llegar a Lampedusa y a las costas griegas. A principios de septiembre, Europa se conmocionaba con la foto del niño Aylan Kurdi, muerto en una playa turca. La reacción solidaria de la ciudadanía puso contra las cuerdas a los gobiernos europeos, que a duras penas habían alcanzado en mayo un pacto de acuerdo de reubicación y acogida de los refugiados que entraban en Europa, y formalizaron el acuerdo de reubicar a 160.000 solicitantes de asilo en los diferentes países europeos. Recordamos los selfies de Merkel con los refugiados, o a David Cameron declarándose "profundamente conmovido como padre".

Cinco meses después, no solo no han cumplido este compromiso, sino que los países de la UE ahondan en políticas dirigidas a impedir que las personas que huyen de la guerra y la pobreza lleguen a Europa. En el último Consejo Europeo de jefes de Gobierno (18 y 19 de febrero), la respuesta a la crisis humanitaria de los refugiados y migrantes fijó como objetivos contener la afluencia de llegadas y proteger las fronteras exteriores de la Unión Europea.

Entre estas las medidas que proponen, no hay ninguna orientada a proporcionar vías de llegada seguras a Europa para evitar una de las consecuencias más dramáticas de este éxodo: la muerte de miles de personas. Pero tampoco una sola orientada a abordar las causas que han generado esta crisis humanitaria.

Estas causas comienzan por los conflictos y las guerras, alimentadas en muchos casos por motivos geoestratégicos o por el control de recursos naturales. En esto, el Gobierno español juega un doble papel. Por un lado, opta por la solución diplomática y dialogada al conflicto en Siria y se muestra reticente a una intervención militar; por otro, acuerda ventas millonarias de armas a países como Rusia (usadas en las guerras de Siria y Ucrania) o como Arabia Saudí (usadas en la guerra de Yemen y con su posible reexportación al conflicto de Siria).

Los efectos de las políticas económicas españolas y europeas (como la pesquera o la de biocombustibles), y de las políticas comerciales y fiscales, en los países de los que salen las personas migrantes y refugiadas, están provocando que de los países pobres salga más dinero hacia los ricos del que les llega a través de la ayuda al desarrollo.

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